Justicia y reconciliación
Si suprimimos la justicia, qué son, entonces, los reinos sino grandes latrocinios?» Esto decía San Agustín. Y siendo así que la justicia se encarna en los jueces, cabría también recordar a Platón, quien sentenciaba «la democracia es una república de jueces».
Venezuela clama por justicia; las madres, a las puertas de la morgue, lanzan un grito desesperado por obtener justicia y, en definitiva, solo confían en la divina, dando un testimonio conmovedor que nos reafirma que sin justicia no hay sociedad verdadera.
La justicia no es venganza; la justicia no se traduce en hacer borrón y cuenta nueva; la justicia no se satisface con la invocación de leyes que no cobran vida en la realidad.
Los venezolanos no estamos conformes con lo que ocurre en el país y el triste espectáculo de jueces al servicio de la política, administrando, como dijo quien fuera magistrado del TSJ, una «justicia de plastilina».
En deuda
La deuda de Venezuela con la justicia es grande, pero no impagable. El pueblo, en verdad, no cree en la justicia, pero no cesará de reclamar por ella y continuará exigiendo que efectivamente se manifieste y no sea una simple promesa de ocasión.
Pero el clamor de justicia y su reclamo no se opone a la reconciliación o a la necesidad, igualmente sentida, de unir a una sociedad escindida, polarizada, enfrentada, en la cual se ha introducido como elemento extraño a nuestra manera de ser, un odio nacido de un sentimiento que ha tratado, en vano, de imponerse en Venezuela.
Es necesaria la reconciliación; es necesario que dejemos de ver al adversario como a un enemigo; es necesario que cese la división en las familias; es necesario que dejemos de lado la tentación de pasar facturas por presuntas o reales ofensas padecidas, para dar paso a una verdadera reconciliación que nos remache la vivencia de que somos todos hermanos y que podemos marchar juntos hacia un futuro mejor.
Exige
La reconciliación no está reñida con la aspiración de justicia. La demanda también el Estado de Derecho. Y la justicia exige que no se condene a priori, ni que se absuelva sin más a quienes se imputen hechos merecedores de sanción.
La impunidad, factor fundamental de la violencia exacerbada, debe cesar en todas sus manifestaciones y la hora de la justicia debe marcar este tiempo, que exige, por ello exige hombres y mujeres de reconocida probidad, prudencia y equilibrio para hacer que se imponga la justicia, sacando de su templo a los mercaderes que pretenden negociar con ella.
Firme
Este momento impone, no una simple ratificación del estado de injusticia impuesto, sino una decisión firme de darle autonomía al Poder Judicial, para que se desempeñe como auténtico árbitro, independiente y confiable.
Es una exigencia impostergable.