Opinión Nacional

Johannes Brahms

“El pensamiento más profundo, canta.”
Carlyle.

LA VOZ MUSICAL DE UN GRAN ROMANTICO

Brahms se nos presenta como un espíritu profundamente romántico inclinado a la expresión confidencial. El aspecto ligero, superficial, que la música vienesa ha impreso circunstancialmente en algunas de sus obras, o el hungarismo que aparece en otras, tiene una importancia puramente marginal. Logra una magnífica síntesis entre las formas clásicas, que él renueva, amplía y enriquece, y el espíritu romántico. En esos aspectos se muestra legítimo heredero de Beethoven y Schumann. Su lenguaje armónico es de una libertad y de una audacia equiparables a las de Wagner, innovador en materia de ritmo, con combinaciones de flexibilidad y refinamiento incomparables.

Las obras de Brahms han recibido el sello de la inmortalidad. En la mayor parte de ellas hay una verdadera riqueza con lo que demostró un dominio perfecto en todos los aspectos de la expresión, hasta en los más finos matices. Tiene melodías de carácter sombrío, otras en las que el alma se inunda de paz y de luz, sin faltar las de carácter popular. Dio a la música una voz nueva que respondía a las necesidades espirituales de las generaciones futuras. Por ello, Brahms es, actualmente, uno de los autores más admirados por los melómanos. Su música es aún tan nueva y fresca como el día en que fue escrita.

Un año antes de su tentativa de suicidio, Schumann escribió: “… imaginaban que debía venir, llamado a encarnar de un modo ideal la más alta representación de su época, un talento a cuyo progresivo desarrollo no hubiésemos asistido, sino que surgiera armado de todas las armas, como Minerva, de la frente de Júpiter. Y éste ha llegado… es joven; se llama Johannes Brahms y viene de Hamburgo”. Con esta presentación, Brahms empezó a andar seguro, aunque lentamente, por el camino de la gloria artística.

Johannes Brahms nació en Hamburgo el 7 de mayo de 1833. Su padre, buen contrabajista, le inicia en el arte musical, y luego perfecciona piano y composición con el maestro Eduard Marxsen. De su madre heredó la exquisita sensibilidad para el amor y la poesía y la atracción irresistible que sobre él ejercía la naturaleza.

Adquiere una vasta cultura literaria e histórica, pero la precaria situación económica familiar le obliga a trabajar desde su infancia, tocando en las cervecerías y componiendo música para tal fin. Conoce a los violinistas Remenyi, con el que emprende giras de conciertos, y J. Joachim, que le pone en contacto con Liszt y Schumann. Su talento de compositor se va abriendo paso y conquista fama y honores. En 1868 se estrenó su Requiem alemán, obra realmente grandiosa y cautivadora a la vez, que constituyó una verdadera revelación para todos.

Ya en 1862, había sido nombrado profesor de la Academia de Canto de Viena, cargo al que renunció para viajar incansablemente, creándose una reputación de excelente pianista. En 1878 volvió a Viena, que fue para él su segunda patria.

Brahms recibió cuantos honores podía cosechar entonces un hombre universalmente reconocido como el más grande músico de su tiempo. La Universidad de Cambridge y la de Breslau le confirieron el grado de doctor honoris causa. El Gobierno de Prusia le nombró Caballero de la Orden del Mérito y miembro correspondiente de la Academia de Bellas Artes de Francia.

Brahms vivía como un ermitaño. Sólo hacía frecuentes visitas a la residencia de Clara, la viuda de Schumann, a la cual estuvo siempre ligado por vínculos de verdadero afecto y de amistad. Clara fue la primera en interpretar públicamente gran número de sus composiciones. En el fondo, aquella mujer bella y desventurada, aquella artista de exquisito talento, fue también la gran pasión de Brahms. Pero, aunque ella sintió hacia él un tierno afecto, sólo amó a Schumann, a quien se dedicó en vida, y, después de muerto su esposo, se consagró a inmortalizar su música, de la que era una maravillosa intérprete al piano.

Clara Schumann murió el 20 de mayo de 1896, cuarenta años después que su esposo. Brahms no tardó en seguirla a la tumba. Una enfermedad inexorable minó en breve su robusta naturaleza. Aquel hombre bueno, aquel profesor barbudo y apacible del que emanaba una sencillez serena y patriarcal, murió serenamente en la mañana del 3 de abril de 1897. Algo después, en Viena, le erigieron dos monumentos, uno funerario emplazado junto a los de Schubert y de Beethoven.

Brahms nos ha legado obras admirables tanto en el campo de la música de cámara como en el de la música sinfónica. De entres sus más salientes producciones, mencionaremos, además del Réquiem Alemán, cuatro sinfonías; Variaciones sobre un tema de Haydn, para orquesta, y, para piano, sus conciertos, rapsodias, danzas húngaras y sonatas. En estas obras dio el músico lo mejor de sí mismo; en una melodía esencialmente íntima y lírica, espejo fiel de un alma delicada, rebosante de suavidad y ternura. La música de Brahms es el puente de plata del pensamiento de un gran romántico.

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