Fantasmal 28
Pendiente la decisión del TSJ, el presidente del CNE ha adelantado opinión con una bien administrada contundencia. Refiere que, de eliminarse las llamadas “morochas”, el organismo postergará los comicios parlamentarios, aunque aclara la supuesta intención de no aparejarlos con los presidenciales de finales del venidero año.
El problema no reside en la inconstitucionalidad de la fórmula, empleada por estado de necesidad o de legitima defensa por la oposición, pues, únicamente, a través de un malabarismo insondable, los magistrados pueden visar un exabrupto que, a guisa de ejemplo, le permite al oficialismo literalmente monopolizar la municipalidad caraqueña. Y tampoco que haya urgencias de reacomodo al interior de las fuerzas gubernamentales, en la pugna tan lógica que desata la sola circunstancia de ejercer el poder con todos los atributos y recursos que supone en la Venezuela actual.
La cuestión estriba en que el CNE, tan milmillonariamente automatizado, se declare técnica y administrativamente incompetente para realizar las elecciones con la puntualidad que reclama el país, con o sin las “morochas”. ¿Es tan frágil la situación para el ente comicial?, ¿no es posible tocar una humilde tecla para realizar los comicios, sin riesgo de derrumbar todo el sistema?.
Recordemos lo ocurrido por 2000, cuando –asegurando la realización del evento electoral un 28- el entonces vicepresidente del CNE, marcando el recorrido de unas lágrimas, reconoció el fracaso del oficialismo en estas lides. Y, fantasmal, el estribillo que alcanzó fama (el 28, el 28, el 28), todavía recorre con desenfado los pasillos del organismo comicial.
II.- Fatal costumbre
Los problemas tienden a agravarse e integrarse en el paisaje de lo cotidiano, como si no fuesen una anomalía requerida de respuesta. Quizá, un absceso tornado en existencial, cuando se hace costumbre la fatalidad.
Podrá aseverarse que la corrupción siempre ha existido y ya no necesita de la palabra “administrativa” para distinguirse de la descomposición biológica. Sobran los calificativos para la putrefacción ética que padecemos, argüirán los sobrevivientes de la prédica de Uslar Pietri o Pérez Alfonso para inocularnos con un ciego pesimismo. Empero, no habrá que recurrir a Humberto Njaim, quien a finales de la anterior década, escribió lo que es un clásico sobre el tema, para saber que en nombre de la corrupción misma, trepan el poder otros más corruptos.
En efecto, el reciente informe de “Transparency International Corruption” nos coloca de nuevo en un sitial indeseado. El caso no está en que el Vicepresidente Rangel inmediatamente haya descalificado a la organización, refiriéndose expresa o tácitamente a la posibilidad de corromperla para mejorar en su ranking anticorrupción, toda una paradoja, sino en que –por un lado- quienes ascendieron al poder, dijeron por su sola prestancia y voluntad acabar con el problema, razón y motivo de otros de los miles de problemas que padecemos en todos y cada uno de los ámbitos; en la posibilidad –por el otro- prácticamente nula de combatir hoy el mal, contrastando con las iniciativas que anteriormente suscitaba en el cuadro institucional, saltando los resortes de un parlamento más vivo, responsable y dinámico, así como los de la opinión pública mínimamente escandalizada; y en que –luego- el asunto dice ser –apenas- un mal recuerdo, porque –a juzgar por las encuestas- no alcanza una jerarquía semejante a la de otros tiempos, deduciéndose absurdamente que ha desaparecido del cuadro de las preocupaciones del país.
Habrá quien diga que el índice de muertes callejeras tampoco preocupará a nadie, siempre que sean ajenas, porque tenemos demasiados años cohabitando con la violencia. Sin embargo, mientras que el presidente Chávez rumbea en el exterior, CECODAP revela que el 55% de los decesos por violencia social o delictual apunta a niños y a adolescentes e, incluso, llega a 47 el promedio mensual de muchachos muertos, en alza, mientras el país se alarmó por 1992 al trepar la veintena.
Es necesario sincerar la realidad para subvertirla en la mente y el corazón de quienes la padecen, pues el régimen no puede habituarnos a las calamidades dentro y fuera del Estado, aceptado con resignación su despliegue inaudito de demagogia. Importa denunciar esta circunstancia, porque esa resignación devendrá definitiva dictadura de los que inflan de hidrógeno una versión para que todos nos refugiemos en ella, arriesgando el pinchazo de la propia realidad que permanece, inmodificable.
III.- Otra vez, el falso dilema
Ocurrió en los anteriores comicios, algunos sectores de la oposición insisten en un llamado a la abstención. Muchos lo harán de buena fe, creyendo que basta su invocación para hacer temblar el régimen, y otros tendrán clara conciencia de beneficiarlo, relevándonos del intento esfuerzo oficialista por robarnos el voto.
Lo peor es que la abstención en sí misma constituye la mejor oportunidad para la desmovilización, criminal desmovilización política. Se dirá que ganó el 7 de agosto, pero sus promotores más conocidos se quedaron tranquilos, ni siquiera intentaron reivindicar el supuesto triunfo con una acción adicional. Peor, otros lo combinan con un llamado al mítico 350, fracasan y nada pasa, pues no hay costo político que pagar. O, más grave, está la tentación parlamentaria y lo que antes era pecado, ahora es cualidad: participar en los comicios, en forma tajantemente incoherente, contradictoria, absurda, contaminando el discurso opositor y democrático.
Votar o abstenerse es un falso dilema. Lo importante es la unidad para derrotar al Nos unimos o pereceremos. gobierno en las urnas o máquinas. La unidad para afrontar cualquier circunstancia. Así de sencillo.