La amenaza totalitaria: Cuando los disparates se asumen como verdad
En la medida en que su gestión de Gobierno se ha ido hundiendo en el tremedal de la incompetencia, Chávez no ha titubeado en acudir a las más disparatadas acusaciones para eludir su responsabilidad. Los últimos intentos por culpabilizar a los ricos por la escasez de agua porque riegan sus jardines o a los centros comerciales por los apagones, no pasarían de verse como una bufonada risible si no fuera porque hay gente que se lo cree.
Con relación a estos dos problemas los disparates del Presidente parecen bastante inocuos, a no ser que piense que consiguió la excusa para no resolverlos, condenando con ello a los venezolanos a seguir padeciendo de cortes eléctricos y suministro de agua. Sin embargo, esta manera de abordar las dificultades plantea serias amenazas cuando se extiende a otros aspectos de la vida política nacional.
Vienen a la mente la criminalización de la protesta y la citada conspiración desde Colombia, ambas comprometidas supuestamente en la desestabilización y posterior liquidación de la “revolución”. La intolerancia y la paranoia exhibida por el teniente coronel en sus delirios sienta las bases para la radicalización de sus propuestas, cuya expresión en la creación de una milicia Bolivariana, la constitución de cuerpos combatientes con los empleados públicos y la invitación a los campesinos que formen grupos armados, son realmente alarmantes. La invocación reiterada de un enemigo, externo e interno, alimenta la galvanización de la fanaticada en torno suyo, prestos a marchar al combate ante la menor señal de su Comandante.
“Es el pueblo en armas, la guerra de todo el pueblo”, profirió Chávez al promulgar la reforma a la Ley Orgánica de la Fuerza Armada Nacional, ahora rebautizada como Bolivariana. Por último, la muletilla necia de atribuirle la culpa al “capitalismo” de cuanto mal, real o imaginario, se presente en esta Tierra de Gracia o afecte su popularidad, no puede sino acentuar los niveles de ciega irracionalidad de sus partidarios.
Todo lo que caiga bajo esta denominación en la retórica de Chávez servirá de pretexto, tarde o temprano, para vaciar contra el los resentimientos de sus camisas rojas. Con tal justificación, ha ido destruyendo progresivamente a las instituciones de la democracia venezolana.
Lamentablemente, no basta oponer la primacía de la razón a los disparates de Chávez. El imaginario de lo absurdo que ha venido urdiendo durante años entre los suyos presupone las siguientes tres condiciones:
1) La ignorancia de aquellos a quienes se busca reclutar para la defensa ciega, a toda prueba, de la “revolución”. Nadie mejor que el magistrado del TSJ Francisco Carrasquero, de tan triste recuerdo por su pasantía en el CNE, para ilustrar de qué se trata. En una reciente intervención en el Foro, Intervencionismo, Soberanía y Democracia, organizado por el Frente Nacional de Abogados Bolivarianos y la Fuerza Socialista de Profesionales, Técnicos e Intelectuales, soltó la siguiente barbaridad:
“Este proyecto revolucionario que estamos iniciando en Venezuela no se agota en la simple democracia política, económica, cultural: alcanza la familia, por supuesto en la educación basada en la indoctrinación (sic) política, económica, social y cultural; si no, no podemos ser defensores de la revolución”. El Nacional, Pág. 3 Nación, 18/10/09
Es decir, no debe educarse para la libertad, para dotar de las herramientas requeridas para que el ciudadano pueda afrontar exitosamente los desafíos de la sociedad del conocimiento, sino cerrar filas para sumergirse en el estrecho túnel de las “verdades” oficiales: el oscurantismo del siglo XXI.
2) El control de los medios. La existencia de medios independientes, más cuando osan ser críticos, representa una incomodidad mayúscula para las pretensiones de control del líder indiscutido. Como revela la interminable agresión contra éstos desde que asumió la presidencia, Chávez no descansará hasta alcanzar, por la vía que sea, acallarlos. En la prosecución de su “hegemonía comunicacional”, ha convertido al Estado en principal dueño de medios audiovisuales, muchas veces a la fuerza. Los iniciados en los misterios del “proceso” ya se someten a escuchar una sola versión de los acontecimientos al excluir expresamente la lectura de periódicos o la observación de canales televisivos, distintos a los oficiales. Se aíslan así en un circuito “informativo” cerrado a toda contrastación con la realidad que refuerza las percepciones maniqueas que alimentan su fe “revolucionaria”. Las mentiras del Comandante, de tanto repetirse, se transforman en “verdades”, reforzadas por la corte abyecta de loros que se hacen eco de tales imposturas desde sus curules en la Asamblea Nacional y/o sus despachos ministeriales.
3) La apelación a lo afectivo, a lo emocional, para cerrarle la puerta definitivamente a la intromisión de la razón. Ello se acompaña de una invocación moralista según la cual el bien y el mal se identifican, rigurosamente, por su afinidad o no con el “proceso”. Se instala la odiosa doble moral que convierte a los asesinos de Puente Llaguno en “héroes de la Revolución”, mientras condena a largos años de prisión a quienes intentaron evitar la tragedia del 11-A. No es menester pensar o reflexionar sobre el mejor camino a seguir cuando la afiliación afectiva comanda el deber ser. El “Chávez ES el pueblo” disuelve toda duda y convierte en traición la incredulidad. La simbología patriotera invocada en apoyo de su gestión y el fomento del odio a quienes son señalados como culpables de las desdichas del Pueblo (con mayúscula), exime a la mente de oponerle resistencias a lo que dicta el fervor. Así, cual cruzado medioeval o jihadista islámico, la fe en las “verdades” reveladas por el redentor de los pobres –Chávez- sustituye todo discernimiento basado en hechos, datos y realidades para arremeter contra “el enemigo”.
Contrario a toda previsión de conducta racional, el teniente coronel ha preferido “huir hacia delante” en vez de recapacitar y enderezar entuertos. Al quemar sus naves con el proceso democrático del diálogo, del forjamiento de consensos en torno a su programa político, decidió confiar su destino en un grupo cada vez más reducido de fanáticos que no conocen freno moral, ético o político para hacer avanzar la “causa”. Atrincherados en la falsa realidad construida a partir de las mentiras y disparates del Presidente, cualquier apelación a la razón, a la búsqueda de un entendimiento con base en la verdad, les resbala. No se discuten los argumentos de quien disiente, se descalifica a su persona para obviarlos.
Ahora cuando el Gobierno arremete contra las universidades nacionales salen a flote de nuevo las acusaciones de que son “elitescas” y que se colocan “de espaldas a la realidad” refugiándose en su autonomía. Se intenta neutralizar los reclamos por un presupuesto justo comparando el costo por alumno de la UNEFA –institución hipertrofiada por el populismo para dictar clases de baja calidad a más de 200.000 inscritos- con los de la UCV, dotada de laboratorios, estaciones experimentales y otros medios de apoyo, y en la cual cursan 12.000 estudiantes de postgrado. Se ignora deliberadamente el carácter académico de la universidad para promover el voto igualitario de docentes con empleados, obreros y alumnos con el fin de someter su conducción a consideraciones políticas “revolucionarias”, acabando con el pensamiento crítico e independiente que anida en ellas, y corroyendo la docencia y la investigación de calidad. En aras de imponer la única “verdad” admisible, se está dispuesto así a destruir al instrumento que, por excelencia, está dotado para afrontar los desafíos de la sociedad del conocimiento globalizada y aportar soluciones de altura a los problemas que agobian nuestra población. Es triste encontrar a algunos profesores universitarios echar por la borda sus largos años de entrenamiento en el cuestionamiento de las verdades establecidas y su otrora defensa de la autonomía universitaria, para abrazar sin chistar las explicaciones simplistas, maniqueas, que les proporciona Chávez.
Chávez ha tendido la cama para imponer su voluntad omnímoda sobre el resto de los venezolanos, apoyándose en un grupo reducido de fanáticos y en la conversión de la FAN en un ejército pretoriano. No puede ser consuelo saber que merma su popularidad y que ahora se encuentra en minoría. Las hordas hitlerianas fanatizadas que causaron tanto destrozo a propiedades y vidas de quienes eran considerados enemigos, probablemente no pasaron de ser una exigua minoría de la población alemana en términos cuantitativos. Pero ante la indiferencia, evasión o aquiescencia de la mayoría, pudieron someter al país a los designios del Führer, quien, con un celo enfermizo, los condujo a su destrucción como país. A estas alturas, no es aventurado sostener que Chávez también ansía una conflagración final para saldar cuentas con los “traidores” y limpiar así a la Patria de Bolívar de quienes no merecen considerarse venezolanos.
El desafío ineludible de la Venezuela democrática es desactivar los resortes de esta violencia embozada y abrir espacios de entendimiento con quienes, del lado chavista, no han sucumbido al fanatismo. Para ello, es menester tener un proyecto de país creíble, atractivo, y saber traducirlo en “ideas fuerza” capaces de movilizar a las fuerzas democráticas en pos de un programa político concreto. Desenmascarar los embustes y disparates de Chávez por todos los medios a nuestro alcance constituye, hoy, un aspecto central a esta tarea impostergable.
Aprovecho para invitar al lector al bautizo de mi libro, El fascismo del siglo XXI, Colección Debate, Editorial Random House Mondadori, que tendrá lugar en la Librería “El Buscón”, Paseo Las Mercedes, el jueves 12 de noviembre a las 7:00 pm., HGL