Opinión Nacional

La arrogancia del poder

Existen personas que creen tener la verdadera y única respuesta para algunos de los problemas más importantes de su tiempo. Para algunos, esa creencia es lo suficientemente fuerte que responden como el Quijote, arrogantemente determinado a convencer al resto del mundo sobre su visión de la realidad. Evidentemente, ciertos escasos iluminados pueden tener la razón histórica para resolver un problema fundamental, pero la gran mayoría son simples excéntricos destinados a desaparecer sin gloria, pensando que casi lo lograron.

Este sentimiento de superioridad, manifestado en forma imperiosa y despótica o como reclamos y declaraciones presuntuosas es típica arrogancia. La psicología del comportamiento señala que se trata de un mecanismo de defensa con el cual se intenta enmascarar la deficiente autoestima y la incapacidad operativa. Reclamos exorbitantes de rango, poder, estima, dignidad, exageración de la importancia de su persona, desprecio orgulloso de otros, lo caracterizan. En la política, la arrogancia es particularmente destructiva.

Un best-seller

(%=Link(«http://bioguide.congress.gov/scripts/biodisplay.pl?index=F000401″,»J. William Fulbright»)%) fue uno de los políticos estadounidenses de mayor integridad en su tiempo, asesor estrecho del presidente Kennedy y un duro crítico del ruinoso curso de la política exterior, particularmente en la guerra de Vietnam. Siendo jefe de la Comisión de Relaciones Exteriores del senado por el partido demócrata, cargo que ejerció durante catorce años consecutivos, escribió en 1966 La arrogancia del poder, libro que inmediatamente se convirtió en best seller. Describía, que el enorme poder militar de Estados Unidos lo conducía hacia actitudes imperiales similares a las del imperio romano o la Gran Bretaña del siglo 19 y que tal espíritu había infectado a la nación tan profundamente produciendo efectos que luego tendría que lamentar. Pero la arrogancia del poder ha echado pie en otras latitudes. Ya no se trata de la tendencia de las naciones desarrolladas de querer igualar el poder con la virtud y las principales responsabilidades con una “sagrada” misión universal, sino de pequeñas naciones subdesarrolladas y sus gobiernos autoritarios que emplean la violencia y la fuerza, en sus varias formas, como manifestación de superioridad frente a sus opositores políticos e imponer unilateralmente sus “sagradas misiones” populistas.

En la Venezuela actual

El caso venezolano es emblemático. La fortaleza de toda democracia reside en la libertad de disentir, pero en nuestro país el disenso político es concebido como enemistad hacia el régimen, que lo mira con temor y califica de oprobioso. El temor a las opiniones de los demás y la intolerancia contra el pensar diferente es un arrogante rasgo característico del gobierno actual. Gente con apellido preciso es segregada formalmente por no estar de acuerdo con el Gobierno. ¿Resurge (%=Link(«http://bioguide.congress.gov/scripts/biodisplay.pl?index=M000315″,»McCarthy»)%), precisamente ahora que Venezuela es de todos, según el conocido eslogan oficial? La arrogancia del poder obtiene ventajas o derechos, incluyendo ventajas retóricas, a través de la violencia cualquiera sea ella. En este sentido, la arrogancia es un aspecto de la agresión. La arrogancia busca acobardar y despreciar a otros con tal de alcanzar sus fines. ¿Cómo calificar sino de arrogante la alucinante, truculenta e inconstitucional idea de convocar un ejército de reservistas veinte veces mayor que el contingente de la Fuerza Armada regular, sujeto sólo al control del Presidente? ¿Será, acaso, muestra de desconfianza en esa Fuerza Armada o será su ejército personal para atemorizar y detener la protesta en Venezuela? ¿O es que no tuvo soldaditos de juguete en su niñez? ¿Milicia contra Fuerza Armada? Si en la España fascista se gritó » (%=Link(«http://www.terra.es/personal/waffen31/unamuno.htm»,»muera la inteligencia»)%) ”, en nuestro país no sólo se reproduce el infame eslogan, sino que se intenta ahora acabar de esa manera con la civilitud.

¿No es una brutal expresión de la arrogancia del poder el embargo, la ocupación y el secuestro de las instituciones clave del país, indispensables para la fortaleza y el ejercicio autónomo de sus atribuciones, asignando en sus direcciones a reconocidos adeptos del régimen, sólo por “su compromiso revolucionario”? El Tribunal Supremo, el Consejo Electoral, los Poderes Moral y Ciudadano, la Fuerza Armada son algunos de ellos. La Constitución ya no es una realidad; ha sido transformada en una ilusión, en una abstracción, en un gaseoso concepto manipulado por la retórica oficial, cuya observancia se exige al opositor pero que es sistemáticamente violentada por el Gobierno. Arrogantemente se intenta modificar a su arbitrio la historia de Venezuela, para construir una historia oficial. Arrogancia rayana en traición a la patria es la incondicional entrega del país a una senil dictadura tropical, de presencia en sectores estratégicos de la nación. Para encubrir sus actos e intenciones, la mentira y el más oprobioso cinismo son el lubricante del discurso oficial procaz, que explota en su beneficio la inocencia, el candor, la credibilidad, la desesperanza e ignorancia de los venezolanos más humildes.

¿Simbolismo neofascista?

El arrogante poder venezolano intenta dividir al país en dos trozos excluyentes: los míos (los buenos) y los otros. Para ello incita al odio y violenta derechos humanos. Para aquéllos, hipotéticamente se entrega todo, particularmente su “dignificación”; para éstos el (%=Link(«http://www.historiasiglo20.org/GLOS/apartheid.htm»,»apartheid»)%) criollo, la muerte política, la muerte espiritual y moral y ¿por qué no?, hasta la muerte física. Así como el nazismo creó sus camisas pardas, el fascismo italiano sus camisas negras y el peronismo los descamisados, Venezuela tiene sus camisas y boinas rojas, y ahora los verde-olivo: los míos. ¿Sólo simbolismo?
Aupada por ella, a la arrogancia del poder se agrega el culto a la personalidad, la ciega inclinación ante la autoridad del líder y la ponderación excesiva de sus méritos reales, en la falsa creencia de que es su voluntad única lo que determina el curso de la historia. Huérfano de sana ideología, la arrogancia del poder del proceso venezolano intenta sustituirla con eslóganes y la promoción del culto a la personalidad con gigantografías y telones del caudillo que cubren edificios y con retratos y telas que revisten paredes de oficinas de la burocracia oficial. ¡A la más pura semejanza del estalinismo soviético y la Alemania nazi! Agréguese a ello la atosigante vanidad evidente en cada uno de sus ceremoniosos programas televisados y se obtendrá la mixtura conveniente para crear un neofascismo tropical.

Neopopulismo autoritarista

El humanismo democrático está siendo substituido arrogantemente por un intolerante, lento y asfixiante neoautoritarismo populista, que en algunos aspectos también pretende ser exportable. El gobierno engaña hasta el extremo al decreciente público cautivo que le sigue cuando, patriotero, anuncia repetidamente una supuesta agresión externa del imperio estadounidense y la emplea para alertar sobre una guerra “asimétrica”, lo que sólo es vapores de fantasía. Pero sí es el subterfugio para ocultar su apoyo a la creación o desarrollo de movimientos suramericanos de corte populista y autonomista. Eso es también arrogancia imperial, sólo que en microescala caribeña. Claro, la arrogancia imperial no es exclusiva de Estados Unidos. Y es también el parapeto que distrae para encubrir sus propias fallas, contradicciones y miserias internas, sobretodo el estruendoso fracaso en lograr bienestar y felicidad para todos los venezolanos. La pobreza creciente alcanza niveles intolerables, como expresan los (%=Link(«http://www.ine.gov.ve»,»indicadores socioeconómicos»)%) del propio Gobierno, que atentan contra la mínima consideración por la calidad de vida, la dignidad humana y la justicia social. La obscena corrupción sin culpables campea generando un nuevo-riquismo revolucionario. La anti-ética ha penetrado todos los estratos del poder.

La disyuntiva existencial

Si bien algunos críticos de la política exterior de los Estados Unidos argumentan que la misma ha cambiado poco desde la aparición del libro de Fulbright y, más aún, que muchos de los criterios expresados son válidos hoy en día, la arrogancia del poder allí descrita ha encontrado una variante tropical en el caso venezolano, con facetas más ordinarias, que también ha infectado a esta sociedad con consecuencias que, igualmente, habrá que lamentar. La autocracia venezolana, revestida aún de una tenue cubierta democrática, le está planteando al ciudadano común una macabra disyuntiva existencial frente al régimen: la elección entre la vida y la muerte. Pero siempre será posible sobreponerse al temor. Es hora de darse cuenta, de resistir y de contrarrestar democráticamente. Luego será muy tarde.

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