Ich Bin Indianer
A la maestra Inés y a su hija Carmen
Primer movimiento. Fue en la ciudad de Leipzig, el 94, había una reunión de antropólogos, etnólogos, sociólogos, ecólogos, historiadores, estetas, etc. para escuchar la petición de un indio de Brasil, de construirle a su tribu, en medio de las selva, un hospital moderno. No recuerdo si lo presentaron como mundurucú o parintintins, pero es infalible mi memoria en este punto: se nos dijo que era oriundo de los aborígenes de Brasil, entre los ríos Madeira y Tocantins y que eran los mas cuidadosos seres en hacer las Tzantas, que así se identifica a las cabezas reducidas que en esta zona hacen unos indios con las de otros, normalmente, enemigos. Habló no se en que lengua, pero la reducción de las cabezas es conocimiento y sabiduría de los Jíbaros y otras tribus (no se si esa palabra merece el respeto de los antropólogos, etc.) que habitan en la Amazonia, dispersos todos en todas esas partes. No confíe, lector, en esos últimos datos, pues mis graves límites en estas cosas y mi marcada ignorancia no me permiten ver más lejos. Vuelvo a lo que allí ocurrió. Un interprete, traductor simultáneo, se encargaba de hablar por el Indio, en alemán. Era, según su curriculum muy bien sustentado, un sabio alemán que se metió en la selva, se hizo amigo de los indios de esta “raza”, aprendió su lengua y, claro, como otros pocos, su prestigio crecía si más lenguas sabía y defendiera los valores originarios. El indio de esta aventura por la Germania, había sido sacado de las profundidades de la selva, llevado en Lufthansa hasta Alemania. Y con su discurso en vivo, así se dice hoy, quería convencer a los germanos, incluso al gobierno, la banca, la iglesia, etc. de colaborar para construir un hospital modelo, único, allí en la mitad de la selva y servir para dar asistencia médica, hospitalaria, a aquellos buenos seres, que han vivido y bien miles de años. Yo estaba en ese sitio por mera casualidad. Una dama alemana, una mujer sabia, cuya familia vinculada a las luchas por la justica, la dignidad y valores humanos, entre ellos el mas riesgoso, ser anti nazi antes de Hitler, contra Hitler y después de él, es plenamente reconocida en aquellas tierras, con una obra densa, de primavera verdad, sobre los indios incas, su cultura, sus mitos, bien obra suya sola, bien con su marido, arquitecto y esteta alemán del mas reconocimiento universal. Pero conocedora de la literatura de América Latina, tanto la castellana como la portuguesa, había venido a Argentina perseguida por los nazi, y a quien yo por buena de Dios, conocí en el departamento de romanística en la universidad de München. Tuve el inmenso honor de recibir sus lecciones y de recibir con los míos, su magnánima generosidad, inigualable. Mi humilde reconocimiento a ella, a su insigne marido, valga hoy mas que nunca. Allí me dieron techo, pan y vino, sal y agua con generosidad viví en su casa. Liselotte und Theodor Engel (Hgg.), Die Eroberung Perus in Augenzeugenberichten (München 1975; dtv 1100) Una de sus n-obras.
Y bien, ella era invitada a ese evento y quiso llevarme para que yo escuchara el planteamiento y, sin dar nada por no poder hacerlo, al menos, eso sí, aceptar la invitación, el pedimento, la acompañé. No se nada de indios, porque en mi vida no necesité conocer nada especial de ellos, porque los vi como uno igual entre nosotros, que somos de dudoso “pedigrí”. Tengo un compadre wayuu y un una muy inteligente ahijada. Nos saludamos y pide la bendición y compartimos la casa, la amistad, la fraternidad, sin preguntas inútiles sobre de donde somos, y menos qué somos. Nos asumimos, familia. Un compadre, una comadre, una ahijada y todos lo mismo sin preguntarnos nada, porque somos iguales, reconociendo que no somos idénticos.
Segundo movimiento: al término de la conferencia, las preguntas de rigor. Era una competencia de sabios, a decir verdad cada pregunta solía empezar diciendo, en mis estudio sobre…: pude demostrar que. Y así. Me sentí avergonzado de tanta ignorancia mía y pedí la palabra buscando Ilustración. Yo soy indio. Ich bin indianer. Soy timoto-cuicas. Para que no hubiese duda les hice una breve historia. Dónde estábamos ubicados, que éramos el conglomerado mayor, ya estable, trabajador en lugar de guerrero, con buen teatro, poesía, música, muy buena agricultura cuidadosamente tecnificada, con terrazas, riego, abonos naturales, y mas dije, que estábamos imbricados a la cultura chibcha. Y que mi color, era el color normal de todos esos indios. Blancos, pelo liso, castaño, la mayoría, pardos los ojos, la mayoría, uno que otro intensamente negros y hasta azules también. Que nuestra medicina era muy buena y la protección social era perfecta. Reconocíamos las jerarquías y distinguíamos los oficios. Y dije más, pero no viene a cuento. Solo que cuando me preguntaron como yo podía hablar sin intérprete, me vi obligado a decir que en Cuicas, allí donde nací, era común jugar con Guillermo Tell, que se vino a escondidas y dio a nuestros abuelos las primeras clases de alemán.
Dije también otras verdades. Que allí los invasores trajeron tres pianos, que hablaban otras lenguas, que hoy los que quedamos de esos indios hablamos castellano y que es la única que todos manejamos; pero que se entiende bastante bien el italiano y que de allí salieron los Fontana, los Berti, Nieve, Cestari, D´Apollo, Ferrini… y mas que no recuerdo, mientras nunca supimos el apellido de nuestros antepasados indios porque ellos no los usaban, pero que se llamaban de manera mas buena y mas bella, mi bisabuela se llamaba Rayo de Luna mientras mi pentabuelo se llamaba Relámpago. Y demostré que los nombres de nuestros muy antepasados se parecían a lo que ellos eran, por eso cuando se morían mas que ellos morirse desaparecía el nombre. Y, finalmente pregunté al indio de la Amazonia si tenía sentido un hospital allí, con las medicinas que hay que llevarlas desde fuera, con jeringas, plásticos, respiradero artificial, planta eléctrica a gasolina, o a gasoil, hidráulica y mas, las empresas productores de vitaminas, vacunas, medicinas, las ambulancias y las carreteras asfaltadas, y mas dije, y concluí observando que a los timotocuicas los exterminó el progreso. Se envenenaron con los abonos químicos y los insecticidas. Se contaminaron de sífilis. Y seguí, les dije que cosas buenas también nos trajeron, el castellano. Lo aprendimos para saber qué pensaban y que querían hacer con nosotros. Me refería a mis pentabuelos. Lo aprendimos para comunicarnos con los otros que trajeron con ellos, entre ellos unos negros que cuidaban la caña y a las niñas más blancas para de allí salir vestidos los hijos de café con leche. Les dije que era mas fácil aprender castellano que las lenguas nuestras y las que ellos trajeron. La nueva tenía todo organizado y podíamos destruir y recomponer su orden para dominarlo. Les dije que eso era bueno, y les hablé del cristianismo que nos trajeron y que nosotros los indios y los negros le pusimos más belleza a sus misterios. Los alemanes son muy correctos. Me pidieron que me callara, ellos sabían todo eso, de otros sabios que habían hecho sus tesis doctorales en Paris sobre Guajiros, y otros indios y jamás supieron una sola palabra en esas lenguas y eran doctos en eso.
La Doctora Liselotte se ruborizó. Al salir me dijo muy sobria, Américo, eso es verdad? No!, le dije, es casi toda, me faltó mucho que decir. Y le pedí disculpas por no haber podido enfrentar mejor al indio, pues, me dio pánico que me redujera la cabeza, ya bastante chiquita por lo inútil.
Tercer movimiento. Jugaba Argentina contra Holanda. El maestro Andrés García invitó al gran pintor Francisco Bellorín para que disfrutasen de una parrilla argentina, de vinos de primera argentinos, de música argentina, pero, sobre todo para derrotar a Holanda. Bellorín se negó. Más bien, Andrés, vente para acá. Aquí hay carne, música de Mozart y Ginastera. Tangos de Gardel y boleros de Rabel. Joropos y cantehondo Y celebraremos el triunfo de Holanda. El Maestro Andrés, sin cólera pero con gran sorpresa, dijo: Negro, miserable de vos, no sabes que los holandeses fueron los mas grandes y peores negreros del mundo?. Si dijo Bellorin. Y eso pudo ser una cosa muy grave pero yo, en especial, yo que soy negro, doy gracias a ese hecho. Aquí estoy, disfrutándolo, bebo, pinto, voy a Paris, Londres, el Cairo y mas y mas lejos, de no haber sido por eso, quizá no habría nacido o si lo hubiera hecho, estaría aun de esclavo en no se donde, o muerto de hambre en Biafra, o victima de guerras, de dogmas y mas y mas peligros tragedias y desgracias en la cual sobrevivirán mis entapados allá en África. Mi tristeza es grande de saber la tragedia que allí viven y mi alegría es mucha de saber que los que aquí vivimos no padecemos por negros ni por nada y menos porque distinto de cuero y pensamiento seamos.
Final. De pronto parece Aristóbulo empecinado en demostrar que no todos somos iguales, así descendamos del mono, duda no me cabe. Pero que hay unos más puros que otros. Tampoco me pregunto si provenimos según Dios en cada situación dijo como surgimos. Pero los que construyeran esta patria venían de todos. Los españoles sangre de árabes, romanos, de habitantes de la península que eran muy variados. Italianos, portugueses, canarios, alemanes, todos aquí vinieron y nos hicimos UNO. No queremos celebrar días de la raza, porque no somos ni blancos, ni negros, ni indios… somos más que eso sin ser más que nadie sobre eso. Ese esfuerzo de separarnos por razas es una enfermedad del nazismo, o esquizofrénicas formas de racismo. Cuantas mezclas en Bolívar que era chiquito, fierito, oscurito, parrandero, mujeriego en extremos genio, y Miranda, catirito, andariego, altote, afrancesado y hasta putañero era. Y Dios Dado, el de los bellos ojos que apasiona a Chávez. Y Páez, catire como las bellas niñas de Sabaneta de Palma, allá en Los Puertos. Y que inmensamente hermosas las negras de Bobures, que aman y viven como las blancas aman y viven y las que son mar y belleza, amor templanza … que mas puedo decir: lo que dijo Bolívar no anda mal, no somos ni indios, ni negros ni blancos… somos una cultura de síntesis, una simbiosis y no mezcla de razas. Ah, casi se me olvidaba, Aristóbulo con una computadora y demás adelantos de la cibernética, se niega a ponerse guayuco, prefiere un traje a la moda de un príncipe de Mónaco, pero, usa señales de humo.