¿Hombre de diálogo?
El presidente de la República, en recientes declaraciones suyas recogidas por distintos medios de comunicación, ha dicho que siempre ha estado dispuesto a estimular el diálogo entre el gobierno que preside y los diferentes sectores de la población porque él es “hombre de diálogo” y, por consiguiente, interesado como el que más en que las situaciones conflictivas de diverso género que enfrenta el país sean resueltas gracias a los mecanismos democráticos que promueven, a través de la participación y el pluralismo, la construcción de los acuerdos y consensos indispensables que garanticen la gobernabilidad de la V República y sean capaces de fortalecer el proceso emprendido en favor de la revolución bolivariana.
Sin embargo, no es fácil otorgar crédito sin reservas a la postura asumida ahora por el jefe del Estado. Frescos están los recuerdos de quienes han tenido que soportar, durante el tiempo transcurrido del mandato presidencial, las agresiones y embestidas emprendidas por el titular del Ejecutivo Nacional contra todos (as) quienes han sido considerados (as) enemigos (as) de su proyecto político. Basta examinar los contenidos de algunas de las distintas ediciones del programa radial ¡Aló, Presidente!, escogidas al azar, así como una muestra representativa de las cadenas presidenciales a través de la televisión, para comprender que están plenamente justificadas las prevenciones y reparos que han mostrado dirigentes y voceros autorizados de distintas organizaciones e instituciones, del más variado género, que desconfían de la capacidad y disposición del Presidente para asumir una conducta diferente a la que hasta ahora él ha observado en el campo de las relaciones que deben existir entre gobernantes y gobernados.
No se presenta despejado el camino para el propósito de acometer un proceso de diálogo como el que requiere el país en las actuales circunstancias. Pero el hecho resaltante de que el jefe del Estado, valga el apunte, convenga en abordar el tema, es por lo menos una demostración de que, con su actitud, está aparentemente reconociendo la gravedad de la crisis existente, la cual abarca, qué duda cabe, a todos los estratos de la población.
Por supuesto, será al gobierno a quien corresponda la mayor responsabilidad. Si el comportamiento del Presidente sigue siendo el mismo nada se habrá obtenido. Y, lamentablemente, son bastantes los signos negativos a ese respecto. Entre otros, la posición asumida por el gobierno en los casos puntuales de proyectos de leyes de carácter singular como la de Tierras y la de Hidrocarburos, por ejemplo, las cuales aparecen aprobadas en el marco de la Ley Habilitante sin que sus contenidos fueran objeto de algún tipo de conocimiento previo por parte de los sectores correspondientes de la comunidad organizada interesados en ambos temas. Asimismo, la actitud del régimen frente al proceso electoral en el campo sindical es elocuente: como la derrota para la Fuerza Bolivariana de Trabajadores ha sido determinante ya se anuncian gestiones radicadas en el oficialismo para desconocer los resultados respectivos, lo cual, de prosperar, consagraría la intervención descarada del movimiento sindical por parte del gobierno. No es necesario mencionar otros hechos, igualmente resaltantes pero susceptibles de ser obviados en los términos del presente comentario, para concluir en que el diálogo civilizado y participativo que la sociedad civil desea, de cara a la profunda crisis que domina todos los escenarios nacionales, requiere como paso previo que el presidente de la República efectivamente se convenza de que, para avanzar en el propósito señalado, es necesario rectificar para dejar atrás la agresividad, intolerancia y pugnacidad que, entre otros rasgos, han sido características invariables del discurso presidencial hasta hoy. ¿Hombre de diálogo? Ojalá y no sea un chiste.