Jaladera, incompetencia y cobeo
El lunes pasado, en su artículo, Carolina Jaimes dijo una gran verdad: que la adulancia es inversamente proporcional a la lealtad: “…los primeros en saltar del barco, quienes no tienen el menor empacho en cambiar de bando cuando las cosas se ponen chiquitas, son precisamente los que más jalan. De modo que cualquiera que esté en posición de poder debe cuidarse, en primer término, de los adulantes.” Pero no es que los aprovechadores saltan a la loca del barco, es que ya tienen a la vista la borda de otro navío en el cual subirse. Pongo por ejemplo lo que sucedió en Valencia al mero final del siglo XIX y que está reseñado magistralmente por Eduardo Casanova Sucre en un libro que todavía no ha sido publicado y que ansiamos ver pronto en las librerías, “El paraíso burlado”.
Dice Eduardo: “Castro (…) era atendido y adulado por lo que desde entonces se llamó el “Círculo Valenciano”, formado por unos cuantos hombres civiles, sin valor político alguno, como Ramón Tello Mendoza (…) Cuando supo este señor Tello que Andrade pensaba ir a tomar el mando del ejército acantonado en Valencia, decoró su casa lujosamente para ofrecérsela; mas como los acontecimientos tomaron un rumbo diferente del que había previsto, y como al fin fue Castro quien se presentó en la ciudad, ofreció la casa a éste y le prodigó las mismas atenciones que reservaba para Andrade; Manuel Corao, quien aseguran estaba al presentarse en quiebra en un pequeño negocio que tenía; Julio Torres Cárdenas, M. Arias Sandoval y Manuel Pimentel Coronel, redactores de unos periodiquillos sin importancia, quienes hasta el día anterior al del combate habían estado pregonando las mayores adulaciones a Andrade y diciendo en todos los tonos que Castro era un facineroso; y por último los dos hermanos Francisco y Santiago González Guinán, ambos inteligentes y de alguna ilustración, pero que, de tiempo atrás, estaban en una especie de degredo moral por haberse exhibido excesivamente serviles y bajos en sus relaciones con los gobiernos de Guzmán Blanco y otros (…). Dicho en otras y más cortas palabras: un grupo de adulantes que no buscaban otra cosa que su propio provecho. Aunque siempre los ha habido, posiblemente ningún ‘círculo’ ha sido tan descarado ni tan dañino como el que rodeó al caudillo tachirense y lo aisló de la realidad. La adulancia es la prostitución de la política. Y aquel grupo de pelanduscos ha sido uno de los peores entre los que se han aprovechado entre sonrisas y elogios al jefe, de las debilidades del jefe.”
Otra regla, que pudiera ser contrastada fácil y empíricamente por aquí, es aquella de que el número de embelecos realizados por los chupamedias están en proporción directa a una de dos variables: la ineptitud y la corrupción de estos. O a la conjunción de las dos; porque se ha dado ese raro fenómeno: que sean ineptos para la función pública pero unas fieras para robarse hasta un hueco. En todo caso, está patente la creencia, por parte de los adulones serviles (incurro ex profeso en el pleonasmo) de que a punta de cobas pueden taparle al jefe sus ladronerías e incapacidades. Y lo logran. Porque, ¿de qué otra manera pudiera entenderse la presencia de tanto pillo y tanto inútil en los gabinetes de estos últimos trece años? Por ejemplo, la lloradita en cadena de Giordani al oír a su jefe sirve para atornillar en el puesto a quien descaminó la economía nacional. Entre los adulantes que estuvieron haciendo ejercicios con Mentira Fresca mientras este canturreaba “Uno-dos, uno-dos” había varios que son verdaderos asaltantes del erario.
Lo triste es que su jefecito del alma sabe que están robando y los deja. Porque le conviene. Ya aparecerán nuevos “chinitos de Recadi” en los cuales descargar la ira oficial. Como sucedió con tres bolsas a quienes imputaron por los miles de toneladas de comida podrida, mientras que Rafael Ramírez sigue mangoneando en Pdvsa. ¡Claro, él es quien sabe cómo es que se manejan las cuentas bancarias internacionales! No se le debe tocar porque puede cantar… Mejor es dejar que siga haciendo sus pillerías.
Coba tras coba por parte de los subalternos de Boves II. Ellos pueden alegar que no han hecho sino seguir el ejemplo que les da su jefe: mentir para perpetuarse en el cargo. Ya no es aquello de ponerse una camisa azul para decir que “por amor al árbol me hice pintor”. Ahora es ponérsela amarilla para invitar a los empresarios “a sumar esfuerzos (…) esta es una economía en la que queremos que sigan participando junto al Estado». ¡A que hagan “empresas mixtas”! «Nosotros los necesitamos a ustedes y ustedes nos necesitan a nosotros.” ¡Sí, Luis! Ni bolsas que fueran. Porque de los abultados belfos para afuera, palabras de armonía; pero en las ejecutorias les clava leyes que buscan reventarlos…