Johnny The Knife
En un rasgo de imperdonable ingenuidad, Julio Borges le reclamaba al alcalde mayor un miligramo de decencia como para que pusiera su cargo a la orden. Como si sub entidades de ese jaez tuvieran asomo de algo cercano a la moral. Pasó por alto un descubrimiento de filosofía política de la más alta trascendencia para situaciones proto fascistas como las que sufre nuestro país: la grosería, la vulgaridad, la indecencia son partes consustanciales del arte de apoderarse del Poder. Lo acaba de describir con su acostumbrada perspicacia el intelectual chileno Fernando Mires, al analizar la función de la bajeza verbal en la economía política del caudillo sabanero.
Diferenciando, eso sí, la violencia verbal de la bajeza barriobajera que caracteriza a este flatulente subproducto del hampa política caraqueña llamado Juan Barreto. Hitler llevó la violencia verbal hasta sus últimos aledaños. Allí donde colinda con los hornos crematorios. Primero denigró con la palabra a los judíos: una vez debidamente insultados los gasificó. Ya lo había hecho con comunistas, socialistas, católicos y liberales. Los encerró en campos de concentración a pocos meses de asaltar el poder, utilizando como pretexto el nunca aclarado incendio del Reichstag. A pocos días de haber sido nombrado canciller por Hinderburg dicho suceso le daba el pretexto para ordenar una ley ˆ decreto del incendio del Reichstag del 28 de febrero de 1933 – que le sirvió de sostén al estado de excepción en que cimentó su régimen durante sus doce años de vida.
Barreto, el malandro, digno personaje de la utilería fascio-chavista que nos desgobierna desde hace 8 años, acaba de escenificar algunas lecciones de matonaje hamponil dignas del Berlín de los años 30. Un perfecto Macky el cuchillero. Incluso engalanado para la escena como por el mismísimo Bertolt Brecht, que en su cincuentenaria paz descanse. En sus ojos un arma blanca, a la que tampoco le hace asco, según narra alguna joven estudiante pretendida que vio huir desesperadamente a su novio celado por un profesor de periodismo cuchillo de cocina en mano, escabulléndosele por las empinadas escaleras de un popular barrio caraqueño. Bien pudo cantar Rubén en esa esquina:
«Und der Johnny hat ein Messer, und das Messer sieht man nicht… »
Cosas veredes, Sancho