Opinión Nacional

Hijos del persa manes

NOTA INTRODUCTORIA: Aunque no es el trasfondo de mi nota, antes de concluirla leí un editorial de El País sobre la guerra en Irak, que se aproxima con mucho al comentario del manejo tendencioso que relato más adelante y resulta un buen epígrafe: “…El balance de muertos y heridos que deja esta guerra será siempre un acta de acusación contra quienes la desencadenaron, despreciando la legalidad y las instituciones internacionales en nombre de  valores que traicionaban en el mismo momento de invocarlos.”

No es que me guste, ni busco notoriedad con medidas extremas, pero en esta bella labor de ponerse a decir cosas que otros leen generosamente, me ha provocado tantas veces dejar las dos cuartillas semanales con una cintilla: autocensura. Eso es lo que hago en ocasiones en que miro para otra parte, en vez de enfocar mis reflexiones hacía el asunto que me indigna, irrita, sulfura, crispa, solivianta, encrespa y toda suerte de sinónimos que pareciéndose no quieren decir lo mismo, pero ayudan a precisar sentimientos y pensamientos, no necesariamente en ese orden.

En estos últimos tiempos, años ya, el panorama que vislumbramos nos subleva por dentro. La marcha de muchos asuntos es accidentada, por decir lo menos. Las lacras de la sociedad se expanden. Nuestro silencio es cómplice, y vuelvo al foco que me encandila y hace que me comporte como un vehículo que pierde el rumbo, acercándose al voladero. El manejo del lenguaje por parte de instancias poderosas depura cinismo, se especializa, ahonda en propaganda la distancia con la veracidad. Y hasta en eso hay maniqueísmo, buenos y malos. No hayamos la brújula, porque debemos incluirnos en las categorías quienes no hacemos algo para transformar lo que consideramos inadecuado. Claro que mi ingenuidad tiene límites, son las de la amenaza de la violencia que castiga con saña las labores de quienes están de lado de las normas. Las acciones son rebasadas por una guerra de guerrillas cobarde. Hay fuerzas que pegan escondiendo de inmediato la mano. Las luchas no son frontales. Hay mucho de virtual hasta en las guerras “mundiales” que se libran en muchos rincones del globo, apéndices lamentables de los 2 conflictos extremos del siglo XX, incluyendo los genocidios.

Algo semejante pasa en el terreno de las ideas. No se discute con la pulcritud de los principios. Vemos extremos paradójicos y contradictorios en aquellos que representan ejemplo, porque provienen de instancias prácticamente sagradas, supuestamente éticas a ultranza.

Los desafectos se dan con todo. No se respetan las rayas pintadas. Se miente con la verdad. El combatiente se parapeta en la retórica. Desea ganar a toda costa, no negocia, porque da por cierto verdades infalibles. Estas no existen, así, simplemente. Filósofos, guías, profetas legítimos de las religiones mono y politeístas no pueden servir de trinchera para la imposición de nuestras humanas limitaciones. Somos obtusos y miopes. En lugar de tender puentes, como hicieron los pontífices sabios que en el mundo han sido, mordemos la mano –sin poner la otra mejilla- con el insulto rápido, soez. No tiro primeras piedras. De nievo me incluyo en lo que critico. La pureza es un ideal muy alto y lejano. Uno es contradictorio, algunos dirán que por naturaleza. Yo disiento. Cultivamos la falta de congruencia. No nos importan los señalamientos. Damos por hecho que los otros, los demás, son los que se equivocan, los desviados. El encono y la mentira es arma letal.

Digo todo esto porque no me he atrevido a publicar el artículo que ya tenía preparado para esta semana. Estoy muy inquieto con ello. He llegado a temer incurrir en un acto de cobardía. Luego me convenzo de que es legítimo hablar de legítima defensa –válgame la redundancia-.

Dejar de decir no significa callarnos.

El texto preterido se llama “Chitón del alma”. Y es muy parecido a éste en sus vaguedades certeras. Hubieran podido descifrar su crucigrama fácilmente. Los elementos para completar las supuestas incógnitas que se plantean a la manera de una charada, están en la mente de todos aquellos que tienen abiertos los ojos y que escuchan

La algarabía rumorosa de nuestra realidad no es amarillismo de los medios, ni es forja de voceros varios. Son dimensiones vocingleras de aflicciones extremas que estamos sufriendo. Tampoco tenemos derecho al desánimo total.

El noble varón que fue el Mahatma (sus libros de cabecera eran el Bhagavad-Gita, la Biblia y el Corán) tenía un hábito sano, dejaba de proferir palabra una vez a la semana, los lunes, si no me equivoco, en un ayuno de discurso semanal. Estoy haciendo eso de tanto en tanto, oblicuamente, con mi verbo escrito. Lo dejo en suspenso, no por miedo a las consecuencias (a los castigos que siempre acaban llegando, y por donde menos se espera) cuando uno decide no dejar pasar por alto los clamores populares, si no porque la indignación lo deja a uno pasmado, con la boca abierta. El clima, no solo moral, es confuso. Muchos obligados a clarificar lo enturbian. No quiero sumarme a su labor de zapa.

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