Opinión Nacional

Francisco de Quevedo

“No he de callar, por más que con el dedo,
ya tocando la boca, o ya la frente,
silencio avises, o amenaces miedo.”

Francisco de Quevedo.

LA VOZ DEL POETA SIN OTRO

Como poeta es Quevedo una de las más geniales figuras del Siglo de Oro. Acaso nadie, fuera de su rival y secreto cómplice, Góngora, ha paladeado el castellano, el peculiar sabor de cada palabra y de cada sílaba como Quevedo. Sus maestros fueron la cátedra y la calle; tuvo poderosos valedores y enconados enemigos, de allí que sus aposentos alternados fuesen la cárcel y el palacio. Porque amaba la vida como el que más, nadie como él escribió sobre la muerte. Nunca fue hipócrita. Poeta inigualado, en días de Lope, Góngora y Cervantes, cuando hacían versos –como se dijo- desde el rey hasta los ciegos cantadores de coplas, y fue también un gran satírico en aquellos días de pícaros geniales.

Francisco de Quevedo y Villegas nació en Madrid el 17 de septiembre de 1580. Su padre era el secretario de la reina Ana de Austria, cuarta esposa de Felipe II, y su madre, dama de honor de la misma. Estudió primero en el Colegio Imperial de Madrid regentado por los jesuitas, y luego cursó la licenciatura en Artes en la Universidad de Alcalá de Henares (1596-1600). Siguiendo a la Corte fue a Valladolid, donde estudió Santos Padres y Teología, e igualmente siguiendo a la Corte, regresó a Madrid, donde permaneció, salvo algún pretexto, entre 1606 y 1613, año que marchó a Italia.

Fue en Valladolid y en 1603 cuando el poeta antequerano Pedro Espinosa recogió matinales para la antología que el preparó de las Flores de poetas ilustres de España; incluyó en ella unos diecisiete poemas de Quevedo, testimonio de la fama que se había granjeado ya un poeta que apenas tenía veintitrés años de edad.

La década de 1603 a 1613 fue para Quevedo una época de actividad literaria tan fructífera como diversa. Compuso su única novela, La vida del Buscón; cuatro Sueños y diversa sátiras breves en prosa; obras de erudición bíblica como su comentario Lágrimas de Jeremías castellanas; de investigación histórica y lingüística como la España defendida; y de tema y práctica política, como el Discurso de las privanzas. También escribió poesía de índole igualmente variada como la prosa.

En Sicilia invitado por su amigo Pedro Téllez Gómez, duque Osuna y virrey de aquella isla, Quevedo se dedicó a la actividad diplomática y política, sirviendo al duque de confidente y de consejero, haciendo numerosos viajes a Madrid como encargado de los negocios de Sicilia y más tarde de los Nápoles, adonde había sido promovido el virrey.

En 1620 el duque de Osuna perdió el favor del rey, y fue encarcelado; también Quevedo sufrió dos veces prisión por sus actividades como agente del duque, en 1621 y 1622. De allí en adelante se dedicó a las letras sin dejar de tomar parte en la política. Completa la serie de los Sueños; escribió tratados políticos, Política de Dios; morales, Virtud militante, y dos sátiras extensas Discurso de todos los diablos y La hora de todos. Tomó parte muy activa en la controversia sobre el patronato de España, Memorial por el patronato de Santiago y Su espada por Santiago, 1628, sufriendo de nuevo prisión. Posteriormente sacó a la luz nuevos tratados morales, La cuna y la sepultura, y otros políticos, Carta al serenísimo Rey de Francia.

Entre 1620 y 1639 pasó Quevedo largas temporadas en su señorío dela Torre de Juan Abad. Acusado Quevedo de ser el autor de un memorial contra el conde-duque de Olivares, aparecido bajo la servilleta del rey, el privado le mandó a encarcelar y es detenido la noche del 7 de diciembre de 1639 y llevado preso a un nuevo y húmedo calabozo de San Marcos de León, donde permanece hasta la caída del conde-duque de Olivares (1643). Viejo y enfermo, se retira a la Torre de Juan Abad . En enero de 1645 marcha a Villanueva de los Infantes, provincia de Ciudad Real, donde muere el 8 de septiembre.

Desde los años de la estancia de la Corte en Valladolid los poemas de Quevedo fueron tan populares que los lectores hacían copias manuscritas y se las pasaban de unos a otros. Como en la prosa, la lengua poética de Quevedo es rica de originalidad y de agudeza y típicamente barroca; en ella se da un gran lujo de figuras gramaticales y literarias. Si no es el creador del conceptismo no cabe duda que Quevedo es su máxima figura. Y como dijo en su última y bella canción: “No hagas de otro caso / pues se huye de la vida paso a paso; / y en mentidos placeres / muriendo naces, y viviendo mueres”.

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