Insólito
Si hubiese que seleccionar una palabra para signar al actual gobierno, para describir el comportamiento del presidente Chávez y sus inmediatos y lejanos colaboradores, yo escogería el adjetivo “insólito”, al cual el Diccionario de la Real Academia define de un modo breve y preciso: “Raro, extraño, desacostumbrado”. Insólito es, además, el vocablo que sirve de fundamento a lo que Alejo Carpentier definió como “lo real maravilloso”, aquella realidad que, no obstante darse de manera concreta en la naturaleza, la historia o la psicología de las personas, pareciera ser fantasía o invención imaginaria.
En efecto, no hay día que los medios de comunicación no anuncien algo nuevo en el comportamiento del gobierno que no cause asombro o desconcierto. Nuevo, no en el sentido de “Distinto o diferente de lo que antes había o se tenía aprendido” (DRAE), sino en el de lo “Que sobreviene o se añade a algo que había antes” (Ib.). Son actitudes que causan indignación, o provocan carcajadas. Y no sólo en los venezolanos, sino en el mundo entero, pues los medios de comunicación los difunden por todas partes, además de que quienes de ese modo actúan no hacen el mínimo esfuerzo por disimular su barbaridades, convencidos de que estas no son tales, sino actuaciones normales y necesarias dentro de una política “revolucionaria”. Sin descontar que las más veces semejantes hechos causan en la mayoría de los venezolanos, muchos chavistas incluidos, una gran vergüenza.
Los ejemplos abundan, desde las expresiones procaces y chabacanas del presidente, signos de un evidente desequilibrio, hasta la descomposición de millones de toneladas de alimentos, por no haber sido oportunamente distribuidos entre quienes se supone habían sido sus destinatarios. Con el agravante de que en estos casos la irresponsabilidad y desidia de innumerables funcionarios se enmarcan dentro de escandalosos actos de latrocinio y otras formas de corrupción.
A propósito de esto, la persona que funge de Fiscal General escenificó uno de esos comportamientos insólitos, al declarar que no había procedido a la investigación de los hechos denunciados porque nadie había aportado pruebas en sus denuncias. No se trata, como pudiera creerse, de ignorancia, pues es imposible que un abogado, por torpe o incompetente que sea, ignore que una denuncia no tiene que acompañarse de pruebas. Estas surgirán, precisamente, de la investigación que se pide, y por eso se formula la denuncia. Es, pues, un caso típico de incumplimiento intencional de una obligación inherente a su cargo. ¡Insólito!