Opinión Nacional

Finitus

Debería promulgarse una ley que obligara a los aspirantes a cualquier cargo
público, sin importar la jerarquía, a someterse a sesiones previas de
hipnosis y otras terapias de efectos psíquicos. El objetivo sería
convencerlos de la temporalidad de sus cargos y de que, como dice el bolero,
nada es para siempre. El poder -no importa si es mucho o poco- provoca en
quienes no tienen una contextura mental de hierro; transformaciones y
deformaciones de conducta cuyas consecuencias afectan al colectivo sujeto a
sus decisiones. La peor y más grave: creer que el cargo se lo ganaron en una
rifa y es una posesión de la que nadie ni nada puede despojarlos; en
consecuencia todo vale, cualquier acción es legítima si lo que persigue es
mantener el estatus. Uno jamás termina de asombrarse con la metamorfosis que
el creerse poderosos provoca en tantas personas. No se trata solo de la
arrogancia que sustituye la anterior afabilidad o del exhibicionismo con
bienes y lujos recién adquiridos; sino de luchadores sociales que
denunciaban abusos de poder y violaciones de los derechos humanos,
transformados en defensores incondicionales de los que cometen sus
compañeros de ruta. Defensores a ultranza de la libertad de expresión,
transmutados en censores implacables de todo aquel que pretenda rozarlos con
la más tímida crítica. Adalides de la independencia del poder judicial y de
la transparencia de los jueces que -sin rubores- levantan sus voces y sus
manos para convertir la administración de justicia en un instrumento de
presión, coacción y represión a cargo del gobierno al que pertenecen.

Consciente o inconscientemente estas personas van fabricando un monstruo que
a su paso aplasta instituciones y formas civilizadas de vida, relaciones de
amistad y lealtades. Pero que también tritura gente y se la traga. Están
convencidos de que ellos jamás entrarán en el lote los triturados y
devorados; tienen dos instrumentos infalibles para protegerse: la sumisión y
la adulación al regente del verdadero poder, aquel que les permitió llegar a
esas posiciones. Por lo general no conocen la historia, pero aún
conociéndola no les importa. ¿Que otros regímenes autocráticos y
personalistas liquidaron y liquidan a sus propios adeptos? Eso no me pasará
a mí. Yo nunca voy a caer en desgracia por chismes o intrigas de mis
compañeros o porque dije algo que le cayó mal al jefe. A mí nunca me van a
matar un familiar y luego van a tapar el asunto porque el homicida es un
militar o civil afecto al régimen; jamás me van a violar una hija porque le
gustó al coronel tal ni van a poner preso y torturar a un hermano que no
comulga con nuestras ideas. Aquí llegamos para durar, no mil años como decía
Hitler pero si cien como dice nuestro Comandante. Jamás mientras viva tendré
que rendir cuentas a nadie.

La gente suele creer que la desfachatez y el cinismo de los poderosos, al
cometer sus desafueros, son un signo de fortaleza: se saben tan consolidados
e inamovibles que no se molestan en disimular. Verbigracia el trío calavera
del CNE que no solo alteró, manipuló y torció los resultados del Reafirmazo,
sino que ahora -sin pestañear- reconoce que hay cédulas falsas como arroz:
ya no es necesario constatar que la foto corresponda a la persona que la
porta; pero por si hubiera dudas, «los funcionarios de la DIEX estarán allí
para supervisar porque “hay que extremar los mecanismos que aseguren la
confiabilidad del proceso” (hay que reconocerles además un fino uso del
humor negro). Los arrepentidos pueden ir a retirar sus firmas, con lo que
admiten y respaldan las presiones, amenazas y chantajes que el gobierno ha
desatado contra los empleados públicos firmantes. En cambio los que no
estamos arrepentidos sino más deseosos que nunca de que Chávez se vaya y
bien lejos, no tenemos derecho a reparar nuestras firmas invalidadas. La
gente de Súmate -dice Battaglini- “no podrá colocarse ni a mil metros de los
centros de ratificación porque ellos están pagados por el gobierno
norteamericano” pero hasta el Presidente de la República se enreda en una
sarta de de mentiras, abusos y delitos, para tapar la infamante presencia de
militares cubanos con mando sobre nuestros militares en nuestros cuarteles.

¿Son tan fuertes, tan guapos y apoyados que pueden permitirse el lujo de
actuar como si fueran eternos? En los últimos sesenta años y salvo los casos
de Stalin, Mao, Kim Il Su y Fidel Castro, no recordamos a otro gobernante
demagogo, represivo, autocrático, sembrador de odios, violador de los
derechos humanos y falaz; que haya muerto en el poder y con las botas
puestas. Es evidente que Venezuela no es ni la URSS de Stalin, ni la China
de Mao, ni la Corea de Kim Il Su, ni la Cuba de Castro; ni Chávez se parece
a ellos, aunque quisiera.

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