Jolgorio electoral y tambores de guerra
. Los enemistados con la civilizada forma de expresión política lo catalogan como francachela del populacho. Por lo contrario, la actividad se emparenta con festividad en su más elevada acepción. Prolegómenos del acto comicial, el de la consignación del voto en íntima comunión con la conciencia.
Los autócratas, por lo general militares, sienten profundo desprecio por el accionar político, por la búsqueda del voto ciudadano. Repelen la alternabilidad democrática. Están hechos para todo lo contrario. Son capaces de perpetrar impensables trapacerías con tal de perpetuarse en el poder. Sus vidas transcurren plácidas cuando implantan gobiernos totalitarios, sea cual fuere el signo ideológico elegido como antifaz. A la mano tenemos dos importantes ejemplos. Los generales J.V. Gómez y Marcos Pérez Jiménez.
En 1914 vencía el período constitucional que correspondió concluir a Gómez, en su condición de Vice-presidente, por ausencia permanente del general Cipriano Castro, a quien había derrocado en ausencia. El año anterior, 1913, debían celebrarse elecciones presidenciales. Para el momento ya habían asomado brotes oposicionistas. El gañán-presidente, hijo del hato La Mulera, no era hombre de palabras y, además, laureado ágrafo. Era, en suma, un analfabeto funcional dotado de innata sagacidad y olfato como para manejar los hilos políticos con destreza como si fueran las sogas atadas a los cuernos del ganado.
Hombre de capota y machete, ante la posibilidad de ser derrotado por la levedad de unos papeles, le echó piernas al caballo y salió en campaña al frente de un cuerpo de ejército para enfrentas la “invasión” que, con mercenarios, comandaba general Castro, quien andaba “a salto de mata” en la deplorable condición de exiliado, arruinado y universalmente proscrito. Se suspendieron las elecciones.
Como algo hemos debido aprender de los innumerables reveces y golpes a la civilidad sufridos a lo largo del andar republicano, nos preguntamos y lo exponemos como alerta. ¿Qué propósitos animan al teniente-coronel que nos desgobierna, cuando exige de la oposición el reconocimiento de los resultados electorales, siendo que él controla y maneja a su antojo el Tribunal Electoral, opacidades incluidas? ¿Acaso tiene el propósito superar su derrota con la “obtención” del 90% de los votos, como hizo Mugabe o igualar el “triunfó” Daniel Ortega? Quizá esté inclinado a utilizar la alianza con Ahmadinejad como coartada, si es que los demonios terminan por desatarse en Medio Oriente y, en razón de su inconfesable alianza, algún tridente nos hincarnos el fondillo, dándole argumento para justificar la suspensión, sine die, del acto de votaciones.
Lo objetivo es que quienes, con encomiable acierto, conducen la alianza democrática representada en la MUD, deben estar en permanente alerta naranja. No bajar la guardia. Mantener viva la calle. La letra de un célebre tango dice: “el músculo duerme, la ambición trabaja”. La letra de nuestra canción, güasa, merengue, joropo, polo, bambuco, pasillo o gaita debe decir: el músculo tenso, la maldad trabaja.
Para los demócratas la convocatoria a elecciones es una festividad, mientras para los totalitaristas son tambores de guerra.