Opinión Nacional

Hermandad bolivariana

Querido compatriota, no vaya a creer que se trata del viejo himno a las Américas  que cantábamos en la escuela como un símbolo de paz, de buena vecindad, como fuerza en la garganta,  como aspiración de total fraternidad para el continente americano.

Tampoco se trata del saludo del Líder en sus innumerables, galletosas, confusas y fastidiosas cadenas cuando nos tilda de hermanos y hermanas. No compatriota se trata de algo más simple y mundano que la convivencia hemisférica o el protocolo revolucionario.

En efecto, de lo que hablamos, es de esto: Usted gana unas elecciones e inmediatamente después de ser nombrado Presidente, Ministro, Superintendente, Comisionado llama a sus hermanos – puede ser el marido, los tíos o los primos, o incluso el propio padre – y como si no quiere la cosa les va dando un contrato aquí, una canonjía más allá, un enchufe, una concesión, una bomba de gasolina, unos  bonos en dólares, unas notas estructuradas, un fideicomiso, unas mercancías decomisadas, el permiso para un casino, y como quien no quiere la cosa también el pariente  se va enriqueciendo poco a poco, compra carros y hatos, ganado fino, se envalentona con un banco, con dos, con una Casa de Bolsa, con una Arrendadora Financiera, con una Aseguradora, con un banco off shore, un hara, un Jet Lear, unos pura sangres que sustituyen a los viejos gallos de pelea allá en el llano.

Y de repente el hermano bolivariano aparece en el jet set, de lo más pintoso y arreglado, en las sociales de Osmel, en veintiuno, en gente en ambiente y hasta en la misma Hola y en Fortune, el hermano se le fue de madre y es puro bonche, bautizos y primeras comuniones que compiten con los mejores saraos de los tiempos de Cipriano Castro.

UD que es el Hermano Mayor, el Big Brother, se hace el pendejo, dice no saber, ni oír, ni ver, no opina pues; pero la realidad es más fuerte que la querencia, la  necesidad de sostener el piso político del Líder, del Big Brother,  se hace evidente, y sin más el imperio del fraterno se derrumba por un tiempo, mientras nuevos testaferros se aprestan a sumir el puesto del fratello en desgracia.

Nuevos parientes y hermanos entran sin embargo en juego y la hermandad bolivariana vuelve a consolidarse hasta que sea necesaria otra razzia televisiva, otra incursión contra el pillaje consentido y necesario para que el proceso avance y se deslastre.

Y así hermanos van y hermanos vienen, porque como bien lo dicen en Barinitas:

¡Él que le pega a su familia se arruina!    

 

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