Hugo, Stalin y Maquiavelo
“Stalin y Maquiavelo consideraban que la única tarea del gobernante consistía en conservar el Poder y estudiaron todos los medios para mantener ese poder una vez adquirido. Para ellos, la ideología en cuyo nombre los dirigentes gobiernan no es más que una bandera o una pancarta.”
Donald Rayfield, Stalin y los verdugos
Ya el cuñado de Fidel Castro, Raúl Díaz Balart, acertó en 1953 con el diagnóstico de un fenómeno en ciernes: el castrismo. Castro hubiera sido fascista, dijo entonces Días Balart, si el fascismo no hubiera sido derrotado en la 2ª Guerra Mundial. A falta de fascismo – admiraba a Hitler por sobre toda otra figura – se adhirió al comunismo. Así encontraba la coartada perfecta para su único y supremo objetivo: hacerse con el Poder y conservarlo hasta su muerte.
Chávez no pudo adherirse, como Castro y de entrada, al comunismo por la misma razón que aquel no pudo hacerlo con el fascismo. Cuando accedió al Poder el comunismo se había desmoronado. Para lo cual él ya tenía una ideología de recambio: el bolivarianismo. En realidad, Bolívar le importa un bledo. Sólo le interesa tener con que cobijarse ideológicamente para alcanzar su único propósito y del que sueña desde su adolescencia: asaltar el Poder y quedárselo hasta que se le revienten las entrañas, como Castro.
En ese su afán maquiavélico y estalinista, castrista y hitleriano es el clásico caudillo despótico, tiránico y autoritario: se encaramó sobre el Poder gracias a la complicidad, la alcahuetería, la complacencia y la debilidad de los hombres y las instituciones. Y ese Poder lo alcanzó sin ningún otro objetivo que el Poder por el Poder mismo. Stalin lo persiguió para construir el comunismo. Hitler, el nazismo. Y Castro el socialismo. Chávez ni siquiera lo persigue para otra cosa que no sea poseerlo en bruto, para su inflamiento y disfrute.
Es la gran diferencia entre el teniente coronel y el seminarista georgiano, entre el pintor austriaco y el soldado de los llanos, entre el abogado habanero y el tropero: aquellos quisieron gobernar hasta su muerte dejando algo a cambio. Chávez, infinitamente más zafio y mediocre que todos ellos, sólo lo quiere para su propio engrandecimiento. Como todos ellos tuvo una infancia atormentada y una paternidad torcida. Como todos ellos fue mediocre y supo ocultar sus verdaderos intereses. Como todos ellos ha estado dispuesto al crimen y la iniquidad, la corrupción y la barbarie. Pero es, en cierto sentido, muchísimo más ambicioso: sólo tiene ambiciones. Más nada. Ni cultura, ni propósitos, ni un proyecto específico.
Derrotarlo este 15 de febrero constituye una obligación cívica y moral. Aunque no por ello dejará de alimentar su enfermiza ambición de Poder. Si puede burlar la voluntad popular y montar un descomunal fraude, lo hará. Más aún: debe estar haciéndolo. Si a pesar de ello es derrotado, desconocerá su derrota e intentará seguir pisoteando la constitución y las leyes. Y volverá a la carga. Lo hará hasta que sea aplastado, triturado y separado del Poder por la voluntad de la historia y la acción del soberano. Por las buenas, jamás renunciará a su único propósito: apropiarse el Poder para siempre. Es bueno tenerlo presente.