Hugo, Huguito…
Desperté este domingo con la expectativa de ser tele protagonista de un acontecimiento histórico: el anuncio por el canal oficialista y su cadena de radio y televisión de la primera ruptura de relaciones diplomáticas en la historia de la república de Venezuela con los Estados Unidos de América. Un hecho ni siquiera comparable con el bloqueo a la Guaira en diciembre de 1902 por las grandes potencias europeas y que anunciada por el teniente coronel Hugo Rafael Chávez Frías daría pie, con absoluta certeza, a otra frase marmórea del estilo de aquella que inmortalizara al Cabito: “la planta extranjera ha osado hollar…etc., etc., etc.”
Pensé que suficientemente aderezada con una marcha patriótica descomunal, como la millonaria de funcionarios y becados del Estado puesta en pie por Fidel Castro hace una semana para ir a reclamar ante la oficina de negocios del Hegemón en el malecón de La Habana, pasaría a constituir el giro copernicano de nuestra política exterior, el relanzamiento mundial de la revolución bolivariana, el acicate necesario para un levantamiento continental y el arrollamiento del capitalismo imperial por pueblos, aldeas y barriadas continentales. Había llegado por fin la “hora de los hornos” de que hablara el mártir cubano José Martí y se incendiaban por fin las hogueras de esos dos, tres, muchos Vietnam que intentara inflamar desesperada e infructuosamente el Ché Guevara hace cuarenta años. Pólvora mojada.
La ruptura prevista no era capricho personal de un televidente trasnochado. El presidente la había anunciado con todas sus letras y sin ningún viso de humorada o bravuconería. Con el desplante, la contundencia y la seriedad con los que suele enfrentarse al imperialismo yankee señaló en su programa dominical de la semana pasada que si los Estados Unidos rechazaban la extradición de Posada Carriles, no le temblaría el pulso para ordenar la ruptura de relaciones con los incómodos vecinos del Norte.
La justicia norteamericana, un poder verdaderamente autónomo y ajeno a las manipulaciones de los gobiernos de los Estados Unidos, se negó a detener preventivamente a Posada Carriles para su posterior extradición. Y lo hizo con la suficiente antelación – mera casualidad – como para que los interesados en dicha extradición, además de presentar los recaudos correspondientes tomaran sus debidas provisiones. Si algo vale la palabra de un presidente serio y responsable, la ruptura de relaciones era por lo tanto un hecho irreversible.
Me dormí tarde en la noche frente al televisor, profundamente frustrado por el incumplimiento presidencial. La marcha mil millonaria se redujo a un puñado de zarrapastrosos manifestantes arreados como de un gallinero vertical y el héroe del museo militar hizo mutis, según su propia versión mucho más interesado en el partido de voleibol que disputaban Venezuela y Brasil que por la palabra empeñada el domingo antepasado. Consciente de la “arrugada” le pasó el muertito de Posada Carriles a su vicepresidente. De algo más que de jarrón chino habrá de servirle José Vicente Rangel.
Desperté a medianoche con el sonsonete de aquel slogan escanciado en las marchas opositoras de los mejores tiempos: “Hugo, Huguito, aprieta ese c…..”. ¿Lo habrá apretado?