“Gobernar es votar”
El reinicio de la campaña electoral, después del necesario paréntesis que provocó el megafracaso del 28 de mayo, es una buena ocasión para reflexionar respecto al comportamiento del gobierno actual y lo que nos espera de ser relegitimado el jefe del Estado en los comicios previstos para el entrante 30 de julio.
En primer término, si algo caracteriza a la gestión gubernamental, es su indetenible inclinación a ejercer el poder, entre otros métodos, mediante la adopción de recursos que resultan típicamente electorales como ha quedado demostrado durante el año pasado y como ha ocurrido en lo que va del presente, pues si alguien es lo suficientemente cándido para aceptar que el primer magistrado se eclipsó después de la posposición de los comicios conforme a decisión del Tribunal Supremo de Justicia, está completamente equivocado, ya que el Presidente-Candidato no ha dejado un solo día de actuar públicamente en función de su aspiración a ser relegitimado, prolongando así el mandato constitucional para el que fuera elegido en diciembre de 1998, hasta por seis años más.
Puede decirse, por ello, que los venezolanos estamos innovando en el campo político y que, a esas reconocidas máximas asociadas al buen gobierno que, entre otras, señalan que “gobernar es educar” y “gobernar es poblar”, por ejemplo, habrá que agregar la de “gobernar es votar”. En efecto, no otra cosa es lo que está presenciando el país desde noviembre de 1998: votar una y otra vez mientras la acción de gobierno se diluye en promesas demagógicas y en políticas populistas al estilo del Plan Bolívar 2000. Y lo grave es que ya mucha gente comienza a preguntarse si después del tramo de comicios previsto para septiembre u octubre no vendrá un festival de referendos para llevar a la práctica lo que, en ese campo, contempla la Constitución Bolivariana. De las amenazas contra los gobernadores no adscritos al MVR, verbigracia, pudiera concluirse que está ya aceptada una política inocultable destinada a eliminar cualquier vestigio de disenso en cuanto se refiere a la administración pública, en sus diferentes segmentos.
Por otra parte, la prédica presidencial no ahorra palabras para reconocer su pretensión a que todos los poderes del Estado queden subsumidos en uno solo, bien sea ello como producto de la voluntad de los electores en una de las tantas consultas para las que oportunamente sean convocados o también por cualquier otro método que resulte apropiado para mantener la apariencia democrática que, hasta ahora, le ha dado buenos réditos al jefe del Estado, al menos en lo que respecta a índices de aceptación en sectores populares de la población, determinantes para contribuir al éxito en las mesas de votación.
No hay, pues, que llamarse a engaño. Sobrarán motivos en el futuro cercano para volver a votar una y otra vez y satisfacer así el ego presidencial que, en definitiva entiende que, primero que cualquiera otra obligación en el ejercicio del poder, “gobernar es votar”. A menos que una marcada mayoría se manifieste electoralmente, en proporciones tales, que permita con su accionar la recuperación del maltratado estado de derecho de hoy y el funcionamiento efectivo de una democracia limpia y transparente sin los afeites a que la misma ha sido sometida para que, de alguna manera, esté en capacidad de convivir con un régimen caracterizado, entre otros, por sus rasgos autoritarios, militaristas y personalistas.