Opinión Nacional

La arquitectura de un sismo

Los eventos mismos de la naturaleza delatan al totalitarismo, edificando el absurdo en medio de las posibles ruinas y tristezas que puedan provocar. De tan universales consecuencias, acicate suficiente para adoptar todas las medidas de prevención que quepan en medio del inmenso despilfarro gubernamental, aun los más modestos constituyen una inmejorable ocasión para profundizar el control político, apenas contrarrestado por la humorada deslizada en la red de redes al avisar de la afanosa persecución del guarimbero Richter y la inmediata desarticulación del Movimiento Telúrico.

El procedimiento administrativo abierto a Globovisión, buscando la penalización de sus directivos, no sólo ejemplifica la obstinada pretensión de cerrar todas las emisoras independientes, bajo cualquier pretexto, sino la terca imposición de una enfermiza, abusiva y díscola interpretación de los hechos, capaz de dinamitar las razones para una convivencia pacífica y tolerante. En el fondo, el Estado incompetente, incluso para salvaguardar la vida y bienes indispensables de las personas, ansía legitimar su patente irresponsabilidad, prendado por un discurso político y jurídico de precaria arquitectura.

En su último sermón dominical, Chávez Frías ofreció una versión prácticamente heroica de la reacción oficial ante el consabido temblor, agotando todas las falacias de las que se sirve para pontificar desde la tribuna infalible de la conducción del Estado. Obviamente, a esas horas de la madrugada, se encontraba leyendo, y – con la completa serenidad del timonel que se sabe con un sismo de significación a cuestas – telefoneó rápidamente al vicepresidente y al ministro del Interior, igualmente despiertos, comprobando que Funvisis estaba activado, para impartir las instrucciones del caso. Sin embargo, otra fue la constatación de la población.

De un sentido tan irreversible y ampliamente democrático, el sismo inquietó a todos, fundamentalmente a los desorientados sectores predestinados a habitar las zonas de alto riesgo, pues no cabe otra conclusión luego de una década de promesas de una vivienda segura. Otros sectores, más informados, prontamente supieron del epicentro e intensidad del sismo, gracias a sus ventajas tecnológicas (por cierto, cada vez más accesibles), mientras que el canal de noticias (la materia prima), cumplió con su deber, siendo imposible toda comunicación con el personal que suponemos de guardia en Funvisis, tardando el gobierno nacional en dar el parte de la sublevación natural.

Un peligro tan objetivamente vivido, evidente, compartido y elocuente, resulta gravemente subestimado y teatralizado, como si la vida de las personas fuese – apenas – un coroto en la inmensidad de una galaxia revolucionaria que nos conmueve y la verdad misma, susceptible de una dislocación tal que pueda mantener en pie la mentira proferida. Para más señas, el mandatario alega que los odios y las conductas irracionales están de este lado, con una impunidad no menos conmovedora al autorretratarse como el héroe que dará captura a un “loco con cañón”.

Jamás ha logrado un producto innovador como el de la orimulsión, cuya patente ya no sabemos en qué manos está, pero dispara sus emociones con un artefacto móvil celular de nombre bien calculado y que ha movilizado a los efectivos de la Guardia Nacional para contener la demanda, en un clarísimo y planificado juego populista. Valga la acotación, porque ha intensificado lo que podríamos llamar la “pedagogía vergataria”, convirtiendo los fenómenos naturales en una hazaña contra la guarimba y el golpismo, asegurando que el milagro chino se debe al socialismo y no a su muy salvaje capitalismo, protagonizando proezas como la de reprimir modestas manifestaciones pacíficas y desarmadas de la oposición y, personalmente tomando 300 embarcaciones en el Zulia, tildar la operación de “batalla naval libertadora”.

Ganar batallas, perder la guerra: poco le importa la siniestra relación terremoto-pobreza o la pérdida de vidas a manos del hampa que dejan pálidas las cifras del bombardeo afgano que tanto le irritó la vena propagandística, pues – tenebrosa arquitectura – los costos humanos, sociales y económicos, son poca cosa al lado de sus infelices opiniones, discursos y declaraciones. Perdidos en el espacio sideral, en la gigantesca oquedad de un proceso, la desocialización acelerada camina hacia un estúpido sentimiento de culpa, cuando otro es el victimario, interesado exclusivamente en un relacionamiento con el Estado que le dé sentido a la travesía.

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