Furia política y deshumanización ciudadana
Los venezolanos vivimos un confuso momento de nuestra
historia. Cada día que pasa, se le ven más las
costuras al extremo dramatismo en el que pueden llegar
a desenvolverse las cosas. Los escenarios que se
vislumbran, de acuerdo al panorama descrito de los
analistas son múltiples, teniendo en común que ninguno
de ellos en dirección al orden y la paz social, es
alentador para nuestro futuro.
El Presidente Chávez, creyendo montarle una trampa a
los venezolanos para inmolarlos e imponerlos de su
difuso modelo político revolucionario, cuya
características más notables son el autoritarismo
narcisista, el sectarismo ideológico y la
hiperactividad del Estado, se ha topado con la
sorpresita – muy alejada de sus cálculos- de que
inmensos sectores sociales especialmente de las clases
medias -, se le han parado con intensa obstinación
para detenerlo y con ninguna probabilidad de
rendirlos; al menos que entre sus planes y contando su
viabilidad para causar daño, pretenda convertir en
cadáveres a un porcentaje que representaría a más de
la mitad del país.
No resulta nada cuestionable, el milagro de
participación masiva en las realidades políticas
actuales, que como un hechizo el Teniente Coronel le
ha inyectado -a pesar de él, desde luego-, a las
adormecidas y en mucho indiferentes miembros de las
clases medias. No obstante, otros importantes sectores
más pobres en la escala material, con razonable
sospecha más la incitación maledicente del discurso
oficial, tiende a interpretar en muchos casos, aún
ahora, al apasionado protagonismo de la clase media
como un movimiento de resistencia en aras a resguardar
sus egoístas posiciones de clase. Sería una insensatez
para cualquier analista serio, no asociar el vasto
activismo de la clase media contra el actual régimen
como expresión, no de defender la degradación del
pasado y su clase política, pero obviamente su
protagonismo se está construyendo -legítimamente eso
sí- como una manifestación defensiva a lo que siente
como injustificada amenaza al escaso, mucho o
relativo confort que la identifica a ser lo que es.
Sería absolutamente pertinente preguntar: ¿Porque no
se sintió amenazada antes de la llegada del Teniente
Coronel de la insoportable pestilencia política
,social e institucional que la rodeaba? ¿O si se
sintió amenazada, que razón la privó para buscar la
calle con la vehemencia con la que lo hace ahora y
optó por jugársela para expulsar del poder a los
corruptos? De una vez aclaro, que no tiene este
escrito pretensión alguna de erigirse en sumario
acusatorio contra nadie. Pero si de verdad deseamos
construir un país que pueda dar respuesta adecuadas a
los insatisfechos retos del orden y la convivencia en
común, no parece malo fustigarnos hasta el cansancio,
si fuera necesario, para medir que grado ha alcanzado
el nivel de nuestra hipocresía.
La indignación en la protesta está impregnada de
muchas motivaciones, entre ellas, el apego al valor de
la libertad.
Pero la repugnancia a un estilo de conducción, a sus
modos irritantes, injuriosos y vulgares a pesado más,
que el rechazo a la chatarra ideológica, igualitarista
y demagógica que exhibe el gobierno como menú de sus
convicciones. Hay ciertamente que valorar la
conciencia política ciudadana, y el deseo de quererse
inmiscuir como le corresponde en los asuntos públicos.
Pero poco servirá y sería engañarnos miserablemente,
si su presencia es sólo el resultado de las furias
políticas que ha desatado el singular y demencial jefe
del Estado.
El país requiere ciudadanos conscientes, pero que sean
capaces, no sólo de sublevarse políticamente ante
peligros al juego de sus intereses. La política es una
de las tantas dimensiones de la que puede estar
conformada nuestra existencia. Pero si fuera la única,
mostraría deshumanización ciudadana. La tenebrosa
experiencia que sufrimos, si para algo tiene que
servir, es para ser más solidarios con los que más nos
necesitan.
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