La burocracia en la revolución absurda
Uno de los aspectos que más me preocupan de este proceso de transición al socialismo del nuevo siglo es el sometimiento de la burocracia a situaciones absurdas y degradantes. Por definición el burócrata tiene como primera prioridad conservar su condición. Esto es extensible a muchas actividades humanas, pero en el burócrata alcanza sus niveles más excelsos. Su trabajo siempre ha estado sometido al cambio de jefes, de lineamientos, de órdenes. Todo burócrata que se respete sabe amoldarse a esta situación. Desde que el novato alcanza una posición aprende a conservarla. Perdonen la referencia personal, pero hablo del asunto con conocimiento de causa por los largos años que trabajé como burócrata. Tuve grandes maestros. Uno de los mejores, ilustrándome sobre el trato a las cambiantes autoridades, me decía: “Trata bien al que está abajo, que siempre te lo agradecerá. Cuando está arriba no es importante porque todo el mundo lo trata bien y no va a echar en falta tu adulación”. Sin duda tenía un post grado en comportamiento burocrático y con el tiempo lo demostraría sobreviviendo incluso a los talibanes revolucionarios. Así, el mundo de los funcionarios tiene sus pautas de conducta, si las autoridades lo obligan a degradarse lo hará sin ningún prurito, por un sentimiento darviniano de conservación.
Por eso me preocupa tanto la situación de la burocracia en esta revolución del absurdo. Algunas de las tareas que se le imponen son sencillas de cumplir. Si el jefe te dice que tienes que ser rojo rojito, ¿qué importa?, te conviertes en rojo rojito. Eso es fácil, basta con quedarse callado y ponerse una cachucha de vez en cuando. ¿Qué otra cosa implica ser rojo rojito para el trabajo de un funcionario? Ninguna, sólo se le está pidiendo manifestar su sometimiento, cosa normal para un burócrata. Lo malo es cuando empiezan a pedirles cosas incomprensibles que los confunden, los paralizan y los degradan. Lo peor es que vivimos una revolución mediática que vive de los eslogan y tiene que renovar la esperanza continuamente. Por eso los lineamientos cambian con gran velocidad aumentando la confusión.
Primero se dijo que la revolución se ocupaba de cinco ámbitos: lo económico, lo social, lo internacional, lo político y lo territorial. Rápidamente toda la administración pública se aprendió el lineamiento. Enseguida se distribuyó el eslogan: Venezuela ahora es de todos, con logotipo incluido, y se ordeno acompañar todo documento público con los ridículos muñequitos de manos abiertas. Una incongruencia cuando en paralelo se aplicaba ferozmente la lista Tascón. Pero todo el mundo entró por el aro. Después llegaron los cinco motores de la revolución (tienen una fijación con el número 5), hasta el punto de que ahora se ha convertido en pregunta obligada en los exámenes de reclutamiento de funcionarios. Una estupidez, porque el buen burócrata se aprende las lecciones aun antes de conseguir el puesto. Pero donde se botaron fue cuando inventaron que ahora todas las empresas públicas tienen que ser socialistas. Aquí sí que a los burócratas se les tranca el serrucho y no hayan que inventar, porque una empresa socialista es algo que no entiende nadie, empezando por los jefes que dan las órdenes.
¿Cómo se produce aluminio socialista? ¿O electricidad socialista? ¿Hay una forma socialista de recoger la basura? ¿O de diseñar un acueducto? A los burócratas se les enreda el volador y lo único que se les ocurre es inventar algunos programitas sociales ineficientes y cacarearlos a toda voz: Con esta línea eléctrica hicimos una escuelita en una aldea que quedaba cerca; tenemos un programa de ahorro de agua en las poblaciones cercanas al acueducto. Y así ser socialista se convierte en demostrar que las organizaciones públicas “aman” a la gente, aunque su accionar sea ineficiente y disperso.
Por esta vía los funcionarios se degradan, se confunden tratando de hacer cosas ajenas a su función, la cual es prestar un servicio público eficiente en las áreas bajo su responsabilidad. Nuestros talibanes tendrán que desengañarse y entender que no hay forma de que la gestión pública mejore con una burocracia degradada.