Intensificar los acuerdos
Saludamos las distintas movilizaciones que ha impulsado la Coordinadora Democrática en el interior del país, desnortado un oficialismo que aún no ha reflexionado seriamente sobre la pérdida ¿definitiva? de la calle. El riesgo del hastío puede legitimar una crisis que adquiere otros matices, pero es la misma a la que no quisimos acostumbrarnos. Por cierto, legitimación y costumbre que ayudan a mantener experiencias tan amargas como la de Cuba, desacreditando la intención genuina de cambio.
Un mayor bullicio acompaña a los líderes conocidos de la oposición, en contraste con el paciente ascenso de aquellos no suficientemente conocidos, aunque –siempre es oportuno recordar- el trigo y la cizaña vienen juntos, por lo que tampoco es motivo de escándalo que el oportunismo monte tienda en los anchos espacios opositores. No es necesario recurrir a un clásico para descubrir la naturaleza profundamente humana del ejercicio político, porque –además- refleja fielmente al país que tenemos (y al que queremos). Sin embargo, es importante llamar la atención en torno a los acuerdos dignos de perfeccionar, sobre todo porque se avecina un período de dramáticos ajustes que llevarán la impronta del desencanto.
Nos referimos, por una parte, a las diferentes calamidades sociales y económicas que requerirán del aporte de los especialistas que, por lo general, desean aplicar las soluciones sin anestesia alguna. No bastará acusar al futuro, endurecido e irracional sector chavista de la oposición de todos los desaciertos del nuevo gobierno, pues, éste exigirá una mayor imaginación para conjugar la necesaria sensibilidad social en el esfuerzo de superar la podredumbre y la pobreza. Vale decir, la sensatez ha de superar todo el frío y consabido recetario que no siempre apunta a las metas de la prosperidad y de la equidad.
Por otra, la base de sustentación de la gobernabilidad pendiente reside en la ciudadanía, por lo que la efectiva representación y la participación constituyen las claves ciertas para alcanzar la legitimidad y la eficacia demandadas. Urge la democratización de las organizaciones civiles y partidistas a objeto de conferirle la olvidada autenticidad a las instancias y procesos de decisión, respetando y estimulando la iniciativa de los ciudadanos de a pie. No podemos ironizar más la vida pública con el simulacro de los liderazgos enfermizamente reacios a dejar el escenario, agendando las estrategias personales para alcanzar una posición determinada en detrimento de aquellas iniciativas compartidas y orientadas a superar una realidad que condensa demasiadas amarguras, pues, ella equivale, como otros lo ejemplifican, a que Estados Unidos enfrente o haya enfrentado simultáneamente las guerras Civil y de Vietnam con el crash de los veinte, la violenta segregación y Watergate.
Finalmente, ojalá los que aspiran a convertirse en los nuevos actores de la oposición actual comprendan que los parámetros de la actuación pública deben sufrir una inmensa transformación que devuelva el sentido ético a lo que se hace, desterrando todo “toquecito” que tan orgullosamente se exhibía como símbolo de status. Lo acontecido en los últimos tres años y medio no es otra cosa que la apretada síntesis de aquellas prácticas que cavaron la tumba de 1998, todavía vacía. Rendir testimonio eficaz de los principios y valores proclamados es algo más que una estrategia de recuperación de la libertad responsable.
Todo lo anterior conduce a sincerar radicalmente los propósitos de la oposición democrática, la cual debe encontrar los caminos para debatir asuntos muy concretos en áreas como las del petróleo, la educación o la inseguridad personal, agregando intereses bajo un conjunto confiable de propuestas. Significa crear una cultura de la pluralidad, del disenso y del consenso, desafiando esos caracteres autoritarios que no dejan de colarse. Y, en definitiva, intensificar los acuerdos destinados a crear ciudadanía.
