Hay Betancourt para rato
A los cien años Betancourt se encuentra muy bien. Continúa viviendo en su casa “Pacairigua” de Altamira. A las faldas del Ávila puede ver la Caracas que el ayudó a construir y vio crecer desde aquella misérrima villa a la que llegó a estudiar en el liceo Caracas en 1919. Hasta la ciudad extendida, moderna y sucia de hoy.
Todos los días se da un baño en la pequeña piscina que mandara a hacer para diversión de sus nietos y para ejercitarse diariamente. La casa, modesta, fue donada por el pueblo, mediante una colecta, y entregada al líder adeco una vez que finalizó su segunda presidencia.
Hay quienes criticaron el regalo de la casa. El maestro Prieto dijo que Rómulo había rechazado otra vivienda porque era más pequeña. Pero quien ha recorrido sus salones, sabe que Pacairigua es una casa modesta y hasta incómoda en sus habitaciones. De todas maneras, lo importante es el gesto: el pueblo obsequió una casa a su conductor, carente de bienes de fortuna por haber dedicado toda su vida a la política, exigente oficio que ejercido con honradez no deja beneficios materiales.
Betancourt se mantiene lúcido. Ha seguido escribiendo libros, en los cuales la política sigue estando presente, pero ahora ha abierto su mente a otros caminos intelectuales. La ecología y el futuro del planeta que habitamos están entre sus actuales inquietudes. Por ello ha escrito dos volúmenes sobre este tema. Betancourt no descansa su mente. No se regodea en lo ya escrito. Y dice que su obra mayor “Venezuela. Política y Petróleo” es historia y alegato de defensa del gobierno del trienio 1945-1948, pero en ningún momento catecismo a cumplir a rajatabla por su partido Acción Democrática o por quienes le siguen fuera de la organización.
¿Está vigente su pensamiento?
Betancourt se muestra de acuerdo con quienes han expresado la pérdida de vigencia de su pensamiento. En especial, con el historiador Germán Carrera Damas, uno de los más importantes intelectuales públicos de nuestra época y autor de libros imprescindibles para el estudio de la Historiografía venezolana.
Carrera ha dicho que las ideas de Betancourt, expresadas en miles de artículos de prensa y en una decena de libros no pueden tener vigencia plena porque fueron escritos en un contexto histórico que ha cambiado. Pero, en cambio, la línea fundamental de su acción política: la lucha por establecer una democracia de instituciones liberales y con vocación de equidad social, está más vigente que nunca ante el retroceso en todos los órdenes que hemos tenido en los últimos nueve años.
Betancourt dice que es absurdo pensar que determinadas ideas puedan servir para todos los tiempos. Los proyectos políticos deben responder a un contexto; ser afinados para cada época. El político debe estar al día para proponer soluciones a los hechos del momento y no anquilosarse en la doctrina oficial a la que ya no puede extraérsele más sustancia.
Ahora trabajaría más en equipo
Betancourt sabe que en el país actual es imposible encontrar a alguien como su figura. Seria necio que un político, hoy en día, intentara imitar la erudición de Rómulo en economía y en cada área del sector productivo. Su mayor aporte a la Historiografía lo constituye su estudio de la historia y la política petrolera en venezolanas. Un político así, con ese amplio espectro intelectual, hoy, estaría fuera de nuestra evolución intelectual y en contradicción con la actual división del trabajo intelectual que representan 120 universidades y que miles de venezolanos hayan estudiado aquí y en el exterior especialidades en cada una de las materias que informan la realidad del país.
Le recuerdo su actual pasión ecológica y me responde que es más una tarea que se permite un centenario diletante.
Betancourt no duda que pueda revisarse “Venezuela. Política y Petróleo” y a luz de nuevos nuevos hallazgos documentales, tal y como ha ocurrido, se puedan discutir algunas de las afirmaciones que aparecen en el texto de 1956. Pero sigue orgulloso de su libro y recuerda con pasión las infinitas horas de estudio, investigando y traduciendo papeles, que lo llevaron a las puertas de un colapso nervioso, tal y como lo asegura en el epistolario de aquellos días, publicado por la Fundación Rómulo Betancourt, que dirige su hija Virgina Betancourt Valverde.
A pesar de la semi leyenda que habla de un Betancourt irascible y gruñón, Rómulo fue un amigo extremadamente cariñoso. Sus cartas están llenas de apelativos dulces y diminutivos de los nombres de sus compañeros. Quiso siempre ser un hombre de acción pero perteneciente a una organización. Siempre llamó la atención sobre el peligro de caer en el cliché del intelectual encerrado en su torre. Admira el estilo y el pensamiento de Montaigne, pero nunca lo quiso imitar. La lucha es en la calle y con un partido.
Aún en estos días convulsos, con los partidos tan desprestigiados –por responsabilidad propia y por el ataque despiadado y cobarde, muchas veces, de otros actores como los medios de comunicación-, Betancourt se mantiene en las filas del partido que fundó: Acción Democrática. No ha hecho como otros prestigiosos dirigentes, que un poco menores que él, se han declarado -a los ochenta y pico- “independientes”. Es verdad, Betancourt no asiste a las reuniones del Comité Ejecutivo Nacional (CEN) ni hace vida partidista activa, pero de vez en cuando hace llegar sus observaciones sobre la línea política que fija el partido.
Siempre contra los corruptos
A veces ha intervenido con acritud para llamar la atención sobre la conducta de un compañero que se haya desviado de los principios éticos. No robar es para Betancourt el primer mandamiento que debe cumplir quien asume un cargo público. Hoy se encuentra horrorizado ante el saqueo que de los dineros públicos ha hecho el chavismo.
Compara los años de la llamada Revolución de Octubre (1945-1948) con la revolución bolivariana y expresa que ningún alto funcionario de entonces ni siquiera intentó enriquecerse. Los de ahora, dice Betancourt, han construido un “hampoducto”, no para mandar a El Dorado a los malandros sino para sacar en lujosas maletas los petrodólares del país, para financiar campañas electorales extranjeras o para comprar joyas, carros carísimos y apartamentos de extra lujo en las grandes capitales del mundo.
Betancourt siempre pensó que la corrupción administrativa, esa plaga que nos persigue desde los tiempos coloniales, se combatía con el empleo de hombres honestos en los cargos públicos. Que, así, la pulcritud en el manejo de los recursos vendría por añadidura. Hoy, después de ver cómo muchos de sus compañeros se enriquecieron a la sombra del erario público, habiendo sido insospechables de poder cometer delitos como ciudadanos privados, ha llegado a la conclusión de que la honestidad personal no es una condición suficiente para combatir la corrupción.
Betancourt hoy combatiría el robo de los dineros públicos poniendo el acento en la creación de un sistema judicial eficiente e independiente, con jueces preparados que no le deban su ingreso a la carrera a ningún jefe político. Y con educación ciudadana, porque mucha corrupción tiene su origen en el desconocimiento de la ética. La gente cree que lo que es de todos no es nadie y eso les permite apropiárselo.
¿Por qué no un tercer mandato presidencial?
Le pregunto a don Rómulo sobre su decisión de 1972, tomada al regresar de su autoexilio en Europa, de no buscar la candidatura presidencial del partido blanco para el período 1974-1979. Me dice que espere un momento y me deja sentado en la biblioteca que da al pequeño jardín donde hay unos turpiales cantando.
Vuelve con el libro de Manuel Caballero, el primero que escribió sobre Rómulo en el que cometió algunas inexactitudes históricas ya corregidas en “Rómulo Betancourt, político de nación”. Me dice Betancourt que copie lo que él publicó en El Nacional el 21 de julio de 1972.
Allí se puede leer, entre otras cosas, que no tiene ambiciones políticas y recuerda que ya lo había dicho cuando se incorporó al Senado, una vez entregado el poder a su compañero de partido y amigo íntimo, Raúl Leoni.
Hay que recordar que nadie se le hubiera opuesto a Rómulo si hubiese querido ser otra vez candidato de AD. El líder naciente de entonces, Carlos Andrés Pérez, ni siquiera hubiese acariciado la idea de ser el abanderado adeco si su jefe de siempre hubiese aspirado.
En esa carta Betancourt dice: “Rotunda y categóricamente digo que yo no volveré a ser más Presidente de Venezuela. Ya lo he sido en dos oportunidades y hay que darles ocasión de ejercer la primera magistratura, con todo lo que comporta de responsabilidad y de satisfacciones, a otros venezolanos”.
Me despido de don Rómulo y me regala una frase que, aunque suene a pleonasmo, me dice, tenemos que repetirnos y ponerla en práctica todos los venezolanos: “Este país de todos, tenemos que construirlo todos”.
La noche cae en Pacairigua. Ya Altamira no es la apacible urbanización de hace cuarenta años y con temor me dirijo a la avenida principal a ver si encuentro un taxi.