Infeliz aniversario
El aniversario del régimen, que el oficialismo está celebrando, no puede menos que justificar algunas reflexiones, elementales de por si, por parte de quienes entendemos que la situación actual de Venezuela en el orden político y socio económico no es motivo para el regodeo irracional e irresponsable, sino para todo lo contrario, pues en toda nuestra historia republicana jamás se había conocido una etapa peor que la que atraviesa el país bajo el gobierno encabezado por Hugo Chávez Frías.
Baste hacer referencia a la profunda división de la sociedad venezolana entre “revolucionarios” y “escuálidos” para darse cuenta del tremendo e irreparable daño que el jefe del Estado le ha ocasionado a la totalidad de la población y que es la razón fundamental del odio creciente que alimenta la violencia que hoy caracteriza a la interrelación entre los distintos segmentos de aquélla. Bien distinta la situación bajo los gobiernos de la democracia representativa cuando, mal que bien, funcionaban las instituciones republicanas y la independencia de los poderes estaba consagrada por el estado de derecho.
Ahora, bajo un régimen autoritario de neto perfil militarista y personalista, los venezolanos se preguntan una y otra vez hasta cuándo se prolongará esta pesadilla y la respuesta, lamentablemente, no es fácil porque son numerosos y variados los factores que han quedado al descubierto como consecuencia de la grave crisis que padecemos en los más diversos órdenes.
Y el Presidente de ninguna manera promueve la rectificación. Antes bien, profundiza la tónica agresiva y belicista que imprime a sus intervenciones públicas, como lo ha demostrado en los días subsiguientes a la decisión adoptada por el Tribunal Supremo de Justicia a propósito del caso de los cuatro altos oficiales que ostentan grados de generales y almirantes, acusados del delito de rebelión militar. Esta vez, además, ignorando la ponderación que debe regular las relaciones entre uno y otro de los poderes públicos, el primer mandatario se extralimitó cuestionando a los magistrados que se pronunciaron de modo distinto a como él aspiraba, en términos francamente insolentes e irrespetuosos. Con lo que se desvanecen las expectativas, entre otras razones, para que se concrete un auténtico diálogo entre oficialismo y oposición que pudiera hallar caminos para el entendimiento civilizado y la convivencia democrática como es la acción facilitadora que impulsa la comunidad internacional (léase OEA, PNUD y Centro Carter).
Son múltiples los aspectos que pudieran dar pie a la afirmación de que no existen razones valederas para que el país se adhiera a una celebración sin sentido. Sin embargo, de enumerarlos, el presente comentario perdería la condición de tal para transformarse en una suerte de requisitoria que no es el propósito de quien lo escribe. Con calificar de infeliz el aniversario del mal gobierno de la “revolución bolivariana, democrática y pacífica” está dicho todo. Quede ahí.
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