Opinión Nacional

Indignación y vergüenza

Para ponerle título a este artículo, tuve que apelar por el diccionario de sinónimos. Indignación, enojo, cólera, furia, furor, ira, rabia. Vergüenza, bochorno, deshonor, oprobio. Pero ninguno de los términos me terminó de satisfacer. Mis sentimientos y los de todas las mujeres venezolanas no están en el diccionario. Y aquí incluyo a quienes apoyaban al gobierno hasta el viernes pasado. Es más que indignación, es más que vergüenza. Es más que asco. Es más que náuseas. Es algo que viene desde el fondo de nuestras almas, que quiere revelarse y rebelarse, gritarlo a los cuatro vientos, llorarlo, sufrirlo, y no encuentra palabras para hacerlo.

Ese día la realidad superó a cuanta ficción podíamos imaginar en nuestro país. Una vez más comprobé, con desgarrado dolor, que Venezuela es el país en el que lo posible no sólo es probable, sino factible.

Cuando vimos a Acosta Carlés arrastrando mujeres que protestaban en Valencia hace unos meses, pensamos que más de eso no podía pasar. El viernes, sin embargo, un piquete de guardias nacionales ofreció ante las cámaras de televisión, un espectáculo degradante de violencia, agresiones y abusos, que el mundo entero vio y ante el cual no se necesitan más pruebas de que en Venezuela estamos viviendo una anarquía. Por órdenes, estímulo y apoyo del Presidente Chávez.

Cada empujón, cada golpe, cada insulto de esos “patriotas”, se lo dieron a cada una de las mujeres venezolanas, incluyendo, por supuesto, a las mujeres de su familia. Todas los sentimos, y todas los rechazamos con todas nuestras fuerzas. La sangre de tantas mujeres valientes, desde Urimare, Yara, Luisa Cáceres, Eulalia Buroz, hasta la de las mujeres de hoy, en particular las Mujeres por Venezuela de Carabobo, hirvió de indignación, y nos hizo más fuertes ante las agresiones, más decididas a no cejar en nuestro empeño de tener una patria libre y democrática, y nos dio más valor para enfrentar lo que sea, como sea y donde sea. No van a poder con nosotras.

Luego, el caso del joven Jesús Soriano. Me duele como madre, me duele como venezolana, me duele como ser humano. Un joven detenido como no detienen a los criminales, y entregado nada más y nada menos que al “señor”, como lo llama el Presidente Chávez, Joao de Gouveia, para que “se encargara de él”, con llave de la celda y todo. A Gouveia le dijeron que fue Soriano quien lo atrapó la noche en que mató a tres personas, e hirió a tantas otras en la Plaza Altamira. Y Gouveia y otros, se “encargaron de él”. Pero en estos casos no hay Fiscal General de la Nación, no hay Defensor del Pueblo, no hay jueces, no hay justicia. Los derechos humanos en Venezuela son letra muerta. Estamos a merced de hampones apoyados por el gobierno.

¡Es más que indignación y vergüenza!.

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