Opinión Nacional

Había una vez…

Había una vez un país llamado República de Venezuela donde existía libertad de expresión, de opinión y, aunque la administración de justicia era imperfecta, nadie era vilipendiado y condenado sin que se cumpliera el debido proceso judicial.

En esa nación que existió antes de 1999 cualquier gobernante que sugiriera censurar o agredir a los medios, recibía inmediato castigo de la opinión pública y por ello a ningún gobierno nacional se le ocurría amenazar, cerrar o expropiar un medio de comunicación, tal como ocurre actualmente con el canal Globovisión.

Cuando se presumía que los ciudadanos cometían delitos, entonces se activaban los procesos judiciales, pero nadie era condenado públicamente en una cadena presidencial ni encerrado durante años mientras se le construían pruebas para inculparlos, al perverso estilo de lo sucedido a la jueza María Lourdes Afiuni.

Por muy caribes que fueran los ciudadanos de esa nación, situada frente a ese inmenso mar, respetaban la Constitución de la República de 1961 como máxima ley del Estado y así sencillamente no se requería que una Sala Constitucional interpretara lo obvio porque la Carta Magna servía para dilucidar los asuntos, hasta la sustitución de los presidentes, como le ocurrió al presidente Carlos Andrés Pérez, removido del cargo.

En aquel país se rechazaba toda injerencia extranjera y, por ello, cuando en mayo de 1967 un dictador barbudo de Cuba intentó invadir el país enviando un comando de guerrilleros por las playas de Machurucuto, fue rechazado contundentemente por las Fuerzas Armadas Nacionales y la nación entera.

Hasta que en 1992 unos bárbaros intentaron quebrar la República con un Golpe de Estado. Sin embargo, los ciudadanos de ese gran país los perdonaron porque en esa época predominaba la unión y la fraternidad de la nación por encima de las diferencias políticas.

Entonces aquellos bárbaros se disfrazaron de civiles, como hizo el Lobo Feroz de Caperucita Roja al transformarse en abuelita, y lograron tomar el poder creyendo que era para siempre. Le cambiaron el nombre al país, crearon una nueva Constitución, fomentaron la división social y todos los años hicieron elecciones nacionales para hacer creer al mundo que existía plena democracia cuando el propósito era desgastar y entretener a la gente.

Hasta que llegó el gran día cuando después de un extenuante período de 14 años los ciudadanos se encontraron con la nación sumergida en una situación de carestía de alimentos, de constantes apagones eléctricos, de miles y miles de hombres y mujeres asesinados… pero, sobre todo, con la inconstitucional ausencia del Presidente, la usurpación del cargo y un poder externo ejercido por los hermanos Castro a través del Pacto de La Habana.

 

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