Jesús de Polanco: muerte de un vendedor de libros
“Hizo un periódico con la sensibilidad del que hace un libro y editó libros con la naturalidad de quien hace periódicos” Juan José Millás.
Cualquiera que haya abierto el diario español «El País», en sus ediciones del 22 y 23 de julio de 2007, se habrá preguntado quien fue la persona fallecida que amerita tanto espacio informativo y editorial, y la respuesta de que se trataba de uno de los fundadores del más influyente periódico en lengua española no sería suficiente. Habría que explicar que Jesús de Polanco ha sido una pieza fundamental en el engranaje de una maquinaria de poder mediático europeo, que además, ha cruzado el océano y tendido redes culturales de primer orden en nuestro continente. El nombre de Jesús de Polanco se convirtió ya unos pocos años antes de la muerte del dictador Francisco Franco, en sinónimo de un empresario de éxito liberal, de cuño innovador: televisión, radio, revistas, prensa escrita, editoriales de prestigio, libros de texto, fundaciones y consejos culturales. Si todo ello no fuera suficiente para medir la importancia de un hombre con la fama pública de haberse «hecho a sí mismo, vendiendo libros a domicilio», hay que recordar que sus publicaciones albergan algunas de las plumas, y de las mentes más brillantes y destacadas en nuestro idioma. Por ejemplo, ya en la edición aparecida al día siguiente de su muerte, en «El País» se pudieron leer los textos necrológicos de tres de los más grandes escritores contemporáneos de Iberoamérica, Carlos Fuentes, Mario Vargas Llosa y José Saramago; precisamente, sobre éste último estaba yo escribiendo, cuando dejé de lado el texto que aparecerá la próxima semana, para tratar de contar porqué me toca de cerca la muerte de un hombre al que nunca vi y del que no conocí mayores detalles hasta el día de su muerte, en que la noticia de su desaparecimiento fue tratada con una significativa serie de adjetivos de reconocimiento y elogio: «Un hombre decisivo», «La respuesta de la libertad, «Un estoico», «Amigo, socio, líder», «Un pacto de hierro», «El juicio del corazón», «La dignidad», «Bastión del periodismo libre», «Canonizador de demócratas», hasta llegar a las palabras de una de las mujeres de mayor carácter y agudeza que he conocido en la vida, Carmen Balcells, quien dijo de Polanco: «Los fundadores no deben morir nunca». De nuevo y pensando en ese hipotético lector azorado ante el homenaje, aparentemente desmedido a un empresario de la comunicación, quisiera decir que suscribiría todo lo dicho y escrito como homenaje a un hombre del que ni siquiera recordaba su rostro. Y a quienes de este lado del atlántico aún no tienen la costumbre de leer su aportación principal, «El País», que ya se encuentra en las bancas de muchas de nuestras ciudades, les recomendaría que se asomaran a un periódico de excepción, a una empresa de hombres y mujeres de impulso creativo y compromiso con esa entelequia que aún llamamos la verdad. Sigo pensando en los jóvenes, y en quienes tienen la necesidad de ir formando criterio sobre las peores y las mejores incidencias de la realidad cotidiana. Así, opino que toda persona en formación del oficio de periodista podría nutrirse con las páginas de «El País», con un estilo a la altura de otros órganos históricos, como «Le Monde», «La Reppublica» «La Folha de Sao Paolo», y «The New York Times», por tan solo citar algunos de los pocos periódicos que continúan representando un placer y casi un deber de lectura. Aseguro que «El País» puede convertirse en una sana necesidad, en un hábito irrenunciable, en un motivo de sufrimiento subjetivo cuando no se le consigue en los puestos. ¿Qué tiene ese diario, entonces? Precisamente lo que ahora atribuimos al equipo consolidado que se queda, la excelencia de su oficio. Sin conocer mucho más del portentoso líder de la comunicación que fue De Polanco, puedo afirmar que congregó a algunos de los más brillantes, leales y capaces profesionales de su tiempo.
Se sabe que los grandes diarios del mundo guardan en sus archivos notas cronológicas de personajes relevantes, a las que se suele actualizar con algunos renglones en el momento de su muerte. En el caso de la partida definitiva de don Jesús de Polanco tengo la convicción de que no fue necesario utilizar ese expediente precavido. Las palabras de adiós fueron concebidas en pleno momento doloroso y quedarán escritas en los anales del periodismo más digno como testimonio de la lucha de un hombre y de su equipo por la libertad de expresión y la democracia en España.