Fraudes arquitectónicos
Pareciera que ahora esa entelequia llamada Museo de Arquitectura haya terminado por convertirse en el santa santorum de la arquitectura venezolana desde que se pontifica un sanedrín de iniciados: en el pasado había cuando menos una mínima participación, de modo que las decisiones atinentes al colectivo solían ser consultadas con las escuelas de arquitectura y el gremio. Bajo la égida de la “revolución” en cambio nos enteramos de las obras que este año representarán a Venezuela en la Bienal de Venecia cuando ya están viajando hacia su destino.
Las razones aducidas para la selección de las obras, muchas franca-mente mediocres, son hábiles: «Nosotros no tenemos una arquitectura experi-mental, extraordinaria ni costosa… como la de Estados Unidos, Italia o Inglate-rra. Por eso llevamos… una propuesta de provocación: frente al espectáculo nosotros le exponemos calidad de vida» (El Universal, 03/09/2008), pero lo que trasluce la información es que se trata de una simple operación propagandística del régimen: en ese paquete se insertan los módulos de Barrio Adentro, una afrenta arquitectónica a los venezolanos, muchos nunca construidos y otros clausurados, pero no el ambulatorio del barrio Las Minas, construido con los escasos recursos de una alcaldía pero planteado al justo nivel de respeto que merece el ciudadano; o la escuela Juan de Dios Guanche y la admirable remodelación de las aceras del municipio Chacao, que también responden a criterios de respeto al ciudadano y son un real aporte a la calidad de vida de todos los habitantes de la ciudad.
Pero también puede compararse con la experiencia de la recién conclui-da gestión de Sergio Fajardo en Medellín, que con recursos infinitamente me-nores y en el breve plazo de cuatro años fue capaz de sacar adelante proyectos extraordinarios como el de las bibliotecas-parque, los colegios municipales o, sobre todo, los Proyectos Urbanos Integrales que han cambiado la imagen y el alma de las dos barriadas más pobres de la ciudad.
La cínica operación propagandística montada por el sanedrín del Museo Arq seguramente engatusará a algún turista despistado en Venecia, pero no cambiará en un ápice la vergonzosa realidad de esta gestión sobre nuestras ciudades.