Opinión Nacional

Justicia con libertad vs. retroceso

La candidatura presidencial de Francisco Arias Cárdenas es percibida por los demócratas ubicados a la izquierda del centro (es decir, identificados con la idea
de un «cambio» hacia estructuras sociales más justas), no sólo como fórmula
pragmática para frenar la involución de Venezuela hacia un autoritarismo
demagógico e incapaz, sino también como encarnación de un anhelo colectivo
profundo que podría sintetizarse en la frase «justicia con libertad

Los tres ideales de la Revolución Francesa, «libertad, igualdad, fraternidad»,
emanan de lo más hondo de la conciencia sociohistórica de los pueblos y siguen
constituyendo los objetivos esenciales de cualquier programa emancipador y
progresista. Sin libertad política, la igualdad (o justicia social) carece de
garantías, ya que dependería de la voluntad de quien ejerza el mando. A la
inversa, la libertad sufre menoscabo cuando la falta de equidad económica y
social causa la concentración del poder efectivo en manos de una oligarquía. Por último, sin fraternidad (es decir, solidaridad nacional e internacional), ni la libertad
ni la justicia pueden ser propugnadas y defendidas eficazmente.

Como lo han señalado escritores, sociólogos y filósofos de la talla de Erich
Fromm, Arthur Koestler y Norberto Bobbio, el capitalismo clásico o irrestricto
representa la libertad sin igualdad, el colectivismo autoritario de los comunistas
tradicionales ofrece igualdad sin libertad, y la única auténtica revolución contra
ambas formas de semi-tiranía es la del movimiento de «tercera vía» o de izquierda
democrática que busca combinar y colocar en un mismo nivel la libertad política y la justicia social, dentro de un espíritu de amplia fraternidad o solidaridad.

No cabe duda de que la democracia venezolana -de rendimiento político,
económico, social y cultural positivo durante sus primeros 20 años- sufrió a partir
de 1980 una degeneración hacia un plutocratismo insensible, un régimen de «libertad sin justicia» que suscitó en el ánimo del pueblo (capas medias,
trabajadoras y marginadas) un profundo anhelo de «cambio» hacia la purificación,
la humanización y la participación. Luego de que la coyuntura internacional
desfavorable impidiera un éxito de Caldera en su segundo gobierno, el mayoritario afán de «cambio» llevó al poder al comandante Chávez con su carismático
discurso «revolucionario» y sus insumos doctrinarios de extrema derecha
(fascismo ceresoliano) y de extrema izquierda (residuos fosilizados de las épocas
de Stalin y de Bréznev).

La tendencia del actual Gobierno hacia el caudillismo, la concentración del poder
en manos del Jefe del Estado, la incitación a la división de los venezolanos en
bandos hostiles, y la incapacidad de cualquier gestión económica racional y
generadora de confianza, aún no es claramente percibida por la mayoría popular. Para que ésta note que el país no se aproxima, sino se aleja, de una auténtica
«tercera vía» que combina la libertad con la justicia social y la solidaridad, se
necesita un líder de su confianza, un combatiente identificado con el «cambio» y
claramente distanciado de los viejos partidos que, desgraciadamente, han perdido
vigencia como organizaciones. (Sus doctrinas de origen continúan válidas, pero
deben ser recogidas por agrupaciones nuevas).

A diferencia del gobernante actual, Arias habla un lenguaje que invita a la
confianza y al diálogo constructivo. Plantea ideas acordes con la época que
vivimos: época post-bipolar, en la cual no existe alternativa viable a una
globalización de las relaciones socioeconómicas. Arias entiende que Venezuela y
los demás países de Latinoamérica y del mundo en desarrollo tienen interés en
insertarse en la globalización para tratar, unidos y en alianza con los elementos
progresistas del Primer Mundo, de lograr su regulación democrática. Entiende, asimismo, que la justicia social en Venezuela requiere la descentralización, la
participación pluralista, la construcción de un capitalismo moderno no rentista ni
«salvaje», y un gran impulso a la productividad económica.

Está de acuerdo con las fuerzas de izquierda democrática en que la historia
avanza por etapas más lentas de lo que antes se creía, y que los futuros pasos
decisivos hacia una democracia social y solidaria sólo se podrán dar a partir de
una economía de mercado eficaz y -preferiblemente- a través de un sistema de
consensos entre empresarios, trabajadores, capas medias y estamentos
relevantes en los ámbitos de la cultura, la religión y la seguridad.

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