Opinión Nacional

Hablad, hablad, que nada queda

“El Farsante”, una de las buenas películas interpretadas por aquel gran actor norteamericano Tony Curtis, nos mostraba la vida de un individuo, el verdadero cara dura, que hablaba hasta por los codos. Fue locutor, médico en la Marina norteamericana durante la guerra, dentista, Oficial de la US. Navy, vendedor de automóviles, y cuanta cosa uno se pueda imaginar. Este individuo que por cierto existió en la vida real, fue un canadiense que se ufanaba de ser el gran farsante perfecto. Por cierto, murió allá por los años sesenta en prisión, poco después que la película lo hiciera famoso y popular.

Los grandes habladores siempre han atraído a las masas, las cuales embelesadas se dejan drogar por el verbo que Dios les dio y se dejan llevar por la vorágine de sus palabras. Nerón, fue un gran orador y siempre conseguía convencer a los senadores romanos. Es más, los convenció diciendo que los cristianos habían incendiado Roma. Hitler se ponía a hablar por horas y horas y se ufanaba diciendo que: “Si quieres conseguir la simpatía de la multitud, debes entonces decirles las cosas más estúpidas”. Y es verdad, pónganse ustedes a escuchar en TV, por ejemplo, a ese poco de desviados que se las dan de brujos, y verán ustedes como las gentes embelesadas siguen sus palabras como si fueran grandes profetas.

Para el filósofo griego Epicuro, “la manía de hablar siempre y sobre toda la clase de asuntos es una prueba de ignorancia y de mala educación, y uno de los grandes azotes del trato humano”.

Los habladores siempre creen que lo saben todo. Lo peor es que creen que quienes los escuchan son retrasados o estúpidos. Bajo esta creencia es que hablan, hablan y hablan y desechan la crítica, las ideas de otros y la sabiduría; ¿la razón? – Es que cuando ellos hablan se escuchan solo a sí mismos pues no dialogan, no saben hacerlo. Son monologuistas profesionales.

Víctor Hugo, aquel gran escritor francés, hombre de extraordinaria sabiduría refiriéndose a los grandes monologuistas que apoyaban sus palabras en las bayonetas, decía que: “No hay ejército que pueda detener la fuerza de una idea cuando llega su tiempo”. Y la razón de esto es simple, pues como decía Aldoux Huxley: “Los hechos no dejan de existir porque se les ignore”, cuestión a la que se han acostumbrado muchos mandatarios alrededor del mundo.

Maquiavelo, quien según mi opinión ha sido junto a San Agustín uno de los politólogos más importantes de la historia humana, decía que era “más pertinente para nuestro interés lo que hemos de hacer que lo que hemos de decir, fácil será después de tomada una resolución acomodar las palabras a los hechos”. Esto era reafirmado por Montesquieu quien acotó que no se debía hablar de las cosas hasta después que están hechas.

Como podemos apreciar, nuestros grandes charlatanes se ocupan más de decir que de hacer y rematan la historia con una evidente mala memoria, pues cuando más dicen más mienten y quedan expuestos al ridículo eterno, ya que la historia, como lo ha hecho con Catilina, gran hablador de paja, Nerón, El Duce, Hitler, Idi Amín y tantos otros, coloca a estos charlatanes ante la opinión pública, por siglos y siglos como los grandes y peligrosos imbéciles que han gobernado la humanidad. Por eso, Napoleón que además de ser un gran Politólogo fue un gran estratega y militar decía: “Una Cabeza sin memoria es como una fortaleza sin guarnición”; es decir, vacía.

*Politólogo

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