La biblioteca infinita de Borges
Apareció en el mercado el libro irreal que es capaz de contener todos los libros, como si se tratara de una vieja propuesta de Borges, que en sus sabias fantasmagorías inventivas, supo adivinar, entre otras cosas, el futuro de la lectura: el libro infinito que cabe en la palma de la mano, y se puede meter en el bolsillo. El libro que es a la vez una biblioteca. La biblioteca que a su vez es todas las bibliotecas, y no tiene límites.
Amazon ofrece su artilugio Kindle, que tiene el tamaño de un libro normal, 13×19 centímetros, y pesa 10 onzas. Su pantalla ofrece la textura del papel mate (libre de ácidos, deberíamos decir, y así nunca se pondrá amarillo), una superficie de lectura perfecta, que no brilla y no ofende los ojos. Pero en la página que uno tiene a la vista, además, se puede elegir el tamaño y el tipo de letra más adecuado al gusto propio, y a la propia capacidad de visión de cada quien.
Allí comienzan, apenas, los atractivos de este libro de los libros electrónico, pero estas no son ventajas exclusivas suyas. A mí me pasó hace poco, que buscando El banquete de Platón para una consulta, fui al tomo de mi biblioteca, y me di cuenta que no podía con aquella letra menuda impresa en papel cebolla. Lo busqué entonces en línea en mi computadora, lo bajé, y pude poner sus páginas en la fuente de letra que más me gusta, que es la Georgia, y en 14 puntos, el tamaño más agradable para mí.
Me di cuenta entonces de que estaba trasponiendo una puerta prohibida, nada menos que sustituir la lectura de uno de mis viejos libros reales, por otro que de verdad no existe, que sólo es figurado, pero que, para los efectos, cumple con la misma función: informar, formar, transmitir conocimientos, divertir, deleitar. Y esto que aún no me hallaba en el reino del libro imperecedero, la biblioteca sin fin que es Kindle.
Porque volvamos al principio: Kindle es una terminal para bajar del espacio cibernético todos los libros que uno quiera, en el término de un minuto. La biblioteca de Borges. Podemos ordenarle un libro que queremos leer, y lo baja por sí solo, sin necesidad del auxilio de una computadora.
Tampoco necesita de cables ni alambres, pues opera a través de la red EVDO de alta velocidad, y por eso mismo uno puede bajar un libro en cualquier lugar donde se encuentre, en la calle, en la oficina, en su casa, en un aeropuerto, y bajarlo en ese brevísimo tiempo de un minuto, quizás unas diez veces menos de lo que tardaría el bibliotecario en localizarlo en los estantes de una biblioteca más que eficiente, y traérnoslo.
La existencia en los estantes virtuales a disposición de Kindle es, por el momento, de 120 mil libros, el tamaño de una biblioteca respetable, y al bajarlos, puede almacenar doscientos de ellos. Pero pregunten de un año y verán que esa cantidad ha crecido ya muchas veces, de modo que cuando nos digan pronto que ya existe un millón de títulos disponibles, y que Kindle puede guardar mil, no habrá por qué extrañarse.
Y es también una librería, algo que desborda ya al mismo Borges, que se imaginó perdido en los laberintos de una biblioteca infinita, pero no en los de una tienda virtual donde los libros se compra con tarjeta de crédito. Por el momento, se ofrecen a mitad de lo que valen en las librerías reales. Y en los estantes hay también periódicos, los más importantes del mundo en diversos idiomas, lo mismo que revistas; se puede consultar la Wikipedia, y acceder también a una lista de blogs. Y, buena noticia para los escritores, sus derechos de autor resultan triplicados.
Habrá mucha basura, seguramente, entre las ofertas de Kindle, libros mediocres, libros más o menos, y libros muy buenos, entre clásicos y modernos, que es lo mismo que ocurre cuando uno se enfrenta a las mesas de novedades y a los estantes de una librería real. Ya están enlistados, por el momento, los infaltables best sellers. E igual que en la librería real, en Kindle uno puede comprar viendo primero la portada, y lo que dice la contraportada, y puede leer un capítulo de manera gratuita. Un manoseo, eso sí, a través de la pantalla que hace de página.
Todos los libros que uno quiera en la palma de la mano, entonces. Comprar a mitad de precio, y evitarse salir de la librería cargado con bolsas que luego no halla uno donde colocar, y que siempre reclaman un lugar en los estantes ya agobiados de nuestra biblioteca, que ya no dan para más.
Y para mayor ventaja, ahora se trata de libros que no serán capaces de molestarnos recordándonos con su presencia que ya tenemos demasiados, y que no avanzamos más que lentamente en cumplir con leerlos. Entramos en ese sueño terrible de los estantes vacíos, o de los estantes desaparecidos por inútiles. Todo estará guardado en nuestro bolsillo, en las entrañas del libro compacto que no tiene páginas, sólo memoria.
Lo dicho en los párrafos anteriores puede sonar como una propaganda entusiasta de mi parte, y además, gratuita. Pero hay un pelo en la sopa, aunque la sopa sea de letras, y es lo mismo que dice la vieja canción: un viejo amor, ni se olvida ni se deja. Debo fidelidad eterna a mis libros, los libros de verdad, y así lo declaro.
Libros reales que han andado conmigo por el mundo entre penas y exilios, comprados de segunda mano en viejas librerías, o nuevos, aún sus cuadernillos vírgenes, cuando aún se imprimían aquellos libros sin refilar que era necesario rasgar con un abrecartas. Libros cada uno con su peso y con su aroma, su olor a tinta en mis narices, la tersura de sus páginas en mis manos, la intimidad que ganamos entre ellos y yo desde hace tiempo siempre viva, compañía para siempre en la isla desierta.
Libros de tersa textura impresos en el viejo papel que nos deparan los bosques silenciosos, libros que abrimos y olemos por primera vez con esa sensualidad que sólo ellos nos regalan. Libros que produzcan entre nuestros dedos el mismo rumor familiar cuando pasamos sus páginas.