Ha muerto la revolución
A la revolución la mata la ambición por el poder. Esto que vivimos ahora es un proceso de reformas sectoriales, únicamente en dos áreas, la política y la militar. Pero solo reformas. Entendiéndola, como reparos puntuales para mejorar y conservar el funcionamiento del modelo político establecido. El mismo modelo clientelar y elitista que se adversaba. Nada que ver con cambios estructurales para generar un nuevo modelo de sociedad. La táctica adoptada por el MBR-200 en 1997, para acceder al poder, resultó favorable a la reforma. Nunca para la revolución. Esta afirmación no significa que no seamos realistas al conocer el nuevo momento que vive el mundo. Hay prácticas inviables y modos de lucha superados. Por la mismas leyes naturales de la vida, tenemos que acoplarnos a la dinámica del siglo XXI. Imposible prosperar si nos anclamos en tiempos agotados. Pero, los ideales también crecen y se sincronizan con la época que nos marca. Ideales y revolución se funden para darle una nueva viabilidad a la búsqueda del progreso humano.
Para llegar hasta lo que tenemos ahora, no hacía falta intentos revolucionarios en la FAN, ni organización política fundamentada en la participación de la base social, ni difusión de proyectos políticos con propuestas transformadoras. No era necesario desgastar las energías que producen los ideales de lucha, en llamar a un proceso constituyente que resultó ser falso. Tampoco se necesitaba generar afectos fraternos entre los hombres que se agruparon alrededor de un líder que tomó la bandera de la revolución inconclusa. Nada de esto se hizo necesario, porque al final de la gesta lo que prevaleció fue llegar a Miraflores a cualquier precio.
El proyecto se esfumó y fue reemplazado por un pragmatismo de consecuencias antagónicas, concebido por individuos sin talento revolucionario del nuevo entorno del líder. En todo caso para quienes llegaron al poder, eso no es significativo. Lo importante es estar en Miraflores aunque no se sepa para qué. Lo que tenemos ahora liquidó el sueño de la revolución. Prostituyó el concepto. Ya no se puede hablar de nada que utilice esa categoría política. Se murió su dimensión creadora.
Revolución e ideología era un todo. Lo ideológico es el primer escalón de soporte de una organización de activistas que busca hacer la revolución. El cuerpo de postulados ideológicos es la base de un gobierno para ser coherente y ponderado. Capaz de armonizar las contradicciones existenciales. Si en la dirección del MVR de 1998 no hubiese triunfado la derecha pragmática, la elaboración ideológica hubiese estimulado el fomento de los valores éticos y morales del colectivo. Valores identificados con los ideales revolucionarios. Lo que hubiera evitado caer en la situación actual, en donde el pragmatismo corruptor ha desvalorizado la gestión del gobierno.
La carencia de cohesión ideológica no pudo mantener vigente el único hecho que podía hacer diferente al MVR de cualquier otro partido político: darle el poder a la base de la organización, para que decidiera sobre sus autoridades y el modo de conducirlo. Eso representaba actuar en consecuencia con una posición ideológica y un proyecto revolucionario. La llamada metódica desde abajo, modo para elegir a las unidades de dirección del movimiento, tenía una fuerte carga ideológica. Significaba cambiar las relaciones de poder. Significaba ceder la toma de decisiones a la comunidad organizada. Por esta vía se liquidaba a las cúpulas y a los cogollos. Metódica que serviría de referencia para realizar el proceso constituyente, tanto para la elección de la asamblea nacional, como para la creación del poder constituyente del pueblo. Ahora, gesto de rectificación, con el llamado a la democratización del MVR, quienes influyeron en el líder y éste que lo permitió, intentan reparar lo que la historia ya ha sellado: la muerte de la revolución.
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