Opinión Nacional

Iglesia una y múltiple

La Iglesia de Venezuela recibió con alegría el nombramiento de Monseñor Jorge Urosa como Arzobispo de Caracas, luego de un largo vacío y presiones del poder para imponer su candidato.

La celebración eucarística de la toma de posesión fue un acto de unidad y de oración por la paz de Venezuela y por el nuevo pastor. Su homilía evitó confrontaciones con el gobierno, que incluso tuvo alta representación en la catedral.

La crispación política en que vivimos llevó de inmediato a algunos a denunciar airadamente a Monseñor Urosa por no haber tomado la bandera de la oposición o por habernos recordado, a los sacerdotes y religiosos, que no debemos ser militantes partidistas, ni convertir las misas en actos políticos proselitistas.

Consideramos un acierto y un deber el tono conciliador del Arzobispo y el intento de evitar que su acción pastoral sea definida como chavista o antichavista, pues la Iglesia tiene su propia identidad recibida de Jesucristo y su específico servicio a la humanidad. No somos dueños sino servidores; y el Espíritu es libre, actúa en todos más allá de nuestras pequeñeces y estrechas fronteras, sin necesidad de pedir permiso a clérigos ni a caudillos. El pluralismo en la Iglesia no es una táctica; es el respeto a Dios y a la gente. Por eso muchos recibieron con alivio esta actitud no polarizante que busca animar a los venezolanos de diversas tendencias con la palabra y el servicio de Dios.

Las misas-mítines ya fueron censuradas por el cardenal Ignacio Velasco cuando una marcha gobiernista arrancó en Catia con una misa “revolucionaria” cortada a la medida del gabinete político. También es cierto que en la oposición hubo actos político-religiosos que siempre nos parecieron insensatos e indebidos. El país está dividido por las circunstancias actuales y mucho más por el miedo a la imposición del “mar de la felicidad” cubana, antidemocrática y contraria a la dignidad humana. Nos ayuda aquel consejo antiguo que León XIII trataba de vivir en tiempos difíciles “In necesariis unitas, in dubiis libertas, in omnibus charitas”, que podemos traducir, en lo necesario unidad, en lo dudoso y discutible libertad y en todo caridad.

Más que nunca es necesario el debate político entre organizaciones y partidos diversos y la participación de los cristianos en él. Pero, así como el país necesita jueces imparciales en el ejercicio de la justicia, necesita también sacerdotes y religiosos cuya Eucaristía y servicios de la Palabra de Dios y de la responsabilidad social lleguen a las comunidades sin envolturas partidistas que los hagan rechazar.

Monseñor Urosa anunció su compromiso: “Como Arzobispo soy y seré imparcial en el campo de la política partidista, pero nunca indiferente a los problemas de mis hermanos, especialmente de los que sufren: los pobres, los débiles, los excluidos, los presos por cualquier causa, y eso mismo pido a todos mis sacerdotes y religiosos: estamos llamados a servir a Cristo y a todos nuestros hermanos sin distinción y sin parcialización partidista”.

No creo que el actual peligro del clero venezolano sea el partidismo, sino el miedo y la tentación de acomodarse y de cerrar los ojos al crimen e incumplir, cueste lo que nos cueste, aquello de “in omnibus charitas”, en todo amor. No podemos ser ni vendidos por un plato de lentejas, ni callados por un bozal de arepa.

En consecuencia, Monseñor Urosa resaltó dos grandes líneas de su acción pastoral, dentro del marco de la aplicación del recién concluido Concilio Plenario de Venezuela: la renovación de la Iglesia, que todavía vive lejos de haber asimilado y aplicado a nuestra realidad el Concilio Vaticano II clausurado hace 40 años, y la opción por los pobres, que es el sello irrenunciable de todo seguidor de Cristo. Opción por los pobres que, en la Iglesia entera y en cada creyente aliente el pensamiento y la acción inteligente y sea capaz de que la política, la economía, la justicia, la educación, y la vida cotidiana sean reordenadas, construidas y vividas de modo que incluyan a los excluidos y les brinden oportunidades de estar en el centro de la vida nacional.

El no ser indiferentes del Arzobispo significa también combatir la exclusión, la galopante corrupción, la ineficiencia, la persecución política y la reducción del poder judicial, apéndice dócil del Ejecutivo. Significa entonces, participar en la defensa de la democracia efectiva. Aunque hay opciones opuestas con argumentos legítimos, considero que sería una catástrofe para la democracia que más de cinco millones de opositores no se presenten a votar y que no hagan nada para defender su voto, aun con árbitros que inventan penaltis y meten goles.

La pluralidad de la Iglesia no es dejar la plaza a una caridad improvisada y amorfa. La doctrina social de la Iglesia (bien pensada y actualizada como está) debe estar en el centro de la acción y de la formación de todos los católicos, laicos y sacerdotes. Estos deben activar sus líneas fuertes sobre la sociedad y el Estado; sobre los principios de solidaridad y subsidiariedad; sobre la dignidad y los derechos humanos y sobre la propiedad privada, de manera de que sirvan eficientemente por el bien de toda la sociedad.

Si hacemos esto, seremos con frecuencia incómodos al poder, como lo fuimos en el pasado. Pero serviremos en tiempos difíciles a Venezuela en la construcción de una democracia plural, inclusiva y en paz.

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