Opinión Nacional

Jorge Manrique (1440-1479)

“Recuerde el alma dormida,
avive el seso y despierte,
contemplando
cómo se pasa la vida,
cómo se viene la muerte
tan callando.”

Jorge Manrique.

LA VOZ DE LAS COPLAS POETICAS

Este poeta cortesano tuvo un momento de intensa inspiración al ocurrir la muerte de su padre, a quien dedicó una soberbia elegía en la que se aúnan las piedad filial, la fe religiosa, el sentido de la vanidad y brevedad de las cosas humanas y el temor a la muerte. Estos temas habían sido tratados por otros poetas, eran un lugar común del siglo: Jorge Manrique debe su fama inmarcesible a la expresión de estos tópicos en forma sencilla, sincera, profunda y majestuosa como el tema. Sus cuarenta coplas de pie quebrado están inundadas por un caudal poético de gran riqueza.

Nacido hacia 1440 en Paredes de Nava, Palencia, Miembro de una de las familias más poderosas de la corte castellana, se hallaba emparentado con Santillana, los Lara e incluso con la casa reinante. Hijo del maestre de Santiago don Rodrigo Manrique y sobrino de Gómez Manrique, es un ejemplo de noble que participa en las luchas de la época, y compone poemas artificiosos de amor cortesano y logra en un momento de inspiración la mejor elegía con que cuenta nuestra literatura. Se casó con doña Guiomar de Castañeda. Fue el 11de noviembre de 1476 cuando murió don Rodrigo, a causa de esta muerte surgen las Coplas. Este guerrero de profesión que luchó en las banderías de Fernando e Isabel contra los partidarios de doña Juana la Beltraneja, murió en su juventud peleando contra el rebelde marqués de Villena, ante el castillo de Garcimuñoz, Cuenca, en 1479, en que le es encontrado en su pecho ensangrentado, entre sus ropas, el poema moral ¡Oh mundo!, pues que no matas…, que dejó inconcluso y que seguramente componía por aquellos días, alternando el ejercicio de la guerra con el de la poesía. El poeta llevaba sobre su pecho la banda en que con letras de oro estaba bordada su famosa divisa “Ni miento ni me arrepiento”. Y así lo cumplió siempre.

Los poemas menores de Jorge Manrique son de elegante factura, “más que a la historia de la poesía -escribía Menéndez Pelayo- interesan a la de las costumbres y del trato cortesano”. Ente ellos destacan: Castillo de amor, Escala de amor, canciones como Es una muerte escondida, Sin Dios y sin Vos y mí, Quien no estuviera en presencia, Porque estando él durmiendo le besó su amiga, No tardes, Muerte, que muero, y las composiciones burlescas Un convite que hizo a su madrastra y A una beoda que empeñó el brial en la taberna. A raíz del fallecimiento de su padre compuso la famosa elegía conocida como Coplas por la muerte de su padre, publicada por primera vez en Sevilla en 1494. Están compuestas en estrofas llamadas de pie quebrado o manriqueñas, metro que se consideraba muy adecuado para la expresión de un sentimiento profundo. Pocas veces un ritmo métrico se ha ceñido con tanta precisión al espíritu de la poesía.

Manrique vivió inmerso en la plena tradición poética de su tiempo y en un ambiente favorable para la carrera de las armas y de las letras. Considera el amor un dios y hace profesión en la orden del amor, detallando sus promesas de pobreza, obediencia y ser subiecto / al amor y a su servicio… La doctrina amorosa medieval se ha construido con materiales tomados de la religión y ese origen se transparenta en las formas y en el lenguaje. Las expresiones de la poesía erótica están muy cerca de las de la poesía mística, y sus razonamientos son también cercanos a los del proceso ascético. Jorge Manrique permanece fiel a los cánones de la Edad Media y nos dará una visión compendiadora de los estados de amor con locuras, enojos, placeres, tristuras y dolencias mortales.

La celebridad de las Coplas por la muerte de su padre, don Rodrigo Manrique, Maestre de Santiago es justa y por derecho propio figura entre las obras eternas. La naturalidad y la sencillez de este poema son encantadoras, su arte es elemental sin perder en profundidad y trascendencia y su forma poética es de una expresión pocas veces igualadas -nunca superada- en cuanto a pureza y eficacia estéticas. La fama y el éxito de tal composición poética provocó el interés de traductores y glosadores, constituyendo una de las obras poéticas más importante de la literatura universal.

El acierto de este poema que coloca en la cúspide a la expresión lírica de Medievo español no lo es de motivo, ni de interpretación, sino que dicho acierto estriba en el logro de la expresión equilibrada del dolor sereno. Los lugares comunes -que realmente existen- tornan a su hondura poética original y las expresiones manriqueñas vienen, como lluvia primaveral, a reverdecer un brío oculto que yace inerte en el virtuosismo literario.

¿Cómo puede ser antológico un poema tan elemental y sencillo? Precisamente ahí radica lo grandioso de las Coplas en que Jorge Manrique -usando un lenguaje claro y sencillo para cualquier lector de entonces y de hoy- ha sabido subyugarnos con elementos (lenguaje, pensamiento, métrica) tan elementales. Ese es el secreto de que algo tan añejo como son estas Coplas no envejezcan nunca: su sobriedad y esencial profundidad castellana.

Jorge Manrique en las Coplas perfila primeramente el marco filosófico donde ha de desarrollarse la elegía, sin enunciados completos asumidos de la filosofía perenne o de la teología (la poesía no se hace con ideas, según dijo Malllarmé), pero no se puede decir que las Coplas carecen de filosofía (la poesía no se hace sin ideas). El didactismo ético del poema de Manrique toca con equilibrio reflexiones profundas sin caer en la prosaica moralidad de la hoja de calendario. Manrique canta en sus inmortales versos lo que siempre pasó y pasará y está pasando ahora mismo. Por eso consigue darnos no una visión histórica y añorante de lo que fue, sino el tremendo escalofrío del fluir permanente y del tiempo que camina sin detenerse. El genio manriqueño dirá para la Historia: “Nuestras vidas son los ríos / que van a dar en la mar / que es el morir…”

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