Honor a los condenados
La persecución y cobarde acoso en contra de Manuel Rosales, exgobernador del Zulia y actual alcalde de Maracaibo, la arbitraria y aparatosa detención del General Raúl Isaías Baduel y finalmente la monstruosa orden de condena dictada por Hugo Chávez en boca de la sentenciadora Maryorí Calderón en contra de los tres comisarios y otros seis funcionarios de la policía metropolitana de Caracas han copado la atención ciudadana de estos días. Los hechos se suman a la violencia institucional de un régimen que mantiene ilegítimamente en prisión a varias decenas de compatriotas, a centenares en la clandestinidad y el exilio y en completa impunidad a los verdaderos asesinos del gobierno, responsables directos de la masacre del 11 de abril de 2002.
Iván Simonovis, Lázaro Forero y Henry Vivas, así como los funcionarios condenados y la PM en general, se habían ganado el reconocimiento y la solidaridad del pueblo de Caracas. Pueden tener la seguridad de que independientemente de lo que suceda en las instancias judiciales que aún están por transitarse, no estarán ni 30 ni 17 años presos como quiere Chávez. Este régimen terminará mucho antes. Entonces serán reivindicados y recompensados, sus verdugos ajusticiados bajo un verdadero estado de derecho y la paz de la república asegurada por el nuevo régimen. Esto no es retórica para el consuelo, sino una razón más para luchar sin tregua tras el objetivo de que esta barbarie termine en el menor tiempo posible. Esta tiene que ser la meta para todo verdadero demócrata. El llamado a la unidad nacional es para trabajar en esa dirección y en ninguna otra que pueda desviarnos del objetivo.
Confieso que siento mucho desprecio por estos tiempos, tristeza al contemplar lo que han hecho con el país y decepción al contemplar el baboso rostro de la mediocridad importantizada dentro y fuera del gobierno. Me afecta ver a algunos dirigentes plegados a la retórica populista por simple demagogia o por no aparecer como liberales frente al socialismo miserable que se pretende imponer. Me anima el ciudadano de la humanidad común, el que sufre las penurias de lo actual pero que, por encima del miedo y del temor existente, no esconde su decisión de luchar a fondo si lo que se propone “es definitivo”. Esa gente que no vive del gobierno ni de la oposición, ni de los políticos ni de los partidos, que no quiere depender de nada distinto a su propio esfuerzo para ser dueños de su destino, es la clave para alcanzar la victoria.
Se avecinan tiempos duros y peligrosos, pero no debemos lamentar lo que ya es inevitable. En esta confrontación debemos obrar renunciando honestamente a los frutos del éxito. Pensar demasiado en “lo que vendrá después” debilita el coraje para asumir los riesgos y enfrentar los peligros. El renunciamiento crea la paz interior que se necesita para extirpar de manera definitiva, este cáncer que ya ha destruido órganos vitales de la nación. Los políticos deben ejercitar la razón frente a la realidad.