La adoración perpetua
Guzmán Blanco era inteligente, pero el poder les hace perder el sentido del ridículo y sentirse salvadores, únicos e imprescindibles. Lo mismo ayer que hoy. Ridículo lo que desde París escribía el “Ilustre Americano” a un “general” venezolano: “Como General en Jefe no tengo rival en América, ni aquí mismo en Europa. Estos Mariscales no me dan por la cintura en calidad de Jefe de un ejército”. El entorno servil, sin pudor le celebraba sus humos alucinantes a Guzmán y el pueblo, siempre ingenioso y burlón, llamaba “Adoración Perpetua” a esa corte de adulantes agachados cantando en coro sin fin el “amén, amén, amén”, que los creyentes reservaban para el Santísimo.
Chávez se presentó como novedoso salvador de nuestras lacras del pasado, y ahora muchos seguidores están perplejos al verlo retratado con caudillos, Páez, Monagas, Guzmán, Castro, Gómez, entre otros, que se creyeron insustituibles salvadores de la patria y terminaron mal.
El deseo de perpetuarse no es nada original; los caudillos y dictadores, con sus acólitos, sienten que el poder bien vale una guerra de perpetuación. Cuentan que nuestros caudillos reunidos en su delirio retaron al paludismo sobre quién era capaz de producir más muertes y miserias en Venezuela. Todavía discuten los historiadores quién fue el ganador de esa apuesta.
Cuando los gobernantes se enamoran del poder y sus áulicos adoran sus loqueras, pierden toda sensatez. José Tadeo Monagas a los 84 años salió a ensillar su caballo y limpiar su lanza porque la Patria requería su perpetuación en la presidencia. Poco antes lo había hecho Páez, contra su propia grandeza y méritos anteriores. También Somoza, Franco, Kim Il Sung, Ceaucescu, Stalin, Hitler, Mao, Pinochet, Castro, Trujillo, Duvalier, Mugabe, Stroersner… sintieron que debían perpetuarse para salvar a su país. Algunos de ellos, en su segunda parte, destrozaron lo bueno que pudieron haber hecho en la primera. No importa su ideología, la obsesión de su poder perpetuo se convierte en absoluto y tiraniza.
La necesidad compulsiva y la adicción al mando no es una enfermedad tropical, sino que se da en cualquier latitud en las alturas del poder. En todas las culturas y tiempos los reyes absolutos, faraones, incas y emperadores se consideraban únicos, “hijos de Dios” y reyes “por la gracia de Dios”.
La revolución democrática moderna consistió en quitarles la soberanía para transferirla al conjunto de la sociedad, que elije gobernantes temporales a su servicio, y pone contrapesados y controles constitucionales al poder individual.
Con la reelección indefinida se consagra el derecho a abusar del poder, a jugar fútbol siempre en campo propio, con su público incondicional, con árbitro sumiso, dándole al balón con pies y manos, mientras que los rivales sólo lo pueden hacer con el pie. No se trata de un peligro, sino de la regla universal del abuso del poder político con todo el peso del Estado. ¿No hemos visto cómo nuestro Presidente en campaña abusa de todos los poderes, dineros y medios, recurriendo al chantaje y a la amenaza para ganar? Si la reelección es perpetua el abuso será sin fin.
Jesús de Nazareth conocía el corazón humano y la tendencia de los gobernantes a atribuirse el lugar de Dios: “Saben que entre los paganos los que son tenidos por gobernantes dominan las naciones como si fueran sus dueños y los poderosos imponen su autoridad” (Marcos 10,42) “Entre ustedes no sea así”- nos dice-, sino sean servidores unos de otros.
La historia demuestra (como muy bien nos recuerda Bolívar en Angostura) que los gobernantes que se perpetúan en el poder se vuelven tiranos y que sus “adoradores perpetuos” no tienen la libertad ni la entereza moral para librarlos de su ego y de su borrachera de poder.
Todo Presidente necesita de instituciones, de poderes públicos y de colaboradores libres y honestos que le pongan límites razonables. A falta de ello, la resistencia ciudadana del país, apoyada en la Constitución, con su “No” le ayudará a gobernar mejor en los cuatro años que le quedan y le librará de pasar a la historia como sepulturero de la democracia.