Opinión Nacional

Felipe II (1527-1598)

“Aquí, en breve tierra, yace
(si es tierra quien alma fue)
un rey en quien no se ve
lo que la tierra deshace

Fue tan alto su vivir,
que sola el alma vivía,
pues aun cuerpo no tenía
cuando acabó de morir.”
Epitafio de Filipo II, el Prudente. Lope de Vega

LA VOZ DEL REY PRUDENTE

La figura privada y política de Felipe II ha suscitado una larga controversia, en la que apreciaciones más o menos objetivas se mezclan a una malévola leyenda, que no se detuvo ante la calumnia. Visto en perspectiva, el aspecto más impresionante de su reinado es la inmensa carga depositada en los hombros del gobernante con la monarquía más grande que el mundo haya visto nunca, “más de veinte veces mayor que lo fue el imperio romano”, según un escritor de los años 1580, tenía no sólo que tomar decisiones que, a veces resultaban ser equivocadas sino que también tenía que cargar con la responsabilidad de ellas. Creía que una represión rápida de la rebelión en los Países Bajos bajo el mando del duque de Alba sería lo más efectivo; quedó probado que fue un error, y provocó una guerra que había de durar 80 años. Creía que la libertad de acción para los colonizadores españoles en América evitaría una rebelión como la de Pizarro, pero esa libertad de acción también costó la vida de decenas de miles de indios, como Las Casas afirmó. Creía que una invasión de Inglaterra en 1588 traería la paz; y trajo más guerra, y provocó rebeliones entre los contribuyentes de Castilla.

Felipe II nació en Valladolid el 21 de mayo de 1527, primogénito de Carlos I y de Isabel de Portugal. La preparación para el gobierno la debió en gran medida a las enseñanzas de su padre y a la práctica de los asuntos políticos. Regente de España desde 1543, cuando tenía sólo dieciséis años, Felipe se convirtió en el gobernante más experimentado de su época. Viajó y abrió su mente al Renacimiento, al arte, a la caballería, vivió entre protestantes en Inglaterra y Alemania y coexistió con ellos. Gran parte de nuestro fracaso para entender a Felipe II viene de estos años de los que ningún historiador hasta ahora ha tratado. El joven caballero de Bruselas, de Munich, de Westminster, el amigo de Guillermo de Orange y de Mauricio de Nassau, cazando en los bosques del Palatinado y de Milán, discutiendo de arte con Tiziano en Augsburgo y de teología con los obispos de Trento, éste es el joven Felipe que no aparece en ninguno de los estudios clásicos y el que nos ofrece un mayor conocimiento de su propia persona.

Este carácter europeo de Felipe viene confirmado por el hecho de que fue el monarca más viajero de sus tiempos. Su único solaz, después de la religión, fue su familia. Se casó cuatro veces. Primero con la infanta portuguesa María Manuela. De este matrimonio nace el príncipe Don Carlos. Después de nueve años de viudedad, se casa con María Tudor, reina de Inglaterra. La tercera esposa es Isabel de Valois. Pero su gran amor fue su última esposa que era veinte años más joven que él y era su sobrina, Ana de Austria, de cabellos de oro y ojos azules. El 14 de abril de 1578 Ana da al rey su ansiado heredero que sería Felipe III.

A una cierta irresolución responde el calificativo de Rey Prudente, con que se le conoce. En el aspecto interno, organiza un enorme imperio sobre los principios básicos que su padre había establecido. Se trataba de un mosaico de Estados y territorios heterogéneos: reinos de España, plazas del Norte de África, islas Canarias, territorios italianos, países de la casa de Borgoña, América y Filipinas.

Fue muy partidario del Santo Oficio. Es suficiente citar su afirmación en 1569 al Papa: “Yo no puedo ni debo dejar de favorecer a la Inquisición, como lo haré siempre, todo el tiempo de mi vida”. Sin embargo, murió menos gente en la España de Felipe II por persecución religiosa que en cualquier otro de los principales países occidentales de la misma época.

En cuanto la política exterior, aunque no dispone de título de emperador, sigue las directrices políticas de su padre: la búsqueda de la unidad cristiana y el apoyo de los intereses de la Iglesia. La política de Felipe II es siempre conservadora, defensiva. Cuantas veces interviene es forzado por las circunstancias. Dogma esencial de Felipe II era la conservación de su vasto imperio y el mantenimiento del orden interno.

El espíritu de Felipe II se simboliza en el monasterio de El Escorial, que mandó construir. Desde él y desde Madrid (a donde traslada la Corte en 1561) gobierna España, con una idea centralizadora. Desde 1580 es también rey de Portugal.

A pesar de unos errores críticos, como el rechazo de la colaboración del Greco en el Escorial, Felipe II fue un protector de las arte y se interesó especialmente por las aportaciones del Renacimiento italiano.

Murió Felipe II en El Escorial el 13 de septiembre de 1598, tras una prolongada, dolorosa y torturante agonía. Día y noche, varios sacerdotes oraban en su aposento en el que había mandado a colocar numerosas reliquias de santos. Finalmente expiró, besando el crucifijo que su padre sostuvo al morir. Y como dijo Góngora: “Religiosa grandeza del Monarca / cuya diestra real al Nuevo Mundo / abrevia, y el Oriente se le humilla. / Perdone el tiempo, lisonjee la Parca / la beldad desta Octava Maravilla, / los años de este Salomón Segundo”.

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