Frente al desastre que llegó
Se repite a diario en todos los estratos sociales, económicos y políticos del país. Lo sabe la oposición, lo presienten las poquísimas mentes medianamente sanas que se conservan en el mundo oficial, para las Iglesias no hay la menor duda y en los sectores militares se debaten silenciosamente sobre las opciones individuales que no son otras que las de plegarse disciplinadamente a los propósitos del régimen, asumir integralmente la condición de vanguardia revolucionaria, irse de baja abandonándolo todo o reaccionar vigorosamente para detener la tragedia. Venezuela se desintegra institucionalmente. El pasado no es sustituido por algo mejor. Al contrario, el futuro que empieza en el hoy luce incierto y las pocas certezas que se vislumbran solo ofrecen perspectivas de miseria, pobreza, confrontación y temor características propias de los regímenes totalitarios de cualquier signo, pero especialmente de corte socialista a la cubana como es el caso que nos ocupa.
El camino es aferrarnos a los principios fundamentales de la democracia. Cultivar la fe en los valores que han alimentado nuestras luchas pasadas y presentes se convierte tanto en obligación como en una necesidad espiritual y material. Creemos en la dignidad de la persona humana individualmente considerada, por lo que debemos rechazar los intentos de colectivismo estatizado que afectan las libertades básicas y derechos inalienables. Creemos en la perfectibilidad de la sociedad civil y con ese fin tratamos de impedir la criminal militarización de la vida institucional y ciudadana. Crecemos en el bien común como instrumento para alcanzar la justicia social. Creemos en la libertad de trabajo, en la libertad de empresa, en la libertad de expresión y en los derechos de propiedad que incluyen el uso y disposición plena de los bienes. Creemos en la familia como núcleo central de la organización de la república, protagonista en la formación y desarrollo humano. Creemos en el papel promotor y supletorio del Estado para alcanzar sus fines y fortalecer la sociedad civil haciendo del Derecho el instrumento insustituible para que el cumplimiento de la Ley sirva para vivir ordenadamente en paz. En fin, creemos en los valores de la civilización judeo-cristiana de esto que llamamos Occidente y en muchas cosas en las cuales Hugo Chávez no cree y pretende destruir. El actual régimen venezolano camina en dirección contraria a nuestros principios y convicciones. Por todo esto estamos y estaremos en línea de radical enfrentamiento a sus propósitos destructores y comunizantes.
Ser radical en esta hora es ir a la raíz de los problemas sin descuidar las consecuencias. Se trata de no dejarnos abatir por el temor, ni por la resignación pesimista existente en algunos. Mucho menos caer en el cálculo oportunista de la convivencia para subsistir política o económicamente o de la desviación electoralista que disfraza la ilegitimidad de este régimen ineficiente y corrupto.