Opinión Nacional

Hambre, miseria y revolución

La paradoja venezolana de ser «un pobre país rico» como se señalara en una entrega anterior, se acentúa aún más cada vez que nuestro «oro negro» o «excremento del diablo» (dependiendo del juzgador) se dispara como valor energético para convertirse en un perverso instrumento político en la economía latinoamericana y mundial. Al menos esa es la visión única en el planteamiento que frenéticamente hace el más habilidoso y aventajado alumno del barbudo déspota caribeño.

Nuestro país ha tenido en esta particular revolución un gran avance en reversa; me explico, mientras los precios del crudo venezolano iniciaron junto al actual régimen un vertiginoso ascenso de 16 dólares por barril en 1999 a 55,24 al cierre de agosto de 2005, en contraste y por otro lado, crece la montaña de la miseria. Muchos ingenuos parecieran estar felices con la buena nueva, sin percatarse de la maldición que ha significado históricamente para nosotros esta fatal circunstancia, pues tan solo en el último quinquenio el porcentaje de personas que viven en pobreza crítica se duplicó respecto al lustro anterior. En Venezuela hoy por hoy casi 20 millones de compatriotas no tienen ingresos para cubrir sus necesidades más básicas, aún tomando en cuenta el maquillaje de las cifras del I.N.E. o del cambio de parámetros o métodos para medir el desempleo; éste supera el 19 por ciento, de manera que de cada diez venezolanos, más de siete se encuentran en la actividad informal. Sesenta por ciento de los hogares consultados manifiestan haber reducido considerablemente el consumo de algunos alimentos indispensables, y para colmo, los niveles de desnutrición siguen en alarmante ascenso en las zonas más populares de nuestra sociedad. Lo preocupante del asunto es que en medio de esta macabra y multimillonaria danza de petrodólares, casi el 80 por ciento de las personas encuestadas manifestó que seguirá reduciendo el consumo de proteínas básicas (83% carne, 55% pollo y 32% leche). Basta señalar que nuestro pueblo tiene actualmente una disponibilidad de calorías diarias por debajo de 2.200 (la disponibilidad promedio mundial es de 2.805 calorías. Las de Brasil y Argentina están en 3.000) de acuerdo a un reciente estudio de F.A.O. en donde por cierto aparece Venezuela entre los diez países con peor desempeño alimentario en los últimos cinco años, junto a Cuba, Corea del Norte e Irak, de lo cual no debemos sentirnos muy orgullosos y con ello pretender exportar el «milagro Mercal», cuando en producción agrícola total y producción de alimentos hemos acumulado en la última década un 20 por ciento por debajo del promedio de América Latina y del Caribe. Observamos por otra parte un fenómeno característico de esta revolución bonita y que promueve al socialismo del siglo XXI; el cual consiste en desmentir o negar furiosamente la realidad y culpar del fracaso a los escuálidos enemigos del régimen socios del imperialismo yanqui, a la C.I.A. y a los amigos de «Mister Danger» como es el caso del predicador Pat Robertson, pero la verdad verdadera duele mucho y es dura, porque en este país petrolero por excelencia y fundador de la OPEP hay miseria de la buena que desborda los esfuerzos del gobierno por disimularla con la prédica de las cadenas y de los costosos asesores adeptos como Heinz Dieterich, Daniel Ortega, Don King, Danny Glover y el reverendo Jesse Jackson.

Con todo esto, más del 30 por ciento de familias del estrato V o «D» tiene severos problemas de desnutrición, 50 por ciento de niños lactantes (hasta dos años de edad) sufren de hambre oculta, o sea, deficiencia apreciable de micronutrientes que sólo son detectados mediante un examen de sangre y cuya característica más notable es el déficit de elementos como el hierro, calcio y ácido fólico, que por ello derivan en infantes anémicos, con alto riesgo de morir antes de cumplir los cinco años, comprometiendo por ello lo más preciado de un país como es su futuro.

Tenemos que cambiar de rumbo porque así como vamos nos estrellaremos sin remedio alguno, y esta dolorosa realidad que vivimos no la merece un país como el nuestro, pues revolución con hambre no dura y esto es sin duda lo que le quita el sueño al inquilino de Miraflores, quien sin un pelo de tonto comienza el peligroso juego de su guerra asimétrica contra el imperio, urdiendo disimulada pero activamente una confrontación con la hermana república para tratar de salvar su pellejo y elevar el sentimiento patriótico nacionalista en plan de víctima al mejor estilo de otro Castro, «el cabito» Cipriano, con aquello de: «… la planta insolente del extranjero…», para intentar ocultar groseramente su fracaso de como despilfarrar más de 300 millardos de dólares en sólo misiones y «comisiones»…… y no morir en el intento; así de simple compatriotas.

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