Falta gobierno y liderazgo también
Tomando como punto de comparación los últimos acontecimientos políticos en el país y el evidente retroceso que experimenta Venezuela en casi todos sus indicadores sociales, que día a día ponen a prueba nuestra capacidad de asombro, entonces no hay ninguna duda de que los venezolanos somos un pueblo ejemplar, y que la conducta colectiva de la sociedad supera con creces a quienes la dirigen. Gracias a ése espíritu de sobre-vivencia social para subsistir en condiciones adversas y a la capacidad casi infinita de su gente para mantener una esperanza a cualquier costo, es que Venezuela hoy por hoy no ha colapsado totalmente, a pesar de que cada gobierno se empeña en aventajar al anterior en yerros y desaciertos inconcebibles. Si tomamos como ejemplo de esto que se afirma a cualquier gran ciudad del país y en nuestro caso particular a Ciudad Guayana, urbe planificada modernamente como modelo de desarrollo futurista, comparada en su tiempo a Brasilia, Curitiba o las metrópolis europeas que bordean el Rin o el Ruhr, que es como decir aquí el Orinoco o el Caroní, vemos como las nuestras funcionan increíblemente sin que se aprecie o se sienta la presencia de la autoridad ni se perciba para nada su influencia ni mucho menos su obra. Es más, observamos atónitos la inútil confrontación de un alcalde y sus ediles pugnando por el poder y el control de un presupuesto que a la postre solo tiene un sinsentido electoral que en nada beneficia a una comunidad a la cual se deben.
Es entonces verdaderamente admirable el comportamiento colectivo de nuestras ciudades, en dónde la gestión pública brilla por su ausencia así como también se aprecia un alarmante y creciente deterioro de los indicadores sociales, que ni siquiera inmutan a los conductores del barco bolivarista; imagínense amigos míos, que sería de nosotros si cada ciudadano tomara la ley o la justicia en ausencia de gobierno por su propia mano y cuenta; tendríamos con toda seguridad una barbarie de nación y unos bárbaros como pueblo, pero muy a pesar de ellos, esto no es así y no deben en todo caso usar y abusar de ésta noble condición de los venezolanos, quienes hoy conducen sus destinos o quienes aspiran a conducirlo en el futuro, pues todo tiene un límite de tolerancia y una capacidad de resistencia que no podemos ponerla a prueba temerariamente en un momento cómo éste. Por otro lado, es un hecho cierto y conocido que no admite discusión alguna la actual ingobernabilidad de Venezuela, así como su desastroso desempeño económico, pues se ha perdido toda cualidad o atributo para aplicar mecanismos que permitan resolver conflictos y tomar decisiones públicas que satisfagan el interés de la mayoría y no de una parcialidad determinada. Por ésta razón es mucho más perceptible la falta de gobernabilidad o desgobierno en nuestro caso, que la propia gobernabilidad en positivo. En éste mismo contexto, tanto el gobierno local o regional mas que el nacional, son sin duda un actor más, aún con sus limitaciones o características particulares derivadas de la legitimidad electoral y de los poderes específicos que le otorgan las leyes.
El objetivo primordial es fundamentalmente la gobernabilidad urbana, democráticamente entendida, en donde se puedan tomar iniciativas y formular políticas de alcance colectivo con la participación de la mayoría de los actores, con mecanismos sencillos, transparentes y aceptados por todos para que sean efectivamente aplicados. En suma, que se puedan resolver los inconvenientes y desafíos de la comunidad, respetando los derechos legítimos de cada sector. Es precisamente allí donde está el centro del problema y es allí también donde tenemos que actuar firmemente y transformar ése espíritu y deseo de cambio hacia lo positivo que aspiramos todos en el lapso más breve posible.
La activa participación y la incorporación de cada individuo será vital para forzar las rectificaciones y el cambio de rumbo necesarios en un país inmerso en una deliberada conflictividad permanente y sin sentido, tutelada por una minoría estridente que busca afanosamente llevarnos al escenario electoralista, pretendiendo apabullarnos o acobardarnos por el simple hecho de no ser violentos como ellos, pero como se dijo antes: no tienten al demonio, que el Diablo les puede salir.