Opinión Nacional

¿Hasta cuándo?

«¿Hasta cuándo vamos a llorar a personas decentes, honorables y útiles?…»
Hoy voy a hablar de un asunto que me toca en el fondo del alma. De un asunto del que jamás hubiera querido escribir. De un asunto que tiene a mi familia consternada, desolada, llena de dolor.

La noche del 10 de noviembre de 2007, mis primos Eduardo Alberto Mayorca Valery y Carmen Cristina Martí Centeno de Mayorca llegaban a la iglesia para asistir al matrimonio de una sobrina. Fueron interceptados por unos sujetos que se habían robado una camioneta con GPS que había sido apagada desde el satélite, a pocos metros de donde ellos se acababan de estacionar. Querían llevarse su carro.

Eduardo Alberto, cirujano plástico, uno de los mejores de Venezuela, era también capitán de navío de la Armada venezolana, pues se asimiló siendo muy joven. Como militar, llevaba arma de reglamento. Cuando se vio acosado, disparó. Su disparó le costó la vida. La de él y la de su esposa, mi querida prima Cristi, como le decíamos quienes la quisimos.

Su hijo mayor, Raúl, quien ya estaba en la iglesia, oyó los disparos. Unas personas que recién habían llegado se enteraron por los vecinos que «algo malo le había pasado a dos personas que iban al matrimonio». Raúl decidió acercarse para ver si podía ayudar. Se encontró con que los muertos eran su papá y su mamá.

¿Hasta cuándo van a suceder en Venezuela estos horrores?… ¿Hasta cuándo vamos a llorar a personas decentes, honorables y útiles que se van a destiempo porque unos malandros disponen de sus vidas?…

Y este no es un asunto ni de ricos ni de pobres. La inseguridad nos afecta a todos, pero en especial a quienes viven en los barrios, sencillamente porque la densidad de población es mayor. ¿Qué le pasa al Gobierno que no combate este flagelo?…

Yo he ido varias veces a dar charlas en un colegio en Petare. La última vez que fui, una señora muy compungida me contó que su hijo, que había sido un excelente estudiante, había bajado el rendimiento. ¿La razón?… Las bandas que operan cercanas a su casa pasan la noche cayéndose a tiros y el muchacho, cuando logra dormir, duerme en el piso. Por supuesto, no descansa. Y como no descansa, no rinde. El único consuelo que nos queda es trabajar para que la muerte de Eduardo y Cristi sirva para que nadie más se vaya cuando tiene tanto que dar, que trabajar, que amar.

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