¿Golpe de estado? ¿De parte de quién?
En el colmo del escape por la tangente Nicolás Maduro, con su confuso léxico – habla de “mitad mayoritaria” y llama telescopio al estetoscopio – acusa a la mitad exacta de la población venezolana de dar un golpe de Estado, el cual “fue neutralizado por las Fuerzas Armadas Bolivarianas” – ¿cuándo? Es decir que para el diccionario de la academia madurista “pata en el suelo”, pedir el reconteo de los votos es “un golpe de Estado” a su serenísima majestad de bandera cubana enarbolada en Miraflores. El mundo entero observa estupefacto como un individuo, que debe ser el primer interesado en el conteo del cien por ciento de los votos emitidos por los venezolanos, para limpiar de toda duda su investidura, echando marcha atrás, pues a las primeras de cambio había aceptado recontar las papeletas y adelantó la posibilidad de que le hubieran robado algunos votos (video http://patil.la/11eL9AX), se opone con tartamudas objeciones y corre un denso velo de ilegitimidad sobre sí. ¿Sería que desde La Habana – “tengo que consultar” – le alertaron de la verdad que lo llevó a la primera magistratura nacional – “¡no seas pendejo!, ¿acaso crees que ganaste?” – sin liderazgo alguno y con los votos del presidente muerto mermados por su pésima gestión en sus días de gobierno póstumo chavista? Porque al contrario de lo que dictan los intereses del supuesto agraviado, la respuesta ha sido la mentira estrafalaria, la criminalización de la protesta – proyección de sus consustanciales prácticas fascistas sobre la oposición – amenazas de “radicalización de la revolución” (¿?¿?), terrorismo contra funcionarios y empleados públicos – “limpieza política en las empresas básicas” claman los gerentes y sindicalistas serviles al patrono – y humildes beneficiarios de las misiones, represión contra manifestantes pacíficos, diatribas contra los medios de comunicación – ¿cómo el presidente muerto tuvo su RCTV, Maduro tendrá su Televen? – y, en el colmo de la manifestación de su salvajismo natural, partirle la frente con un cabezal de micrófono, lanzado con instinto asesino por mano cobarde, al diputado William Dávila en la AN cuyo presidente, Asustado Cabello, inconstitucionalmente, silenció a la bancada opositora, por negarse a reconocer a priori un triunfo que debe ser revisado. Lo que eleva la sospecha de ilicitud a límites siderales. Pues quien no la debe no la teme. ¿O será que sí la temen porque es mucho lo que deben?
Y la calle retumbó
La respuesta del pueblo venezolano que votó por un cambio, por el progreso y por la reunificación del país – Venezuela somos todos – ha sido el de las clamorosas manifestaciones de calle y el más formidable cacerolazo – “el micrófono de quienes no tienen voz” – que se haya dejado escuchar por estos predios latinoamericanos, que se hizo sentir hasta en los barrios populares y en los refugios de damnificados, que acalla – y acallará – proclamaciones de emergencia, cadenas insolentes, amenazas de hordas criminales, cohetes mojados adquiridos con recursos públicos y tomas de posesión. Y es que el momento tan esperado por quienes llevamos veinte años de lucha radical, intolerante, contra este proyecto de destrucción republicana de la nación, llegó al fin, al ser vencido el miedo, que era la herramienta de paralización del régimen, actitud que socavó las filas del gobiernismo embustero y hambreador, con casi un millón de compatriotas – y vienen más – reconocidos y por reconocer, que lograron despertar del encantamiento del flautista desaparecido y carecían de opción, lo que exponencia la importancia de la tarjeta única. Capriles encarna en este momento al líder – único liderazgo auténtico del país – que, aunque representa electoralmente esta mitad de la patria, que se opone a los designios de los hermanos Castro, también es la alternativa de esa otra mitad – depurada de la minoría corrupta, esquizofrénica y oportunista – que, aunque votó por la memoria del presidente muerto, no se calará sumisamente la ineficiencia de la mediocridad impuesta.
¿Pero cuál es la razón del árbitro?
No existe la menor duda de que el recurrente desequilibrio electoral lo ha estimulado el árbitro, pues si bien acudimos a las elecciones bajo unas normas pre establecidas, es cierto y comunicacionalmente evidente que fueron violadas por una de las partes bajo la mirada cómplice de las autoridades llamadas a hacerlas cumplir – como muestra el delito impune cometido por el inmoral alcalde de Maturín – que, por supuesto, afectaron el sufragio, lo que invalida el rasgar de vestiduras por la transparencia y limpieza del proceso. El Comando Simón Bolívar entrego un voluminoso expediente de irregularidades que justifican ampliamente, no solo la revisión del cien por ciento de las papeletas – que fueron concebidas como físico auditable para garantizar que cada voto fuera fielmente adjudicado – los cuadernos de votación de cada mesa electoral y de las actas finales procesadas por la sala de totalización, sino la anulación, por viciado, del proceso electoral, si vergüenza hubiera. Para entender esta posición hay que haber sufrido el ventajismo electoral más descarado e impune del que se tenga noticia en la historia de la democracia continental. Todas las elecciones realizadas en Venezuela a partir de 1999 llevan impresas el sello infame del abuso de poder, la coacción, el soborno y uso delictivo de recursos públicos del candidato del gobierno, por lo que sobre sus resultados pesó siempre la sospecha que invalida la legitimidad tan anhelada por la inescrupulosidad triunfante. Ninguno de estos chulos que en pos de las monedas petroleras han avalado estos desmanes, los hubieran permitido en sus países. Malditos buitres.
¿De parte de quién?
Una vez dilucidado que exigir constitucionalmente el cumplimiento de un derecho, no es “golpe de Estado”, aunque Maduro sostenga, como buen paladín de la mentira, la manipulación y el engaño que “aquí no hay oposición, sino conspiración”, podemos asumir con toda propiedad que la sucesión chavista se enterró políticamente este histórico 14 de abril – por eso la grosera histeria de la elite – y comenzó una nueva historia con nuevo protagonista, pues el presidente muerto, muerto está, nosotros también somos millones y el madurismo no existe. Sale pa´lla.