Opinión Nacional

Hasta los idiotas entienden

Hasta los más idiotas entienden que una nación dividida, confrontada consigo misma y sin sentido de unidad real está condenada al fracaso. A él se puede llegar por caminos diversos, incluida la violencia de la guerra civil o como consecuencia del desbordamiento de pasiones callejeras. En estas luchas llega un momento en el cual no hay espacio para la tregua. Estar al borde del abismo obliga a combatir con todo en todos los ámbitos. En Venezuela la rabia se extiende aceleradamente convirtiéndose en burla y desprecio entre los adversarios. Peor aún, entre el jefe del estado y la nación a la que tendría la obligación de representar política y jurídicamente, decepcionada y a punto de reaccionar. Para todos está claro que este ambiente existe también en las fuerzas armadas. Distintos sectores también se preparan para una confrontación definitiva que luce inevitable para el día de hoy a esta hora. A lo largo de la historia hemos aprendido que las acciones mientras más rápidas y profundas generan decisiones capaces de ahorrar vidas y sufrimientos. Mucho más si el enfrentamiento es con un régimen encabezado por alguien sin principios, sin ética, lleno de odios y resentimientos humanos y sociales para quien la vida, la propiedad y nuestros valores son obstáculos a destruir. Las amenazas de guerra, la violencia institucional derivada de la muerte del estado de derecho, del fin del constitucionalismo y amparada por la inmoral concentración de poder gracias al dinero negro que maneja sin controles y al miedo sembrado en quienes tendrían las mayores responsabilidades para enfrentarlo, nos obligan a estimular a todos cuantos podamos, dentro y fuera del país, a adoptar como razón de ser de nuestra existencia actual poner punto final a esta trágica década del acontecer venezolano.

Es difícil hablar del cómo hacerlo cuando aún se siente que el objetivo no es compartido por una importante porción del liderazgo político y económico no chavista. Esos que, teniendo suficiente poder para hacerlo, no quieren arriesgar nada que ponga en peligro la subsistencia, así tengan que humillarse, una y otra vez, para ganar espacios de convivencia con el régimen.

De esto no vamos a salir con más o menos gobernaciones y alcaldías. Por supuesto que serían instrumentos valiosísimos en una lucha concertada para alcanzar el objetivo propuesto. Tengo fe, espero no ser defraudado, en que llegaremos a las elecciones con el mayor grado de unidad posible y que los elegidos sabrán defender sus victorias que serán muchas, en todos los terrenos para avanzar sin pausas hacia la sustitución de éste régimen infame que no puede ni debe continuar. No se trata de convertir a oprimidos en opresores, sin patria y sin espíritu. Se trata de levantar una gran causa a la cual servir, una gran verdad como norte orientador de un pueblo entero. Esta causa tiene que ser distinta y superior a cuanto existe. Las democracias se derrumban cuando son incapaces de sostener los principios fundamentales.

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