La calidad de una nación
La calidad de una nación no es otra cosa que la ponderación de la de todos sus ciudadanos, es importantísima, fundamental. ¿Como se establece la calidad de una sociedad? He aquí el quid del asunto.
Para pensar en un ciudadano de calidad debemos establecer una escala con los valores más preciados de la sociedad y ordenados de acuerdo a su importancia.
Refiriéndonos a una nación, debemos comenzar con la instrucción de sus ciudadanos. Pensamos que la segunda propiedad que se estima en una sociedad es su salud. Después podemos pensar en las posibilidades de acceder a puestos de trabajo que se correspondan con las aspiraciones de ellos y de que dichos empleos tengan una retribución que les permita llevar una vida decente y de acuerdo con lo que esperan y aspiran los miembros de la familia. Mencionada esta, debemos pensar en la libertad como uno de los elementos fundamentales de la sociedad y ella debe estar acompañada de una seguridad física y jurídica que ampare los accidentes que los individuos y sus familiares puedan sufrir.
¿Está Venezuela atendida y protegida para que sus miembros puedan decir que tienen una calidad propia y de vida que se corresponda con niveles adecuados?
Cada uno de nuestros queridos y apreciados lectores puede dar una respuesta propia a esta difícil pregunta.
Pero pensemos por un pequeño lapso en los avatares que ha sufrido la sociedad venezolana en los últimos cincuenta años.
Supongamos por un momento que un brillante científico nacional hubiera inventado una maravillosa máquina que pudiera determinar, a través de una adecuada escala, la calidad de cada uno de los ciudadanos que habitan la nación y por ende, después de una simple ponderación, la de toda la nación. Otra opción, perfectamente válida, es la de que unos sobresalientes encuestadores, a través de una colección de preguntas inteligentes y adecuadas, pudiera determinar una calificación que midiese la calidad del país.
Si esa imaginaria evaluación la hubiésemos realizado por primera vez a comienzos de la época de los sesenta, es decir, en los albores de la democracia, Venezuela estaba conformada por una población que se situaba en el orden de 7,5 millones de habitantes; de estos, más de la mitad eran menores de veinte años. Para aquella época estaban muy bien consolidados los relativamente pequeños grupos de emigrantes que habían venido a Venezuela como consecuencia de las guerras sucedidas en Europa. Posiblemente los ciudadanos de Venezuela que habían venido de otras latitudes escasamente sobrepasaban el 10% de la población. Muchos de ellos habían adoptado la nacionalidad nuestra y en aquellos tiempos la nacionalidad era una propiedad tan importante que la adquisición de una significaba la renuncia a la anterior.
Las estadísticas nacionales son efímeras. Resulta muy difícil, si no imposible, encontrar los trabajos que seguramente se hicieron en otros tiempos. Las autoridades actuales tratan de demostrar que antes de ellos no se realizaron trabajos adecuados y después de ellos, sobrevendrá el diluvio.
La población era mayoritariamente rural. Más de la mitad, muy cerca del sesenta por ciento de la población vivía en las poblaciones menores y estaba, fundamentalmente, dedicada a la agricultura y la cría. El petróleo, que significaba una porción muy importante de los ingresos de la nación, algo así como el sesenta por ciento del presupuesto nacional, lo producían menos de treinta mil trabajadores. Teníamos una moneda fuerte que se negociaba por 4,5 bolívares por dólar.
La educación que recibían los niños y jóvenes de esa época tenía un alto componente de la herencia de la dictadura de Pérez Jiménez. Estaba restringida a grupos concentrados en las grandes ciudades y apenas se comenzaba una “democratización” que tuvo como precio un descenso de la calidad.
Si, atendiendo a los criterios enunciados al comienzo, se hubiese logrado una evaluación adecuada del país, hubiésemos obtenido una calificación adecuada. Digamos que en una escala del cero al veinte, Venezuela hubiera logrado una nota cercana a un quince.
Si hubiésemos repetido los hipotéticos procesos descritos veinte y cinco años más tarde, hubiésemos enfrentado una realidad muy distinta. La población nacional, para 1985, debía andar por unos 16,3 millones de habitantes. Ese crecimiento explosivo no tuvo su razón en el incremento vegetativo de la población, su razón fundamental estuvo en la explosiva inmigración que ahora provino de varios países latinoamericanos y caribeños. Las fronteras de la nación se hicieron laxas, proliferaron los llamados “caminos verdes” y si bien debemos anotar lo importante que fue para cada uno de esos inmigrantes el cambio y progreso económico que les permitió exportar cantidades importantes de sus ingresos a sus países de origen, sus limitados orígenes y preparación, hicieron que por una parte conformaran un grupo de personas deficitarias pues contribuían con la riqueza nacional bastante menos que lo que requerían en servicios de salud y educación; eran personas con fuertes ambiciones y deseos de progreso pero con amplias carencias en preparación. La nota que hubiese recibido la Venezuela de la segunda década de los ochenta hubiese sido bastante menos, posiblemente cercana al apenas aprobatorio diez que se había constituido en el objetivo de la gran mayoría de los estudiantes. Nuestra moneda había comenzado el tránsito del despeñadero, para fines de 1985 un dólar valía quince bolívares, se había devaluado tres veces.
Transcurridos otros veinticinco años nos encontramos atrapados en una tragedia. Las autoridades nacionales estiman que la población actual está acercándose a los veinte y nueve millones de ciudadanos. Para sumar una cantidad de habitantes que se acerque a la mitad es necesario subir hasta los veinte y cuatro años de edad (en cincuenta años nos hemos envejecido cinco) y cuando se realicen censos precisos, encontraremos graves huecos en dicha distribución.
Venezuela está aquejada de una de las enfermedades más graves y terribles. De un país receptor de inmigración desde todos los tiempos, en los últimos veinte años se ha transformado en un país exportador de talentos. Solo pequeños ejemplos. De acuerdo a investigaciones muy serias adelantadas por el Doctor Iván de la Vega, alrededor del cincuenta por ciento de los profesionales y científicos que se educaron y adquirieron grados del cuarto nivel universitario (pagados con el dinero de todos los venezolanos), doctores y maestros de los de verdad, están laborando en otros países. De acuerdo a las estadísticas adelantadas por Gente del Petróleo, un muy alto porcentaje de los veinte mil trabajadores que fueron despedidos y estafados por la industria petrolera venezolana, se encuentran en los más diversos destinos, entre otros, haciendo progresar de manera muy importante a la industria petrolera colombiana. El gremio médico, inicialmente invadido por mercenarios cubanos, asiste hoy a la imposibilidad de lograr aspirantes a los estudios de cuarto nivel pues la mayoría de los graduados que pudieran acceder a dichos cursos, prefieren hacerlo en otros países que les brindan innumerables ventajas para el tiempo de estudiantes y para su futuro inmediato. España es uno de los países más beneficiados.
Seguridad, posibilidades de empleo y que estos sean remunerados adecuadamente, fueron las tres características que mencionaron emigrantes venezolanos establecidos en distintos países, en el programa excelente de César Miguel Rondón emitido el viernes 23 de abril. El dólar, ahora, cuesta dos mil veces más.
Estas variaciones cualitativas y cuantitativas en la población venezolana nos hacen suponer que si aplicásemos el procedimiento por tercera vez, ahora Venezuela estaría raspada. No aprobaríamos el examen. Cuanto nos va a costar, a las generaciones futuras, lograr dar los pasos necesarios para obtener una calidad de ciudadanos adecuada y comparable con la que teníamos en tiempos que eran mejores y no lo sabíamos.