Hacia la confrontación final
Imaginemos que estamos viviendo en la Alemania de 1939 y que su vecino se ha tornado hitlerista. Usted no puede comprender como es posible que su amigo, un hombre culto, aparentemente bien formado e informado, sea hitlerista. Y este amigo le dice que usted debe ser tolerante con las ideas ajenas y que ser hitlerista es una cuestión de preferencia. Añade que a él le gusta el helado de fresa y a usted el de chocolate pero no por eso deben dejar de hablarse. Agrega que él desea seguir su amigo y que pueden conversar de sus diferencias con serenidad y ecuanimidad. El se mobiliza en su jet privado y usted en bicicleta.
Acepta usted esa postura de su amigo, lo sigue considerando su amigo? O piensa usted que esa actitud es incompatible con los valores que usted ha cultivado y defendido toda su vida y que ya no puede haber co-existencia pacífica con ese amigo? En otras palabras, sigue usted viviendo como si todo estuviera normal, a pesar de que la represión del hitlerismo se acentúa, que importantes sectores de la población son perseguidos, que el hombre parece un loco fanático destinado a destruír a su país mientras gente como su amigo lo apoya?
Si usted planteara este ejemplo para justificar su rompimiento con su ex-amigo chavista en la Venezuela de hoy, alguien probablemente le diría que usted está usando un ejemplo inválido, ya que usted ahora conoce lo que sucedió después en Alemania. Y que eso no vale.
Pero, por supuesto, eso no es cierto. Yo me digo: si pude ver lo que Chávez sería desde que lo oí hablar en 1998 y desde que violó la constitución en su mismo acto de juramentación, por qué otros no pudieron hacerlo? Yo no tengo un especial poder de adivinación, aquello me pareció obvio. Pero, si acaso alguien se engañó de buena fé, tendría 15 largos años para convencerse. Hubo quienes se engañaron y rectificaron de manera categórica y ejemplar, tal y como le ocurrió a Jorge Olavarría, quien pronunciaría un discurso condenatorio de Hugo Chávez en Julio de 1999 que ya ocupa un lugar destacado en la historia de la dignidad venezolana. A otros le tomaría más tiempo, como a Carlos Genatios, Hiram Gaviria, Eduardo Semtei, Pablo Medina, Alfredo Peña, Miguel Henrique Otero, Luis Miquilena. Hay quienes morirían chavistas, como Reinaldo Cervini. Pero todavía hoy en día, después de 15 años de abusos de poder, crímenes, robos, violaciones, entregas de soberanía, mentiras, cinismo, hipocresía, narcotráfico y alineamiento con los tiranos más despreciables del planeta, vemos a gente de alto nivel intelectual como Clodovaldo Hernández, Luis Britto García, Alfredo Toro, Roy Chaderton, Jose V. Rangel, Herman Escarrá, Oscar Schemel, Gustavo Dudamel, Fruto Vivas, Tulio Monsalve, banqueros destacados, boliburgueses y bolichicos , miembros de la directiva de la Cámara Petrolera, mantener su adhesión y apuntalar a un régimen que representa la anti-cultura y el anti-decoro.
Bueno, es con esta gente que no puedo co-existir pacificamente. Tampoco lo hago, por supuesto, con el grupo de chavistas muy rústicos a lo Pedro Carreño, Darío Vivas, el General Eructo, Nicolás, Cilia, Cabello, Ramirez. Estos nunca tuvieron quince. O con la colonia árabe que maneja el régimen, como los El-Aissami, Jaua, Saab o El-Troudi, aliados con los terroristas del Medio Oriente. Pero nunca le hubiéramos pedido peras a esos olmos. No dan más porque no tienen nada que dar. Como decía rizarrita “esto es lo que hay”. Llegaron al poder para participar del botín y lo han hecho con suma eficiencia. No son de dudosa reputación, no hay dudas sobre su torva naturaleza.
Por ello, no puedo estar de acuerdo con la postura de gente “super-civilizada”, en olor de santidad, como Edgar Zambrano, Eduardo Fernández o el presidente del COPEI, quienes piden diálogo, acercamiento, reconciliación. Que es esto? No se trata de diferencias sobre los sabores de un helado. Se trata de dos filosofías de la vida que son totalmente incompatibles. Se trata de elegir entre la honestidad y la sinverguenzura. En Venezuela no se puede pensar en borrón y cuenta nueva sino en la justicia y el castigo a los criminales. Sobre todo cuando el helado de fresas está tratando de eliminar al helado de chocolate.
Quienes hoy respaldan un régimen como el que nos acogota desde hace 15 largos años con sus ojos bien abiertos tienen un solo nombre: cómplices. Ellos olvidaron lo aprendido en el hogar y en la escuela sobre moral y cívica. Olvidaron lo grandioso que es verse en el espejo con tranquilidad de espíritu. No es posible que, a quienes se han mantenido incontaminados por la corrupción y el deterioro que caracteriza al régimen, se les pida ahora tolerancia para quienes andan desnudos en La Casona o volando hacia París en los aviones de PDVSA.
El país debe ir a una confrontación final con los restos del régimen. Sin ella nuestra redención será imposible.