Hacia la ideología revolucionaria
Hugo Chávez además de Presidente de la República es líder de un proceso
revolucionario. Su liderazgo remonta los espacios nacionales para
proyectarse en el continente como la figura obligada de la emancipación
postmoderna. Su rol de líder le ha conducido a sedimentar sus ideas, a
fortalecer su pensamiento, a proyectar la palabra ductora de las masas y a
abrir los caminos que apuntan hacia la inclusión de los pueblos explotados.
Ahora con la batalla de Santa Inés, en el inicio de la fase del movimiento
hacia la ofensiva, el Presidente toma la bandera de la ideología
revolucionaria con mayor énfasis “…no hay revolución sin ideología
revolucionaria…”, acaba de sentenciar al inicio oficial de la campaña
abierta por el CNE.
La ideología como sistema de valores, creencias y principios que nos permite
legitimar el orden social revolucionario, se sustenta en los factores
emocionales del ser humano. A diferencia de la democracia representativa,
cuya base ideológica es la representación cupular reformista y, por lo
tanto, prevalecen en su práctica los factores materiales del clientelismo,
el modelo de la revolución bolivariana se edifica sobre el sustento de la
espiritualidad emocional que conduce a la conciencia.
Los factores emocionales que hasta ahora sirven de pilares ideológicos a la
revolución los sintetizamos de la siguiente manera: (i) fuente de
inspiración, (ii) principios políticos y (iii) base espiritual. Como punto
de partida y emblema del nacionalismo, patria, soberanía y emancipación
continental lo constituye el ideario de Simón Bolívar. Fuente primaria que
se complementa con el pensamiento de Simón Rodríguez y se refuerza con los
postulados liberadores de Ezequiel Zamora. Fuente de inspiración es,
también, el pensamiento rector de las masas populares de Hugo Chávez.
Resalta en él, su apego al rescate de los valores patrios, la difusión
constante de la historia nacional, su posición irreductible antimperialista
y la continuación de la obra de Bolívar orientada a la unidad
latinoamericana.
Por su parte, destacamos de los principios políticos la concepción del poder
popular y los cambios estructurales a nivel de las relaciones de poder,
sociales y de producción. Como premisa, sobresale el postulado que señala
que el gobierno revolucionario se transforma en instrumento del pueblo. Esto
elimina el sistema cupular de la reforma representativa, sustituyéndolo por
la democracia directa. Es decir, la participación del pueblo organizado en
todos el proceso de la toma de decisiones para definir su propio destino. Al
respecto, la Constitución Bolivariana establece formas directas de
participación del colectivo nacional que fácilmente transformaría y
eliminaría las estructuras vigentes del Estado actual por expresiones
directas del pueblo. No obstante, la cultura reformista de la democracia
representativa se ha convertido en un obstáculo para que se materialice la
esencia revolucionaria de la Constitución Nacional. De allí que el llamado
del Presidente a profundizar el proceso bolivariano, está orientado a
reforzar los valores espirituales del colectivo para que, en conjunto con el
gobierno, se pueda alcanzar un nuevo estadio de la revolución.
El tercer factor, la base espiritual, se produce con base en el precepto
derivado del cristianismo primitivo como lo es el bien común: satisfacción
de las expectativas más elevadas en lo moral, lo espiritual y lo material
del ser humano, soportado en el amor al prójimo y la buena voluntad. Amor es
el pregón de Cristo, primer revolucionario del mundo. Amor también era el
leiv motiv que hacía la fortaleza del Ché Guevara. La lucha revolucionaria
solo se justifica si se alcanza el amor fraterno entre los semejantes. La
revolución para el Ché es amor. Y de amor entre los revolucionarios se
fundamenta la palabra orientadora de Chávez.
Hacia la ideología revolucionaria apunta la Batalla de Santa Inés. Esta es
la batalla de las ideas. Es la confrontación de los dos sistemas políticos
en pugna: reforma representativa y revolución bolivariana. Santa Inés es la
validación de la ideología revolucionaria, la cual crecerá con el
ratificatorio del Presidente. No obstante, hay que seguir en la línea de la
producción intelectual para su alimentación. El pensamiento es infinito y
ahora, ante la nueva coyuntura que se le presenta al proceso, hay que
estimular la creación de ideas para hacer de la ideología revolucionaria el
nuevo paradigma universal que se le oponga al mundo global, al
neoliberalismo y al imperialismo.