Opinión Nacional

Fe en el ciudado común

Pareciera que en Venezuela buena parte del liderazgo esquiva la confrontación definitiva con un régimen que debe terminar lo más pronto posible. Hugo Chávez y su gobierno no forman parte de la solución a los problemas, sencillamente porque son el problema más serio que los venezolanos tenemos que resolver. Verdadera tragedia para cualquier país en el cual se presente una situación como esta. En consecuencia, todos los esfuerzos de la nación deben estar centrados en la dirección señalada y para alcanzar el objetivo propuesto. Al régimen hay que combatirlo en todos los escenarios utilizando todas las armas legítimas existentes para triunfar en este tipo de combates.

Esta convicción es compartida por la inmensa mayoría de los venezolanos. Por el ciudadano común, por esa gente sencilla y noble que no vive de la política, ni de los políticos, así tenga que asegurar la subsistencia con alguna asistencia oficial. Aspiran un gobierno decente que garantice un mínimo de seguridad ante un futuro que quisieran poder construir día a día. Seguridad personal, de los bienes y jurídica. Seguridad de poder levantar una familia, garantizarle un techo propio, vestirla, curarla cuando sea necesario, educar a los hijos y, en definitiva, abrirles más oportunidades que las que cada uno tuvo. No sería exageradamente difícil contar con el aporte invalorable de esa mayoría silenciosa del país para provocar el cambio, si las elites se decidieran a encabezar la lucha asumiendo los riesgos y poniendo todas las cartas sobre la mesa. El problema es que estas elites sobreviven en un mundo de intereses creados en lo político, en lo económico y social que no les permiten ir más allá de cierto punto. Tienen poca capacidad de compromiso, mucha disposición para negociar y las honrosas excepciones a estas apreciaciones, en Venezuela las hay, cada día lucen más solitarios, abandonados a su propia suerte aunque se les desee el éxito desde todas las trincheras.

Hugo Chávez no es confiable para Venezuela. Tampoco para la institucionalidad democrática del continente y el mundo. En menos de diez años ha colocado a esta nación a la cola de los países más pobres y atrasados del planeta. Vive refocilándose en esta orgía de gasto tan ineficiente como corrompido y corruptor, en este palabrerío infinito que solo ha servido para sembrar odio y división. El tiempo ha pasado, pero el mundo cambia para mejor, incluido el vecindario latinoamericano donde existimos. Para nosotros es imposible retroceder en nuestra prédica constante y en el accionar en la dirección exigida por los cambios necesarios. Podemos tener un gobierno nacional pequeño y fuerte, descentralizado y poco intervencionista, que proteja de los peligros internos y externos que amenazan la libertad, que promueva el rol de las leyes y estimule el mercado y la libertad económica para prosperar. Pero no sucederá hasta que trabajemos para lograrlo. Cuando salga el régimen actual, no habrá salto en el vacío.

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