La batalla solitaria de un corredor de fondo
1.- La mirada de preocupación del médico de guardia fue suficientemente alarmante como para que a Mitzi Capriles se le abríera el suelo a sus pies. Sin embargo volvió a hacer acopio de fortaleza y retuvo las lágrimas que estuvieron a punto de derrumbarla durante los seis días más duros de su vida. “Está bajo los efectos de una hipoglicemia”, escuchó decirles a sus enfermeras mientras tomaba las primeras medidas. “No se preocupe, Mitzi” le dijo con una mirada más comprensiva, “en algunas horas lo tendremos bajo control”.
El shock insulínico suele ser el resultado de una dieta escasa en alimentos. En este caso no se trataba de una dieta: Antonio Ledezma Díaz, Alcalde Metropolitano de Caracas, llegaba a la clínica al comenzar la tarde del miércoles 8 de julio tras seis días sin ingerir alimento alguno y al borde de un coma diabético. Con cinco kilos menos de peso, deshidratado y sufriendo los clásicos efectos del shock insulínico: sudores fríos, convulsiones, dolor de cabeza, frecuencia cardíaca rápida y temblores.
Si tales son los síntomas en personas que sufren el trance, en el caso de Antonio Ledezma se veían agravados por la tensión de una situación extrema. Debía soportar los cambios de humores del embajador de la OEA en Caracas, la amenaza a ser desalojado de manera violenta de una sede diplomática que no cuenta con extraterritorialidad, el manejo de su desafío al Secretario General y un relativo control de los funcionarios de su despacho, encargados de manejar la situación política en las afueras de la sede diplomática.
Todo lo cual agravado por la inoportunidad del momento en que decidió quedarse en el interior de la sede de la OEA e iniciar una huelga de hambre indefinida. Un viernes al mediodía, cuando el país se apresta a postergar todos sus asuntos y los medios están prácticamente paralizados. En medio de una grave crisis internacional como la de Honduras, que copaba todos los titulares de los medios nacionales e internacionales y mientras el mundo, como si no fuera suficiente con las amenazas del presidente de la república y el atropellador bloqueo de los países miembros de la OEA orquestada por Raúl Castro en comandita con Hugo Chávez y los miembros del ALBA, se preparaba a vivir el funeral del siglo. Competir con Manuel Zelaya, que mantiene en vilo a América Latina mientras sobrevuela Tegucigalpa, y con Michael Jackson, enfundado en una urna de 14 quilates viviendo el espectáculo más insólito de su atribulada existencia, suponía una extraña capacidad de apuesta. Una apuesta de alto riesgo cuyo único desenlace posible era el éxito. O la muerte. Sin términos medios. ¿Cómo pasaron esas ciento y pico de las horas más dramáticas de Antonio Ledezma?
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El viernes 3 de julio a las siete en punto de la mañana llegaba a su despacho privado de la Avda. Libertador. Allí se reunió durante tres horas con el grupo multidisciplinario que le asesora. Tema principal: la continua violación a sus atribuciones, agravadas la noche anterior por el asalto armado a las oficinas de la Alcaldía Metropolitana en la Torre Lara, así como el reiterado incumplimiento del pago del situado constitucional, que mantiene en la absoluta indigencia a miles y miles de modestos trabajadores. Estaba profundamente preocupado por la gravedad de la situación. Muchas de las trabajadoras de la alcaldía, algunas en avanzado estado de gravidez, no tenían literalmente con qué alimentar a sus hijos y muchos de ellos debían faltar al trabajo por carecer de los medios para pagar el transporte.
La gravedad del caso hondureño, agudizado por la masiva y descarada injerencia del gobierno venezolano, había venido a alterar radicalmente la estrategia de denuncias con la que el Alcalde Metropolitano pretendía lograr la mediación del Secretario General de la OEA, con quien se reuniera un par de semanas antes en su despacho de Washington. Una estrategia sistemática y bien planificada que lo llevara a Bogotá y a Nueva York en un periplo signado por el éxito. Situándolo en el escenario mediático internacional como uno de los más destacados líderes democráticos venezolanos. Si no el único líder venezolano de alto perfil en las grandes ligas de los conflictos internacionales.
Discutió el contenido de la comunicación que había decidido hacerle llegar a José Miguel Insulza y que le fuera presentado por el equipo de ex embajadores que le acompañan en su difícil y accidentada gestión. Sin duda ninguna, el más experimentado grupo de embajadores que junto a politólogos, sociólogos, economistas y expertos en comunicación le asesoran ad honorem.
A las 10 en punto se montó en su camioneta oficial, acompañado por dos de sus principales colaboradores, dirigiéndose de inmediato a la Plaza Brión de Chacaíto, desde donde seguiría hasta la sede de la OEA en Las Mercedes. En el trayecto se habló de Honduras. Ni una sola palabra de la OEA. Desde la Plaza Brión y luego de algunas declaraciones a los medios continuó a pie hasta la calle Orinoco. Llegando a la sede le comunicó brevemente a Mitzi, su esposa y compañera de luchas desde hace veinticinco años, la decisión de iniciar una huelga de hambre. “Dime si lo apruebas” – le dijo a media voz – “que si no estás de acuerdo respetaré tu decisión”.
Ante la respuesta afirmativa de quien le ha acompañado a lo largo de estos años de luchas y combates intentó comunicarles la decisión a Héctor Urgüelles y a Agustín Berríos, que caminaban tras suyo. No lograron descifrar el gesto. Subió al segundo piso acompañado por el ex embajador Milos Alcalay, que desconocía la jugada. Estaba dando uno de los pasos más trascendentales de su carrera política.
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Ese mediodía la noticia corrió como la pólvora: “el alcalde Antonio Ledezma se ha declarado en huelga sintió el golpe como un mazazo. Lo comunicaría de inmediato a su superior jerárquico, ocupado en la resolución del caso hondureño y seguramente fastidiado por una oposición venezolana que no parece serle muy grata.
Pocas horas después más de una docena de trabajadores de la alcaldía tomaban la decisión de acompañarlo en su histórico paso. El hecho conmovía a la opinión pública y traspasaba nuestras fronteras. Pero esas primeras cuarenta y ocho horas darían paso a una dramática lucha contra el tiempo. Serían las horas más complejas por la incertidumbre y la soledad de los protagonistas.
Entre tanto y tras setenta largas horas de silencio se esperaba una llamada telefónica desde Washington. Las cuatro exigencias de Antonio Ledezma eran perfectamente posibles, pero exigirían del Secretario General la voluntad de mediar ante el presidente de la república. De ellas, la más urgente se refería al pago inmediato del situado. Las otras tenían que ver con la imperiosa necesidad de iniciar un proceso de negociación y diálogo entre las autoridades opositoras y un gobierno decidido a desconocer la voluntad soberana.
Fue recién al atardecer del lunes, más de cien horas después de iniciada la huelga, que el Secretario General se dignó llamar a su sede en Caracas y ponerse al habla. Únicos testigos: Milos Alcalay y Rodezno. Un intercambio firme y cordial, en que Antonio Ledezma le reiteró sus exigencias, se mostró comprensivo ante el retraso de la llamada – “lo sé atareado en Honduras, Dr. Insulza, pero Venezuela merece la misma atención” – y le señaló con meridiana claridad su decisión de llevar su decisión hasta sus últimas consecuencias. Ante el dramático relato de la situación de sus miles de trabajadores, Insulza se comprometió a ponerse de inmediato al habla con el presidente venezolano y facilitar un encuentro con gobernadores y alcaldes asediados y perseguidos por su gobierno. El objetivo de la huelga se había logrado. Sólo faltaba comprobarlo con hechos: la declaración oficial de que el gobierno había procedido a pagar el dinero adeudado. Lo hizo ese mismo lunes. La declaración oficial esperó algunas horas. El drama había terminado.
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Sólo un iluso podría darse por satisfecho con el cumplimiento de la más elemental de las exigencias, mientras todas las restantes reivindicaciones permanecen incumplidas: la Alcaldía Metropolitana está virtualmente asediada y castrada en sus principales atribuciones. Y Antonio Ledezma de iluso no tiene un pelo. Es posiblemente el político más fogueado con que se enfrenta Hugo Chávez. Y su enemigo potencial más poderoso.
Pero la huelga de hambre llevada a cabo en condiciones más que desfavorables y el exitoso desenlace de la misma sienta un precedente de incalculables proyecciones hacia el futuro inmediato. La lucha se desplaza del plano de las encuestas y las proyecciones electorales – en los que el régimen parece encontrarse en la más desfavorable de las posiciones desde abril del 2002 – a la ética y la moral, replanteando la naturaleza existencial de la tragedia que vive la República.
Ejemplariza de la manera más diáfana y categórica que para salir de este grave atolladero, ante el cual el caso hondureño es juego de niños, hará falta que la dirigencia política opositora ponga la vida en juego, se atrinchere en las posiciones conquistadas, hunda sus raíces en la sociedad civil y rechace de plano las tentaciones de la pusilanimidad, la obsecuencia o el exilio.
La oposición apuesta a las elecciones parlamentarias y a las presidenciales. Deberá imponer su realización y obtener condiciones mínimas de trasparencia y decencia. Puede salir victoriosa de ambas contiendas. Pero sólo si está decidida a jugarse la vida por defender el sistema democrático y no transar en asuntos esenciales. En ese sentido, la huelga de hambre produjo un cambio cualitativo, empujó como nada ante el proceso de unificación de las fuerzas democráticas y puso el paradigma de un líder dispuesto a entregar su vida por la patria.
Imposible mayor logro. El riesgo valió la pena.