¿Hay vida después de Chávez?
Obviamente, sí. Y esto es algo que debemos entender todos, tanto
oficialistas como opositores, tanto chavistas como escuálidos. Algo que
debemos considerar detenidamente, sobre lo cual debemos reflexionar con
absoluta y fría objetividad.
Si bien es cierto que la conflictividad es alta, que el abismo entre
nosotros pareciera insuperable, existe aún mucho terreno común; todos amamos
al país y todos estamos preocupados por el bienestar de nuestras familias y
el futuro de nuestros hijos. Todos queremos a Venezuela; todos admiramos a
Bolívar, pero en una dimensión real y práctica, ajustada a nuestra vida
diaria y cotidiana. Todos queremos que el país progrese y que nuestros hijos
disfruten de la paz y la tranquilidad con la cual la mayoría de nosotros
crecimos (porque aún somos un país joven y lleno de energía). Todos queremos
más y mejor Democracia, que brinde «igualdad» pero constructivamente, sin
quitar a unos para dar a otros, sino dando a todos las mismas oportunidades
para proveer nuestras necesidades y satisfacer nuestras aspiraciones. Todos
queremos acceso a la riqueza del país, pero no destruyéndola como parásitos,
sino engrandeciéndola y haciéndola abundante para todos. Todos queremos que
cese la corrupción y el despilafarro, y disfrutar de un país donde el Estado
sea para el pueblo y por el pueblo, donde los gobernantes sean honestos
servidores públicos, sin importar su partido o ideología, y donde la
justicia sea realmente ciega e implacable.
Como ven, aún hay mucho que tenemos en común. Hay mucho espacio donde
negociar, mucho que construir. Es absurdo que nos neguemos esa oportunidad
de encontrar espacios comunes, de dialogar como hermanos, de levantar el
país que soñamos unidos, y así dejarnos consumir en esta vorágine de odio y
rencor en apariencia indetenible. La verdad, mucho hemos logrado unidos
hasta ahora.
En 1998, con el asombro del mundo entero, los venezolanos rompimos el
bipartidismo parasitario que nos consumía desde hacía un cuarto de siglo, y
reafirmamos nuestro deseo y resolución a reformar y mejorar nuestra
democracia. No fue la victoria de nadie, sino nuestra, de todo un país.
Desde entonces, aún seguimos siendo mayoría; quienes, queremos un mejor
país; quienes aspiramos construir una mejor democracia; quienes soñamos con
un futuro promisorio para Venezuela. Si antes pudimos enfrentar unidos a
bandas y cenáculos que controlaban y asfixiaban las intituciones
democráticas, cómo no vamos a poder ahora hacerlo contra las aspiraciones
totalitarias de un solitario alucinado? Nuestras sueños no son propiedad de
nadie, y nadie tiene el derecho de arrebatárnoslos o privarnos de ellos.
He escrito esta nota lleno de esperanzas. Es un mensaje dirijido a los
corazones de aquellos que tienen en sus manos instrumentos que podrían
ayudar a resolver nuestra terrible situación. Es un mensaje para reafirmar
una realidad, que hoy pareciera imposible para algunos. Compatriotas, SI,
hay vida después de Chávez; como la hubo después de AD y Copei, y después de
Pérez Jiménez o JV Gómez; como la hubo después de la caida del Imperio
Español y de la disolución de la Colombia del Libertador. Nuestro futuro no
lo determina nadie en particular, sino la contribución y la unidad de todos.
Ha sido siempre así en doscientos años de historia republicana, y hoy no hay
razones para pensar que pudiera ser diferente. No podemos sacrificar tanto,
no podemos negarnos a reconocer ese oceano inmenso de sueños y deseos que
compartimos en común para Venezuela, por el delirio obstinado y hambriento
de sangre de un solo hombre. Recordemos esa frase bíblica del Libertador que
al Sr. Chávez tanto le gustaba mencionar: él es sólo una brizna de paja
arrastrada por el viento de una tormenta fastidiosa y momentanea; pues bien,
dejemos que esa brizna de paja siga su curso errante y garuoso, y unamos
fuerzas nuevamente para retomar nuestro camino de construir en paz y unidad
esa patria mejor que merecemos.