Opinión Nacional

¿Hasta cuándo las cárceles?

 Desde los lejanísimos tiempos, comienzos de este gobierno, en que José Vicente Rangel admitía ante este editorialista que el peor problema que heredaban era el de los presos; hasta hoy, se puede afirmar que el peor problema que legarán a su sucesor, Capriles Radonski, es precisamente el de los presos. Pero, con el agravante de que Capriles heredará una calamidad mucho peor que la que le tocó a Chacumbele.

Durante estos años el drama penitenciario ha crecido exponencialmente. Las cifras de muertos y heridos dentro de las prisiones son aterradoras. Lo grave es que tan aterradoras como ellas es la indiferencia (y hasta la complacencia) que no pocos sectores sociales expresan ante ello.

No se termina de comprender que entre el hampa y la violencia de la calle y la existente en los penales existen vasos comunicantes. Desde la cárcel se dirigen operaciones fuera de ella, se planifican secuestros y otros delitos, con absoluta impunidad. «Pran» es «pran» adentro y afuera. De allí la importancia de una política penitenciaria que haga de los establecimientos carcelarios lugares de reclusión bajo control del Estado no de los presos , donde estos no porten armas y donde las condiciones de reclusión correspondan a las de una sociedad civilizada. Donde el propósito sea el de rescatar lo rescatable, cosa siempre posible con la clasificación de los presos según su prontuario y su peligrosidad.

¿Cómo es posible que después de los sucesos tan recientes de El Rodeo y de La Planta, que dieron pie a promesas y más promesas de desarme de los presos, haya tenido lugar la espantosa masacre de Yare, donde se contabilizan, hasta el momento, entre 20 y 25 muertos y más de 50 heridos? Como lo demuestran los hechos de Yare la política de trasladar presos masivamente de una cárcel a otro no es otra cosa que correr la arruga. Todo indica que en la matazón de Yare el factor principal ha sido la lucha por el control del penal entre los antiguos «residentes» y los «recién llegados» de La Planta.

¿Cómo es posible que después de la letal violencia que en el último año ha tenido lugar en buena parte de las cárceles del país, amén de las muertes «goteaditas» que día tras día se producen en éstas, Chávez persista en mantener en el cargo de ministra de las cárceles a una persona manifiestamente incapaz de poder con esa carga? La explicación es sencilla. A Chávez nunca la interesó el tema de la inseguridad, con todos sus bemoles, nunca se refirió a él y nunca dio muestras de preocupación por el asunto.

Sólo cuando las campanas repicaron muy duro, se le ocurrió la idea de la ministra. Con eso creyó zanjado el tema y lo volvió a meter en el rincón del olvido.

La gravedad del problema es directamente proporcional a la irresponsabilidad con la cual Chacumbele lo trata. O mejor dicho, no lo trata.

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